S e nos ha arrancado el levante con mala baba. Será por los desmanes de los políticos que lo tienen loco. Caerán peones como piezas usadas en el cajón de madera, porque el ajedrez es impío y no entiende de lágrimas a la puerta de los juzgados.
Se ha querido parar el viento racheado solo empezó a soplar con amenazas, con coacciones y con influencias, pero -al final -vamos a ver todas las cartas de la baraja, cada uno en el palo que la aguante.
No es bueno que los barcos se nos estrellen en la costa, pero es lo que trae el navegar en incierto, que encallas a la menor marea.
No es bueno porque siempre pagamos los mismos los desmanes. De alguna parte tienen que salir los euros para subsanar los platos rotos, pero los que corrompen se lo han llevado y no dejan soga suelta para recuperar la madeja. Así que me temo que eso nos toca a los que arrimamos el hombro, a base de impuestos.
Pagamos cuando los bancos bailaron sobre la navaja de Ockham, nos hipotecarán en el futuro las clausulas suelo que ahora litigan, siendo nuestra sangre la que se derrama en los atentados y nuestro sudor el que impulsa la economía.
Y aun así subsistimos -que ya es mérito -conviviendo con gente que se hinchan de razones para engañarnos a la primera de cambio.
No nos asombramos- ya de casi nada - porque hemos visto a la hija de un monarca en el banquillo y consortes volar, sin que los empuje el viento de la Bahía.
Magia carcelaria que hacen algunos, reserteos tipo alzhéimer pero con cerebro generalizado y prensa acomodaticia, que no se olviden que es negocio privado y priva en beneficios y mentaliza y adoctrina a masas bienaventuradas.
“Nunca, nunca, nunca” y “No sé” van a ser hojas de palmera que volatilizar el viento, al que los vítores pasados y las grandezas, le importan lo mismo que esquinas y bocacalles por las que se cuela.
Vemos que en cuanto sopla fuerte, los muy amigos se barrenan, las faldas se corren y los pies cuelgan. Es lo que trae el levante, destrucción y fuerte marea, azulados y malvas, gaviotas en tierra porque todo se lo come, lo fagocita y excreta.
Podríamos creer -si fuéramos foráneos -que es el fin del mundo, la última ola que pronostican algunos que nos tragará de un enorme bocado.
Pero no, solo es otro vaivén de tuerca, más árboles tirados, horas extras para los bomberos que ya no saben qué más ramas cortar, qué más tira roja y blanca comprar, ni cuándo se irá el maldito viento que no se lleva ni el paro, ni la corrupción, porque los tenemos grabados en el tuétano.
Podría ser un circo mediático, unas fotos para el recuerdo, unos fogonazos de humor negro, pero es actualidad al canto, rotativas echando fuego.
Y sin embargo, el levante se irá y amainará -quiera o no quiera-. La memoria -que es más frágil que el cristal- se apaciguará y morirá en una cuneta.
Volveremos a lo de siempre… a confiar, a esperar y a derramar nuestra sangre, nuestro sudor, nuestras antiguas pesetas y ellos a medrar, a soplarnos en las orejas y a llevárselo en manteca.
Se nos ha arrancado el levante con muy mala baba y sopla con ganas el muy jodido.
Parece que nos va arrancar de la Tierra y volatizará nuestros huesos y nos borrará del mapa. Pero solo son tres días y muchos kilómetros de fuerza, luego todo se pasa y peregrinarán los corruptos a la puerta de los juzgados, con alcachofas metálicas pegaditas a la boca. Bocas –chanclas para despistar a incautos, para mediatizar elecciones, para pronosticar acertijos económicos e hincharles las narices a los togados, que pelean aún con pagas atrasadas. Piezas de ajedrez -en el cajoncillo de sastre- buscando una salida sin que el Minotauro les atrape.