Mariano pasó toda su infancia en uno de los patios -el patio de arriba- del Callejón del Asilo, sito en la Calle Misericordia (Sánchez Navarro nº12). Su familia y la mía era eran primos; pues el padre de Mariano -también con nombre de pila Mariano- justo tenía los mismos apellidos de mi madre y de mis tíos, a saber: Cerdá Sempere, en su caso; y en el de mi madre: Sempere Cerdá. Era un avezado y bravo patrón de cabotaje, que mandó diferentes barcos en las aguas agrestes del Estrecho; y entre el litoral norteafricano de Ceuta y melilla y las costas de Andalucía.
Siempre fue un niño sensible, que se refugiaba entre las blancas flores de los trompeteros, claveles, damas de noches y jazmines del patio de arriba, que, verdaderamente, era un oasis de verdor y de frescor enclavado en aquella Ceuta primigenia formidable y bella del primer barrio de la ciudad, ubicado entre el Puente Cristo y el Puente Almina.
Nuestra niñez transcurrió en esos patios de corte andaluz -como un Santacruz sevillano trasladado a estas tierras africanas donde nacimos- y que las nefastas y faltas de sensibilidad urbanística de nuestras Autoridades municipales, destruyeron, y con ello todo nuestro paisaje y nuestro acervo cultural de siglos, que nuestros mayores supieron dejarnos a través de los siglos…
Juntos al alimón fuimos monaguillos de África, con el siempre recordado padre don Bernabé Perpén, que rigiera durante muchos años los destinos religiosos de la venerada imagen de la santísima Virgen de África en la iglesia del mismo nombre junto al Ayuntamiento.
Y, también juntos, iniciamos nuestro primer aprendizaje en los cuadernos de lectura «El Raya», donde aprendimos a leer de la “pe” a la “pa” en la Escuela pública del Asilo -antes sucursal de la Casa Misericordia de la matriz de Lisboa, luego Convento de Doncellas, y más tarda Asilo, y finalmente como decimos, Escuela Pública. Y deseamos reseñar que en los temporales devastadores de las “Sudestás”, la escuela acogía en sus aulas, a los vecinos del barrio de pescadores de barracas y chabolas de la Ribera, donde la mar, de manera impetuosa, inundaba sus casas hasta anegarlas completamente…
Mariano, siempre destacó como un alumno aplicado que deseaba saber cómo una esponja lo que los maestros del Asilo trataban de enseñarnos. Terminó sus estudios -me contaba mi amigo Guillermo Bermúdez, que en el cuartel de instrucción de Camposoto, después de la consabida formación militar, se retiraba al sollado de literas, prendía sus libros y continuaba sus estudios en solitario para los exámenes que se presentaban en ciernes-. Y después de diversos trabajos, regentaba su academia de enseñanza administrativa y mecanográfica en la Calle Sargento Mena, 20, cerca de la antigua Academia Mercedes, donde aprendimos a escribir a máquina, tecleando aquellas vetustas y voluminosas máquinas de escribir, en el antiguo Callejón del Obispo -Derrotero Marítimo del Estrecho, fondeadero de Ceuta-, que cambiaron su nombre por fundador de la Legión…
Todos los veranos por la feria de agosto, se le podía ver trabajando cada noche, sin parar nunca, con la intención de recaudar fondos en la caseta “La Trabajadera”(*), donde gracias a su buena labor nos degustaba con unas sabrosas cenas donde no faltaba de nada.
Al final de la playa de la Ribera, junto al Caballa, y debajo de una sombrilla que pareciera de su propiedad -desde hora temprana-, Mariano, se pasaba buena parte de la mañana hasta pasado el mediodía, acompañado de su buena esposa y de sus amigos, hasta que, con tanto sol vertido sobre su piel, se columbraba a finales del estío, más negro que el tizón. Como era previsible, conociendo su tradicional lugar en la arena de la playa, alguna que otra vez acudía a visitarlo, sabiendo de antemano, qué, de seguro, me invitaría a un “volao”, que siempre tenía a mano…
Mariano, desde pequeño, gustaba de cirios, de cera derretida, de claveles rojos y blancas azucenas… Y, Cristos yacientes elevados al cielo a golpes de horquilla en las calles de Ceuta en los pasos de la Semana Santa. donde el de Nazaret surcó durante tres días los campos terribles de la muerte… Mariano fue “Hermano Mayor”, y ocupó diferentes puestos directivos, de su siempre querida Cofradía del Santo Entierro, intentando con su buen hacer que al “Yaciente” no le faltara un detalle en su tradicional paseo procesional por las calles de nuestra ciudad… ¡Ay, el Cristo Yacente!, que duerme su sueño eterno en la urna de la cabecera izquierda de la Iglesia de África, junto a nuestra Virgen…
Hace solo unos días, tu amiga Gürtel, me apuntó que te encontrabas enfermo; sin embargo, pensé que sería algo transitorio, y que, dentro de unos meses, volverías a cobijarte en tu sombrilla -como siempre- de tu querida playa de la Ribera saboreando unos sabrosos “volaores”. Sin embargo, no va a poder ser, Dios te ha llamado antes que los “volaores” se sequen al sol en la explanada de la bajada de Juan XXIII…
"Siempre fue un niño sensible, que se refugiaba entre las blancas flores de los trompeteros, claveles, damas de noches y jazmines del patio de Arriba"
Te recordaré siempre, Mariano, jugando en nuestro patio entre las flores que se incendiaban en primavera, y nosotros cortábamos para llevar a nuestras madres… Y, te recordaré junto a la imagen de la Virgen en la iglesia de África. Y, entre los bancos del colegio del Asilo. Y, es claro, en el mar azul, azul, azul… de la arena y los guijarros grises de la Ribera, con un manojo de volaores bajo tu sombrilla….
(*)-Las trabajaderas son de madera, cruzan el paso de un costado a otro y no son visibles desde el exterior por estar colocadas debajo del piso o plataforma. Tienen la finalidad de servir de punto de apoyo a los costaleros para sustentar los pasos. Cada cargador contacta su región cervical inferior con la trabajadera, interponiendo entre ambas superficies una protección que recibe el nombre de costal y sirve para amortiguar las presiones y distribuir uniformemente el peso.
Otras trabajaderas las conocidas como “Trabajaderas utreranas o granadinas" van longitudinalmente en el paso desde el frontal a la trasera del paso y reposan sobre los dos hombros de los cargadores.
-El número de trabajaderas de cada paso es variable, dependiendo de sus dimensiones, oscilando generalmente entre 6 y 9. En cada una de ellas se colocan por regla general cinco o seis cargadores que reciben el nombre de costaleros.
La estatura de los costaleros es un factor muy importante para su colocación, debe existir uniformidad para evitar que el paso camine de forma inestable y que los cargadores soporten diferentes pesos, se suelen colocar los más altos en las trabajaderas delanteras y los más bajos en las traseras.