‘CCU 061’. La puerta de entrada al Centro Coordinador de Urgencias del 061 está escondida. Dentro están Begoña, África y Ahmed. En marzo, el sonido más habitual en esta sala era el teléfono. Hay al menos una docena colocados cerca de dos puestos con ordenadores: desde aquí se llegaron a atender entre cuatro y cinco llamadas a la vez por sanitario.
La psicosis ante la expansión de la pandemia hacía relacionar todos los síntomas de los que se hablaba en las noticias con los propios: la labor psicológica de tranquilizar y apaciguar ocupó gran parte del tiempo de estas llamadas.
Los sofás que hay repartidos por varios puntos de esta gran sala han hecho las veces de cama. La posición relajada que el médico coordinador mantiene en el asiento denota cómo ha cambiado el ambiente. Nadie se relaja, pero el motivo de las llamadas parece reflejar que esa normalidad vuelve a su cauce: vuelven los avisos por accidentes de tráfico o los ictus.
Aún hay personas que marcan el teléfono de emergencias por síntomas que piensan que podrían ser de COVID-19. Si es el caso, Ahmed retoma la conversación y analiza los síntomas que el paciente dice tener. Lo valora y si nota que puede ser grave, es el turno de Pascual y de sus compañeros. Este enfermero del 061 es, además, uno de los artífices de la formación a sus compañeros a la hora de equiparse los Equipos de Protección Individual (EPI) con los que se protegían ante posibles contagios.
El aparcamiento de la base logística de emergencias está completo: dos ambulancias más otra de apoyo, cedida por la Cruz Roja para los casos de coronavirus.
Lo que antes era un almacén se ha reconvertido en un circuito de desinfección de EPI. El tiempo para el equipo del 061 es vital: con el nuevo protocolo se tarda una media de 5 minutos en desinfectar un traje y otros 40 en hacer lo propio con el vehículo. El tiempo es oro.
Y la premisa era clara: “No colapsar los servicios sanitarios. Reservarlos para lo que realmente fuera urgente”, apunta Begoña.
Desde el comienzo de la pandemia, esta “enfermera de calle” como ella misma se considera, se puso al frente de la coordinación en funciones del 061. Aunque Begoña Martínez aún no ha tenido tiempo para asimilar todo lo que ha vivido, lo resume como un “reto” que está contenta de haber vivido. A pesar de las horas de sueño que le ha robado, en especial el día del brote en Erquicia. “Estuve dos o tres noches sin dormir”, confiesa. Si hace memoria, recuerda cómo atendieron aquella primera llamada que alertaba de unos síntomas similares a los del coronavirus. Acababa de llegar de Milán y fue el primer aviso de lo que vino después. Días de 180 llamadas. “Eran todo llamadas de dudas, de miedo, de la gente muy estresada, y nos hemos puesto las pilas”, relata. La formación les dio seguridad, y esa seguridad tranquilizó al otro lado del teléfono.
Bolígrafo en mano, el médico coordinador del 061 Ahmed Idris cuenta con voz sosegada, la misma que pregunta los síntomas a los ciudadanos que llaman, que su función principal durante lo peor de la pandemia era “tranquilizarlos” desde el primer momento. “Que la mayoría de casos eran leves que no les iba a pasar nada”, sigue. Y es que la ansiedad aumentó en aquellas semanas de marzo y abril. El miedo se hizo fuerte y los únicos autorizados en poner algo de cordura eran ellos. “A la gente les generaba mucho temor, angustia y muchos miedos”, señala. El saberse al otro lado era fundamental. “Nos tienen las 24 horas para comentarnos cualquier signo de alarma que puedan tener”. Había que tranquilizar a una población que vivía en la incertidumbre y combatir a dos enemigos: un virus y el miedo que le acompañaba.
Suena el teléfono. África Rodríguez, teleoperadora del 061, responde. Lo primero, recabar los datos de la persona que tiene una emergencia o quiere hacer una consulta sanitaria. “Domicilio, dónde se encuentra, si es en la calle, si es en un domicilio particular, y ya los datos personales: nombre, apellido, edad, DNI…”, cientos de veces en un día a causa del COVID-19. Entre unas 50 veces al día en una jornada normal. Los teleoperadores de este servicio se coordinan con médicos como Idris para ir comprobando en tiempo real el historial de la persona. Así transfiere la llamada de la manera más ágil posible. En “20 o 25 segundos” se recogen los datos fundamentales, calcula. El miedo a ir al hospital por si había “muchos infectados” atenazaba a otros enfermos. En caso de que la llamada se valorase como grave, se desplazaba la unidad móvil.
En la base operativa del 061, el equipo a pie de calle aprovecha la hora de comer siempre cerca de las dos unidades móviles. Tienen un nuevo vehículo cerca: el que se encarga de las salidas relacionadas con coronavirus, cedido por la Cruz Roja. Entre estos sanitarios está Pascual Brieba del Río, uno de los encargados de formar al resto de compañeros en la retirada segura de Equipos de Protección Individual (EPI) con el fin de reducir el riesgo de contagios entre los profesionales al mínimo. Lo que fue un espacio multiusos, donde se alamacenaba material y se aparcaban las motos, ahora es un circuito para blindar al personal de atención primaria frente al coronavirus. Ellos, los encargados de entrar en contacto con posibles contagiados, fueron formados, entre otros, por Pascual. Un proceso que se sabe de memoria.
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