Hablo con un amigo que este verano padeció un ictus. Su recuperación está siendo muy lenta, tiene 76 años y ya los médicos nos dijeron que nunca más volvería a ser el mismo . Esta tarde me decía que se padre había desaparecido y otras historias que su mente va fabulando como si fueran la realidad contenida de todos los días. Le pregunto por todos los años que hemos compartido y, aunque los recuerdos deambulan perdidos en una tormenta, queda el afecto, el cariño, y la emoción de poder oír nuestras voces.
Todos hemos conocido a personas que han sufrido algún tipo de demencia , nos han contado o hemos conocido de cerca o de lejos el Alzheimer, enfermedad que produce delirios, alucinaciones, pérdida de memoria, desorientación, cambio de humor y una larga lista de despedidas de la realidad cotidiana.
Vemos a compañeros, familiares, vecinos, personas cercanas, escritores, políticos, actores. Muchos de ellos padecen la enfermedad y es la familia la que afronta situaciones para las que nunca estamos preparados.
Una señora me dijo que no sabía quien era la persona del espejo que reflejaba su propio rostro, otros hablan con personas fallecidas o nos confunden con sus padres. Es un proceso lento el que todas las facultades cognitivas comienzan a desaparecer en proceso indefinido.
Nos damos cuenta de la fragilidad viviendo el dolor y la impotencia de vivir una lenta despedida en la que no hay retorno y cada día se convierte en una lucha contra la incertidumbre, contra un desasosiego en el que tenemos que sobrevivir.
Lo que se relata sobre esta enfermedad implica una preparación física y anímica, un entrenamiento vital que nos lleva a vivir lo que ellos han vivido para hacernos fuertes en sus ausencias. Convertirse de alguna manera en ellos: en lo que pensaron, en lo que hicieron, en lo que escribieron, en lo que soñaron, en sus miedos y en sus utopías. Abrazarlos para retornarlos y saberlos más cercanos, aunque en su mente queden retazos que, en algunas ocasiones, crepitan en alguna palabra, alguna mirada, algún gesto o alguna caricia furtiva que se ha fugado de la cárcel en la que residen.
Escribir, dejar huellas, crear, transmitir vivencias, comprometerse, saber tejer afectos. Son mecanismos para ir dejando un rastro a todos lo que le importamos, para que no dejen de buscarnos aunque nunca nos encuentren, para despertar lo que fuimos para ellos, para eternizar la fugacidad-
Leeremos sus cartas, oiremos sus canciones favoritas, desempolvaremos las fotos que perdimos en los cajones, viajaremos de nuevo a los sitios que visitamos , recitaremos sus poesías, nos sentaremos a ver las películas que nos entusiasmaron y que tantas y tantas veces comentamos.
No debemos entrar en la profundidad de la noche sin estas antorchas, sin sabernos fuertes , sin cargar las maletas. Seremos lo que fueron, recordaremos lo que olvidaron y en el silencio de una luz cada vez más opaca, tendremos que decirles una y mil veces todo el amor que nos liberó de la muerte.
Ahora nos toca ser su memoria, ir recogiendo ese universo desordenado e incierto. Y así , como decía el título de la novela de Rosa Montero aprender “ La ridícula idea de no volver a verte”.