Moussa Metni habla perfectamente español. Criado en el vecino pueblo de Beliones, en enero optó por cruzar a nado a Ceuta a través del paso fronterizo de Benzú acompañado de su primo. Hoy a sus 17 años solo busca prosperar, formarse y aprender un oficio.
En la pastelería La Cibeles, en Hadú, ha encontrado no solo una vía de aprendizaje sino también una familia. Moussa es uno de los etiquetados como MENA (Menor Extranjero No Acompañado), ese acrónimo empleado de forma despectiva para referirse a los chicos llegados tras cruzar la frontera.
En un mundo dominado por las etiquetas asoman ejemplos de jóvenes que aprovechan las oportunidades que les brinda el centro de La Esperanza para, en silencio, tumbar prejuicios.
Moussa nació en Fahs Anjra (Marruecos). Confiesa que decidió echarse al mar para “ayudar a mi familia” y encontrar “un futuro” a este lado de la frontera. No tuvo miedo, “sé nadar muy bien”, sonríe.
Esa noche habló con su primo y juntos decidieron cruzar a nado el espigón. “Aquí no hay nada que hacer, no hay dinero, no hay nada”, explica rememorando su estancia en Marruecos. “La cosa está muerta”.
“Había lluvia, olas grandes… de todo había esa noche. Era domingo”, recuerda. En ‘La Esperanza’, en donde ingresó el 17 de enero, encontró la oportunidad para seguir mejorando el español y en ‘La Cibeles’ el recurso necesario para aprender un oficio: el de pastelero.
“Me gusta mucho, está difícil pero bueno. Empecé con cosas sencillas y luego a colaborar en pasteles, tartas, empanadillas… de todo”.
Hassan Abdeselam, gerente de la pastelería, valora la capacidad de aprendizaje y el interés y cooperación demostrados en el tiempo de formación que pasa en este local.
“Colabora como aprendiz, va haciendo bollería, rellenando… No puede elaborar porque no sabe pero va haciendo y participando con todo lo que se le dice”, explica.
“Le gusta todo, muchas veces lo pongo conmigo cuando hago las tartas y le gusta. Debe esforzarse y formarse, tener un futuro que es lo más importante. Que el día de mañana sepa hacer algo”, detalla Hassan, que ha abierto las puertas de su negocio a este joven para que tenga la oportunidad de conocer un oficio.
Moussa habla no solo de su futuro sino también de un proyecto de familia. Atrás dejó a 3 hermanos y su madre. En realidad le gustaría ser peluquero pero de momento aprende el oficio de pastelero, una labor con futuro que le está “gustando mucho”.
Anouar Idrissi El Bouzid nació hace 17 años en Fnideq (Castillejos). Dejó atrás a su familia para entrar a nado bordeando el espigón del Tarajal. Ingresó en ‘La Esperanza’ la misma noche de Reyes. “No tuve miedo, soy fuerte”, sonríe recordando el combate con las olas.
Ese mismo espigón que cruzó en solitario ha dejado atrás muchas tragedias, jóvenes como él murieron en el intento y otros desaparecieron.
En su tierra quedaron sus padres y hermanos a los que dejó buscando una oportunidad imposible en Marruecos. Quiere estudiar y trabajar, ahora se forma en el supermercado Covirán de la Plaza de los Reyes reponiendo y ordenando los productos pero sobre todo integrándose mediante el avance del conocimiento del idioma y mejorando sus relaciones con los demás. Participa de un curso en colaboración con Cruz Roja.
Anouar aprendió el oficio de cocinero en su país, le gustaría seguir mejorando pero de momento se esfuerza en aprender español y participar de las actividades que ofrece el área de Menores.
Jon Aurrecoechea, encargado de ‘Covirán’, detalla esa labor que consiste en reponer, echar una mano cuando llega la mercancía en el camión y de paso ir mejorando con el conocimiento del idioma. “Estamos muy contentos con él”.
Tras cada uno de esos gestos que pueden parecer básicos se esconde la superación de un joven que tiene claro que quiere avanzar, trabajar y sobre todo tener una oportunidad.
No desaprovecha los recursos que desde que llegó a Ceuta se le han ido ofreciendo.
A Mohamed Yassin Abjayou le brillan los ojos cuando rememora cómo dejó atrás en junio de 2011 su Castillejos natal. A sus 17 años tiene claro que lo más importante es trabajar. Es uno de los chicos más antiguos de ‘La Esperanza’, un centro que de la noche a la mañana se convirtió en su hogar.
“Tengo familia en Marruecos y necesito ayudarles”, dice convencido sobre el motivo que le llevó a cruzar hasta Ceuta pasando la frontera. “Mi padre, mi madre y cuatro hermanos se quedaron en casa”.
“En Marruecos no hay futuro. Lo más importante es que pueda ayudarles, trabajar de lo que sea”, cuenta. En el IES Almina hizo un curso de Hostelería en donde aprendió a hacer pasteles y ahora aprovecha el recurso ofrecido en la cafetería Granier para seguir formándose y adquirir la experiencia debida. Ha conseguido algo más que eso, romper su timidez.
Nadia Benaissa, encargada de este negocio, explica lo importante de este tipo de formación para los menores extranjeros no acompañados. “Hacen prácticas de lunes a viernes, 5 horas diarias y aprenden repostería, cómo se sirve un café, el funcionamiento de la panadería, de la cafetería, los hornos… La finalidad de los jefes de ‘Granier’ en esa colaboración con la sociedad es que estos niños tengan la oportunidad de adquirir una experiencia”.
“Es un proyecto bonito y positivo, pasan de tener pánico de no saber atender a nadie a sentirse más cómodos. A Mohamed le costaba dar los buenos días, hablar, relacionarse… Prácticamente no hablaba por su timidez pero ahora va hacia el cliente, pregunta… Todo esto les ayuda a confiar en ellos mismos, a sentirse útiles”.
Empresas como ‘Granier’ no han dudado en colaborar ofreciendo esta formación y Benaissa reconoce que “ha sido una evolución muy buena”. Mohamed aprovecha las prácticas que han servido no solo para mejorar en su formación sino para saber comunicarse, relacionarse y romper esa barrera del miedo.
A Zakaria Bouauda le duele que su país no ofrezca expectativas. En julio de 2022 dejó Castillejos, en donde viven sus padres y cinco hermanos para encontrar en Ceuta una salida a ese futuro incierto. “En mi tierra no tengo futuro, no ayudan, nada…”, explica. Uno de sus hermanos reside en Madrid y con el tiempo espera reunirse con él.
Junto a más compañeros cruzó a nado el Tarajal. Reconoce que no tuvo miedo. En la cafetería Alhambra ha aprendido a formarse como camarero, preparando cafés, sirviendo mesas o desayunos.
Sus avances en español le permiten poco a poco relacionarse mejor con los demás compañeros de ‘La Esperanza’ y con la gente con quien socializa en una ciudad a la que llegó siendo para él una gran desconocida para terminar convirtiéndose en su hogar.
Le gusta el fútbol y en un futuro aspira a ser peluquero pero sobre todo quiere sentirse útil y aprender. En ‘La Esperanza’ ha hecho amigos.
Nordin Mehdi Mohamed, encargado de ‘La Alhambra’, destaca el buen comportamiento de los distintos chicos que han pasado ya por su local en esa estrecha colaboración que presta para que hagan prácticas.
“Procuro que aprendan algo, sobre todo a estar con gente de la ciudad en un lugar en el que tenemos mucha cultura. Son chicos que no tienen contacto con mucha gente y aquí pueden aprender eso además del oficio de la hostelería”.
“Lleva un mes y parece que vino ayer, le vamos a echar mucho de menos” cuando termine, explica.
Nordin lleva 25 años en la Gran Vía y alrededor de cinco ofreciendo prácticas a estos chicos. “Vienen con poco trato de hablar con personas pero con mucha voluntad. Aquí les ponemos las pilas. Los chicos aprenden”.
Mohamed Salhi acude al IES Abyla para seguir aprendiendo. A sus 13 años llegó a Ceuta cruzando la frontera dejando atrás su Ouxda natal. Con una enorme sonrisa de oreja a oreja busca aprender español y avanzar en lo que más le gusta, la informática.
Su madre se encuentra en Francia, con ella le gustaría reencontrarse alguna vez. Acude a las clases de 1º de la ESO en un instituto que forma parte de su quehacer diario. En ‘La Esperanza’ ha conocido a más chicos y combina la práctica de actividades con una escolarización que ha conseguido ser normalizada en Ceuta.
Es de los más pequeños del centro. Vivo, inquieto y con capacidad para empatizar con cualquiera su historia es una de tantas que se unen en este albergue convertido en un gran hogar, en una pequeña ciudad para quienes cruzaron fronteras y dejaron atrás hogares en algunos casos rotos y en otros marcados por la pobreza o la ausencia de posibilidades.
Les llaman MENA, una etiqueta que cierra puertas y que impide descubrir la realidad de unos chicos que son ejemplo de superación. No todas se cierran, solo es cuestión de ir más allá de estas cuatro letras.
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