Me contaba el Mellizo, que la «Sosica» -vecina célebre de unos de los patios de la plazoleta del «Chato»-, le contaba de vez en cuando, algunos cuentos acerca del modo de cómo interpretamos las circunstancias que nos acaecen en este negocio tan azaroso que llamamos vida. Y le contó, que cierto día, una mujer, Leonor*, aprovechando que su marido, Eulogio, se había ido a la mar a pescar en su marrajera; ésta, recibió a su amante, Diego, en su casa. Y tanto va el cántaro a la fuente, que alguna vez tiene que romperse; de tal manera, que en una de aquellos apasionados encuentros amorosos, quiso el tiempo indisponerse y levantarse un temporal; y, mira por donde, el resultado fue que Eulogio volvió a su casa antes de tiempo; y, tan entregados estaban a su loco frenesí los amantes, que no advirtieron la llegada inesperada del marido de ella… Así, que al ir a entrar en su alcoba, presumiendo que Leonor, aún dormía en su lecho; oyó, abrumado -tras la puerta cerrada, inflamados de pasión- unos sollozos, unos gemidos, que le partían de parte a parte el corazón….
Y Eulogio, prudente donde los hubiera, no maldijo aquella hora, ni al hombre ni a la mujer que consumaron aquella terrible traición. Tan sólo esperó a que este fuego incandescente: hoguera viva de pasiones, de caricias infinitas, de besos incontables, de sueños turbulentos sin término… de Diego y Leonor, fuera consumiéndose hora tras hora, en las largas y frías noches donde se alegara el desencanto…
Paso el tiempo… y cada día que pasaba, Eulogio, amaba más a su mujer; pero sin embargo, cada mañana, Eulogio, después de recoger los artes de pescar, a punto de partir para la mar, en la mesita de noche, junto al retrato de ella, depositaba una moneda** a modo de prenda, a manera de pago a su amor…
Y transcurrió el tiempo, y el ritual se mantuvo. Y volvió a pasar el tiempo, y el ritual, como en un rosario de cuentas interminable, continuó inexorable, añadiendo pieza a pieza las monedas en la mesilla de noche de Leonor…
Y dejó de pasar el tiempo, y Eulogio, finalmente, no dejó ninguna moneda más… Su mujer, dicen, de vergüenza enloqueció… No sabemos aún, si está cerca; si está lejos; si la razón, en algún momento, acaso recobró. En verdad, al parecer, alguien contó, que la habían visto ausente, abandonada, abiertos los ojos al espanto del delirio. Y entre ademán y ademán sin sentido, y desde el fondo de su corazón roto, no dejaba de preguntar:
-« ¿Ha vuelto de la mar Eulogio? Anoche, salió a pescar…»
No; no se volvió a saber nada de Leonor, el tiempo, con su capa de olvido para siempre se la llevó...Y de Eulogio, dicen: que embarcó en un buque de una compañía extranjera que transita por mares alejados y recónditos; y que aún su casa permanece cerrada...
Si a vosotros -mis atentos lectores-, les llama alguna vez la curiosidad; y desconfían de la verisimilitud de lo aquí hemos contado y narrado, no se retraigan, ni abandonen; sino que atrévanse y pregunten por la casa de Eulogio, pues aún pasado el tiempo, si llegarán a vencer la puerta, y subir a su alcoba, encontrarían, quizás, sobre la mesilla de noche, el pago moneda a moneda del precio de aquel amor…