Son muchos los que caen en un estado de tristeza y melancolía tras la muerte de su dueño. La lealtad y fidelidad que el perro brinda al ser humano van más allá de los vínculos creados en vida y algunos de estos animales llegan incluso a esperar durante años el regreso de su amo.
Este cariño incondicional también lo comparten con sus congéneres y un claro ejemplo de ello es Fredy. Este joven perro de apenas dos años de vida está protagonizando estos días una de las historias más emotivas vividas entre las cuatro paredes de la Protectora de Animales.
Fredy se convirtió en inquilino de uno de los patios de estas dependencias cuando apenas era un cachorro. Fue trasladado desde la Perrera Municipal y su vida transcurrió entre los cuidados y mimos de los voluntarios de la Protectora y la eterna espera de una adopción.
Hace seis meses, Fredy conoció a un nuevo compañero de juegos: Melu, un cruce de pastor alemán que pronto llamó la atención de los voluntarios por su carisma y su peculiar pelaje. Melu llegó a la Protectora con escasas esperanzas de recuperarse de las secuelas que la leshmania iban dejando en su cuerpo.
Aunque se negó a comer, Pilar García, miembro de la Junta de la Protectora no se dio por vencida e hizo lo imposible por salvar su vida. “Empezamos el tratamiento con un medicamento que hubo que cambiar por otro porque le sentó mal. Su cuerpo solo aceptaba yogur y él me dejaba que se lo diera poco a poco, lo que hizo que recuperara peso”.
Melu y Fredy se convirtieron en inseparables compañeros de juego. Los saltos, carreras y las pequeñas ‘disputas’ por ser el primero en coger una pelota se convirtieron en su día a día. Pero no sólo compartían alegrías, la sombra de la leshmania también recaía sobre Fredy, un hándicap a la hora de encontrar una familia.
El pasado domingo Melu sufrió una recaída y fue trasladado al veterinario. Fue la última vez que Fredy lo vio. Melu se desplomó en brazos de la persona que tanto había luchado por él, la vida se le escapaba poco a poco y horas después exhaló su último suspiro.
Dicen que los perros pueden presentir la llegada de la muerte. Tal vez para Fredy fue así al ver marchar a su amigo. Lo cierto es que desde que Melu dejó el patio donde tantas experiencias habían compartido, la tristeza y el desánimo se han apoderado de Fredy.
Sin ganas de jugar, acurrucado en una esquina y ofreciendo tan solo una mirada desconsolada a los que se le acercan, el joven animal parece comprender que Melu se ha ido para siempre.
Aunque sus cuidadores intentan animarle, temen que Fredy pueda dejar de comer, abandonarse a su suerte para ir detrás de su amigo. “Solo una galleta, una caricia y un rato de compañía mitigan su soledad, aunque no es suficiente para llenar sus días”, escribía uno de los voluntarios en la página de la Protectora.
Todos han comenzado una carrera a contrarreloj para encontrar la mejor familia para Fredy, aquella que vea en él más allá de esta enfermedad que no impide al animal llevar una vida normal.A Pilar García se le ha ido su “niño” al que “siempre llevaré en mi corazón” y ahora quiere luchar por Fredy, un ser noble que ha demostrado que la amistad supera incluso las frontera del último adiós.
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