Frontera e Inmigración

Menores extranjeros: la carrera contrarreloj por integrarse en la sociedad

Los menores migrantes no acompañados (MENA) que llegan a España, muchos de ellos a punto de cumplir los 18 años, viven bajo la tutela de las comunidades autónomas, luchando contra la estigmatización y con la presión de integrarse, antes de llegar a la mayoría de edad, en una sociedad que los rechaza. Y es que a los 18 años "y como regalo de cumpleaños" se les pone en la calle con un permiso que los autoriza a vivir en España, pero no a trabajar -la legislación vigente española solo concede una autorización de residencia pero no les permite el trabajo-, según explica a Efe la presidenta de la Fundación Raíces, Lourdes Reyzabal, que lamenta la falta de programas de acompañamiento para los chavales extutelados. Antes de llegar este momento, los menores extranjeros no acompañados (MENA) han recorrido un largo y tortuoso camino que comienza en sus países de origen y acaba en España, en buena parte de los casos en alguno de los centros de Andalucía, Ceuta y Melilla. Las razones que llevan a estos muchachos a abandonar su país son muy diversas: muchos han visto morir a su familia en conflictos bélicos, otros son víctimas de la violencia o la pobreza, pero todos llegan solos a España.

Vienen los mejores

"Vienen los mejores y esto es así. Vienen los que más ganas tienen, los más sanos, los más jóvenes, los mejores. Hay comunidades que entre todas se unen para pagar el viaje a una sola persona, que es la que va a aguantar tres años cruzando África, cruzando el Estrecho. Ellos son los que vienen", asegura Reyzabal. Una vez en los centros, "lo que más nos repiten los niños es que quieren estudiar. Nos dicen que han llegado aquí después de muchísimo esfuerzo y sufrimiento para formarse, para contribuir y para trabajar", relata a Efe Sara Collantes, especialista en políticas de Infancia y Migraciones de Unicef. Collantes ha visitado con esta ONG quince centros de Andalucía, Ceuta y Melilla para conocer de primera mano la situación de los niños migrantes no acompañados y asegura que la realidad que se encuentran estos chicos es bien distinta. "En algunos casos podemos hablar de hacinamiento y de situaciones de riesgo", lamenta Collantes, que asegura haberse encontrado "demasiados chicos" que no realizan ninguna actividad formativa. "El grado de frustración, rabia y tristeza de estos menores era enorme". Recuerda el caso concreto de un chaval de Costa de Marfil que era costurero y que quería trabajar como fuera. "Nos decía que si había que aprender otras cosas, él estaba dispuesto, pero que no podía soportar estar todo el día sin hacer nada". En el mismo sentido se pronuncia la coordinadora de Programas de Save the Children en Melilla, Giulia Sensini, que conoce de cerca los tres centros para menas en esta ciudad autónoma, uno de ellos, 'La Purísisma' con capacidad para 200 menores y que actualmente está ocupado por 700.

Dos trabajadores sociales para atender a 700 chavales

Sensini denuncia los escasos medios con los que cuenta este centro, donde sólo hay dos trabajadores sociales y una psicóloga para atender a los 700 chavales y garantizar que los más pequeños acudan a la escuela y que los mayores de 16 años realicen las actividades formativas. "Ellos no piden nada más que tener una rutina como la que puede tener cualquier menor con una familia estructurada, quieren acceder a una instrucción, a la salud, a actividades de ocio y tiempo libre y una rutina estructurada como la que cualquier otro niño tiene en su familia", subraya Sensini. Explica que la preocupación por su futuro es máxima y su obsesión es conseguir los papeles "porque saben que su futuro está vinculado a eso". Tampoco la saturación contribuye a crear un ambiente adecuado para estos niños, que deberían estar en acogimiento familiar por ser menores pero que, al no ser posible, son acogidos en centros residenciales que deberían ser lo más parecido a un hogar para ellos. "En estos centros con más de 600 niños es imposible que haya un trato individualizado cuando lo que necesitan es que alguien se preocupe de ellos", lamenta Collantes.

Niños de 8 años comparten habitación con chicos de 17

Así, se dan casos de menores de 8 ó 9 años durmiendo en las mismas habitaciones que adolescentes de 17. "Lo viven con miedo porque el hacinamiento hace que el clima de convivencia sea más complicado y se dan casos de robos entre ellos, falta de privacidad e incluso de consumo de alcohol y drogas en los propios centros". "Tenemos que pensar qué pasaría con nuestros adolescentes españoles si estuvieran en la calle sin formarse, sin ocio, sin actividad, sin cubrirles sus necesidades básicas", apunta Reyzabal que habla del centro de menores de Hortaleza (Madrid), donde los chavales se duchan en ocasiones con agua fría y no tienen ropa para cambiarse. De esta manera, en los centros crece el concepto de control y disciplina "porque no es sostenible tener a decenas de adolescentes en las residencias aburridos, sin un itinerario formativo claro", explica Collantes. Y así, estos chicos empiezan regímenes de salida más controlados, más disciplina y seguridad y "esto no conduce a la integración y a la cohesión social, ni a que la ciudadanía los observe con naturalidad, agrado y acogida". "Toda la presión social que se está colocando sobre los centros, con bulos y movilizaciones de vecinos está haciendo que los propios centros tengan reparos en que los chicos salgan a la calle e incluso en que se asomen a los balcones", advierte. Y los chavales argumentan que no son animales para que les saquen media hora al día por el parque de enfrente.

Estigmas y bulos generan una violencia estructural hacia ellos

Para Sensini, el estigma es muy alto y hay muchos bulos, pero lo que realmente existe es una "violencia estructural, constante y cotidiana hacia ellos muy fuerte". "Es fundamental trabajar en la lucha contra los estereotipos porque están desvirtuando la realidad y nos impiden conocer la situación de esta infancia que, por encima de todo, son niños y niñas que han tomado la decisión de viajar solos porque están huyendo de situaciones extremadamente complejas", subraya. Y darles una oportunidad, como los programas post-18 de pisos tutelados o el proyecto Cocina Conciencia de la Fundación Raíces que involucra a empresarios del mundo de la restauración que ofrecen un contrato de un año a estos jóvenes. "Es el sistema en su conjunto el que falla y por eso queremos una estrategia integral, que aborde los temas migratorios, los temas de protección, de educación, que haya una coordinación entre las distintas autoridades e instituciones que tienen algo que ver con la atención y protección de estos niños para que todo funcione", pide Collantes. Porque "no hay otro camino que el de la integración" y para ello es fundamental "no abandonar a estos chicos en la calle el día de su cumpleaños".

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