Maslow resumió hace varios años en la imagen de una pirámide, la jerarquía de las necesidades humanas. Así fue cómo se hizo famosa la pirámide de Maslow. En su teoría, se acomodan las necesidades humanas en una jerarquía, en un orden en el que las necesidades deben satisfacerse. La parte inferior de la pirámide, está ocupada por las necesidades humanas básicas y que, a medida que son satisfechas, aparecen otras que son necesidades y deseos más elevados, que van ocupando las partes superiores de la pirámide.
A grandes rasgos, la jerarquía sigue una especie de camino que debe completarse. Primero las necesidades fisiológicas, que una vez satisfechas, generan necesidades relacionadas con la seguridad, luego con la afiliación, el reconocimiento y finalmente la autorrealización. La teoría de Maslow, pese a no ser perfecta, establece que a medida que la persona logra controlar sus necesidades más básicas, aparecen gradualmente necesidades de orden superior. Entre las necesidades fundamentales hay que destacar las referentes a la disposición de recursos como educación, sanidad, vivienda, empleo….imprescindibles para subsistir.
Extrapolando esa teoría a cualquier núcleo de población se puede observar en qué parte de la pirámide se está. Si nos lo planteamos en referencia a nuestra ciudad, donde según el último estudio “el riesgo de pobreza tiene un carácter crónico, afectando a determinadas comunidades y grupos de población” y, además, pone de manifiesto que “El 41% de los hogares de la ciudad tiene dificultades o muchas dificultades para llegar a fin de mes” y que “cuando estos hogares están encabezados por una mujer, la dificultad o mucha dificultad para llegar a fin de mes se eleva hasta el 61%”, no es difícil deducir que miles de personas en nuestra ciudad están ancladas en la base de la pirámide sin apenas posibilidades.
Una se plantea si esa es la situación, el mal endémico que nos azota, que es público y notorio desde hace décadas… ¿qué se puede hacer? y ¿Por qué no se hace?
Se pueden hacer (creo que se deben) inversiones y modificaciones en el presupuesto que tengan por objetivo principal luchar contra la pobreza. La cuestión no es sólo proporcionar ayudas y facilitar el acceso a las mismas por parte de quienes lo necesitan, que también, si no “enseñar a pescar”, es decir, formar a las personas en profesiones que tengan salida laboral en esta pequeña ciudad. Políticamente, uno tiene la obligación de contribuir a mejorar la calidad de vida de la ciudadanía, especialmente cuando se gobierna y eso sólo se consigue realizando acciones para ello. Modificaciones presupuestarias y partidas adicionales destinadas exclusivamente a ese fin pondrían de manifiesto, al menos, que los problemas de mis vecin@s, son mis problemas. Cruzarse de brazos no puede ser opción simplemente por cuestión de responsabilidad. Tampoco lo es invertir, gastar y derrochar superfluamente.
Y ¿por qué no se hace? Creo que aún habiendo muchos motivos, el más importante, el fundamental, es la falta de voluntad. Hemos presenciado situaciones en las que cuando hay voluntad política se hacen acciones y se modifican presupuestos en cuestión de días. A nivel nacional, hasta la Constitución se cambió en 15.
Pero aquí en Ceuta no. Aquí el que gobierna tiene bastante con que las cosas sigan como están, tal vez porque no conoce la necesidad de cerca. Porque puede hacer trajes a medida de Paris, porque puede orientar y recomendar especialmente a sus cercanos, porque definitivamente no les interesa empezar por solucionar los problemas de base y porque como mucho, prefieren dar, a veces, pececitos, antes que enseñar a pescar.