Tras mi denuncia clara de la violencia generada por la entrada en prisión por condena de Pablo Hasél, debido según los jueces al enaltecimiento del terrorismo, expreso mi reflexión sobre la necesidad, la obligación y la urgencia de indagar el origen complejo y las causas múltiples de esas reacciones tan agresivas. Estoy convencido de que la simplificación de los problemas impide su solución.
Pienso que estos desórdenes ponen de manifiesto también el malestar de fondo y el hartazgo de una considerable parte de la juventud por los problemas serios y complejos que tienen planteados quienes, a pesar de la preparación profesional, no pueden acceder al mercado laboral o sólo logran unos trabajos muy precarios. Algunos carecen incluso de perspectivas para marcharse del hogar familiar. Por eso algunos explican que la detención de Hasél ha sido sólo una excusa más para expresar su malestar a cumulado durante demasiado tiempo y su impotencia para encontrar una salida a una situaciones dramáticas.
Tengamos en cuenta, además, que estos episodios ocurren en medio de una nube de corrupción de los poderosos, de promesas incumplidas, de enfrentamientos en el Parlamento y de agresividad en los medios de comunicación. No podemos perder de vista la atmósfera tan contagiada de crispación mediática, de individualismo feroz, de desigualdades crecientes y de conformismo complaciente entre los que, precisamente, aprovechan estas crisis para lograr pingües beneficios.
Los problemas son múltiples, difíciles de solucionar y, sobre todo, graves para quienes los sufren. Por eso es indispensable y urgente que todos, en especial los que detectan poderes políticos, financieros, sociales y mediáticos, se reúnan y busquen soluciones. De lo contrario, todos saldremos perdiendo. Recordemos aquel principio clásico que, después explicó Leibniz: “nada ocurre sin las razones suficientes”. Pero, en mi opinión, hemos de separar la explicación del origen de los hechos y su justificación ética e incluso política de los comportamientos.