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Más allá de la frontera

Aquella madrugada del 29 de septiembre de 2005, Ceuta se despertaba con una auténtica tragedia que tuvo como escenario la valla fronteriza y como víctimas a decenas de subsaharianos que, hasta esa noche, habían permanecido ocultos en los bosques de Beliones.

Sometidos a los acosos de la Policía marroquí que peinaba la zona con perros y palos, la población subsahariana que se había hecho fuerte al otro lado decidió que aquella madrugada del 29-S podía suponer su libertad. En ese grupo estaba Francois Romeo Boukar y su hermano Patrice. Dos jóvenes cameruneses que, como tantos otros compatriotas, habían decidido probar suerte. Jugadores de fútbol, comenzaron su periplo clandestino en 2004, pasando por distintos puntos del África subsahariana con el equipo, ganando algo de dinero y avanzando hacia su meta: Níger, Argelia, Marruecos y la puerta de Ceuta.
En julio de 2005 Romeo y Patrice formaron parte de la población de Beliones, siendo acogidos por la ‘sección camerunesa’ dentro de un campamento que se dividía por nacionalidades. Así hasta aquella madrugada en la que todos decidieron que había llegado el día de alcanzar la libertad. Equivocados, la gran mayoría alcanzó el destierro. Algunos murieron asesinados de disparos en la espalda sin que sus asesinos hayan cumplido condena por ello. Otros llegaron hasta Ceuta. Romeo y Patrice se quedaron a poco de conseguirlo. Fueron, junto con decenas de compatriotas, trasladados a Uxda y formaron parte de las repatriaciones masivas orquestadas en el Magreb para satisfacer a la vieja Europa que, temerosa, mandó a sus eurodiputados a chequear las vallas de Ceuta y Melilla que se habían plegado a la evidencia migratoria.
El final de aquellas repatriaciones masivas fue el desierto de Mali. Allí, recuerda Romeo, abandonados por los policías argelinos, murieron muchos compañeros: hombres, mujeres y niños, en uno de los mayores atentados contra los derechos humanos que fue denunciado por las oenegés pero nunca investigado.
Romeo y Patrice volvieron a nacer. De su grupo, la gran mayoría murió en el desierto. Convertidos en deportados, en extranjeros en una tierra africana convulsa, decidieron que algo podía hacerse por ellos y por las demás víctimas de la inmigración.
De ese sentimiento nació la oenegé Aracem (Asociación de Refugiados de África Central en Mali). Una oenegé que lucha, precisamente, por atender a esos africanos que sufren la deportación en sus carnes, que no saben ni a dónde ir ni tienen a dónde regresar porque se han convertido en extranjeros en sus propias ciudades. Inmigrantes que marcharon de sus casas hace años, que perdieron a sus familias y carecen de documentos, inmigrantes que han sido deportados en multitud de ocasiones y que se encuentran bloqueados, sin salida, en la propia África.
‘El Faro’ ha querido conocer cómo trabaja esta asociación. Una entidad que nació por ‘culpa’ de ese dramático asalto de 2005 y que ahora, desde la ciudad de Bamako (en Mali), atiende a los que un día fueron como sus fundadores.  “Nuestra asociación está formada por personas rechazadas aquel  2005. Nuestro trabajo es acoger y ayudar a todos los que han sido rechazados, sea cual sea su nacionalidad, y que llegan hasta Mali”, apunta Romeo, el cabeza visible de la asociación, junto a Patrice, su hermano, que es el secretario general.
Cualquier extranjero que es rechazado en las vallas, que se encuentra perdido en ese maremágnum de países africanos, encuentra en Aracem una ayuda. No se mira el origen de los inmigrantes, todo aquel que pega en las puertas de alguno de los dos centros que tienen ubicados en Bamako, recibe un apoyo inicial de los voluntarios que trabajan en la asociación y que, curiosamente, arrastran las mismas historias de rechazo, presión y bloqueo psicológico que los inmigrantes que tocan a su puerta o los que, cansados de intentar el pase una y otra vez, terminan solicitando su apoyo para salir adelante. “En principio les damos una acogida inicial durante tres días, que consiste en ofrecerles comida y cama. A quienes nos llegan enfermos les damos acogida durante una semana o un mes, según lo que diga el médico que trabaja con nosotros. En el caso de encontrarnos con mujeres y niños o menores no acompañados, les acogemos durante más tiempo e intentamos buscarles alguna alternativa para salir adelante”, señalan.
Desde el año 2006, fecha en la que se fundó Aracem, hasta el 2008, la oenegé se ha financiado con donativos solidarios de personas que les han conocido o incluso de periodistas que han escrito reportajes sobre su labor. Gracias a que han sido conocidos poco a poco, desde el año 2009, y precisamente gracias a la publicación de una entrevista sobre su labor, comenzaron a recibir los primeros donativos procedentes de instituciones como Cáritas  de Austria, Médicos Internacional de Alemania y Médicos del Mundo de Francia. Desde este año se ha sumado el apoyo de Simag, una oenegé francesa.

Hasta los locales de Aracem llegan inmigrantes que han tocado la puerta de Ceuta o de Melilla, pero que nunca han conseguido superarla. También llegan quienes sí han alcanzado la meta pero que, después, se han topado con el único camino que ofrece la actual ley de extranjería: la deportación. “Hasta aquí han llegado inmigrantes que llegaron hasta Ceuta pero que nunca pudieron pasar porque fueron detenidos y expulsados. También nos llegan algunos que han estado en el CETI”, añaden.
Nerviosos, alterados psicológicamente, bloqueados y, en la mayoría de los casos, sin documentos. Así llegan quienes pegan en la puerta de Aracem. Son los deportados, esos ‘sin nombre’ que los gobiernos reducen a números y que se convierten en extranjeros en tránsito continuo dentro de África.
Más de la mitad de los inmigrantes que intentan escapar a Europa termina siendo rechazado y la gran mayoría se convierte en víctimas dentro de su propio país. Víctimas de robos, de abusos sexuales, de tratas, de explotación a cargo de las mafias que han crecido nutriéndose del negocio en el que se ha transformado el tráfico de personas. Los esclavos de este siglo.
“Aquí les damos una acogida temporal: cama y comida, pero también ayuda psicológica. El gran problema que presentan es la documentación, no la tienen y sin ella no pueden volver a sus países de origen. Nos encontramos con hombres y mujeres que llegan nerviosos, alterados psicológicamente y enfadados con todo el mundo. Culpan a todos de su situación. Desde nuestra asociación intentamos entonces contarle nuestra experiencia para que vean que su caso no es aislado, que ellos han vivido las mismas situaciones que nosotros, que hemos  hecho igual trayecto, que hay soluciones... Llegan muy nerviosos, con mucha ansiedad”, explica Romeo.
El mundo de ilusiones y metas que se habían fabricado quedó derrumbado a las puertas de Ceuta y Melilla. Perdidos en África, desorientados, estos inmigrantes encuentran en Aracem un apoyo. Algo complicado de encontrar en un África cada vez más convulsa. “Tenemos un proyecto de sensibilización para ayudarles, pero estas situaciones les pasa a mucha gente, el problema está en el origen de sus países que no están bien”, añade Romeo.
Aracem creció atendiendo una media mensual de entre 50 y 70 personas. Hoy, la media se ha disparo y llegan a atender entre 150 y 170 personas cada mes. Se trata de gente rechazada que regresa y cada año el número aumenta. “Hay gente que vuelve, pero también quien lo sigue intentando porque tienen muchos problemas en sus países. El sueño de la juventud africana es Europa,  incluso a riesgo de sus vidas”, explica.
Aracem trabaja a través de los dos centros que tiene operativos en Bamako. El segundo se pudo abrir gracias a la ayuda de Cáritas Austria. Hasta allí llegan los deportados, los rechazados, esos jóvenes que deambulan por África. “Al estar en el centro ya no saben a dónde ir”, indica Romeo. En el primero de los centros, el considerado de emergencia, se les atiende; en el segundo se les deja estar más días a aquellos que se quedan bloqueados y que desconocen qué hacer. Allí, al menos, se encuentran seguros y hallan esa protección perdida durante un periplo complicado.
El gran drama del inmigrante es que deja un país disponiendo de algo de dinero y de documentos y termina sin nada, haciendo valer como verdadera su identidad.  En Aracem tienen locales de oficina, habitaciones que sirven de dormitorio en los que sólo tienen colchones ya que “no podemos tener camas porque son caras”. En el centro caben de 100 a 120 personas, allí se dispone de una pequeña cocina y cuentan con un médico y un psicólogo en la plantilla. Ellos son los únicos que tienen un sueldo, que lo perciben de las subvenciones que llegan a Aracem. El resto, unos 15 voluntarios, trabajan de forma altruista y tan sólo reciben una ayuda para el transporte.
Hasta Aracem llegan noticias de Ceuta. Sus responsables saben de muchos compatriotas que están en el campamento del Jaral, saben también de su preocupación al desconocer si van a formar parte de las bolsas de repatriados. De otros desconocen el paradero, saben que se dirigieron hacia Ceuta. A los rechazados, que un buen día pasaron por el CETI, se los topan en su camino. Así asumen sus funciones como única asociación de inmigrantes en tránsito que existe. “Sólo sabemos las historias de quienes vuelven”.
¿Cómo acabar con este drama de la inmigración? Aracem pone encima de la mesa su punto de vista. “Es complicado. Nosotros les hacemos entender que irse es complicado y que acarrea problemas, queremos  dar información a la gente para que sepa qué le pasa cuando vuelve”.
Aracem tiene claro dónde situar el origen de este problema. “No está  en el país de origen, la solución no está en los gobiernos sino en la propia gente que retorna, en los propios inmigrantes que son los que tienen que decir que irse no es la solución. Ellos son los únicos válidos para llevar ese mensaje y ellos voluntariamente son los que pueden explicar cuál es la situación real del que emigra. Yo soy capaz de portar ese discurso, ellos también, pero los gobiernos no pueden”, advierte.
“El fenómeno de la inmigración es tan amplio que sólo lo puede hacer entender quien ha estado en el camino. La situación es más grave de lo que realmente se está hablando y la solución pasa por el acompañamiento de las inversiones en países de origen a través de la coordinación de las oenegés no de los gobiernos”, asiente. “Deberían ser las asociaciones de inmigrantes las que las gestionan”, añade.
El mensaje en Aracem está más que claro, pero no cala en un sistema en el que los gobiernos siguen manejando el dinero; las mafias siguen controlando la entrada irregular de las personas y lucrándose de sus deportaciones; los jóvenes abandonan sus países y mueren o terminan convirtiéndose en extranjeros en una África revuelta; y determinados países se convierten en puntos frontera, designando a las ciudades, como sucede en Ceuta y Melilla, el papel de gendarmes europeos.
“Estamos ante una hemorragia de la juventud africana que deja sus países para venir a Europa, lo que está pasando es una hemorragia de juventud, hay gente que está en el camino hasta diez años y luego no son capaces de volver a sus países. Lo intentan de todas maneras y siempre lo están intentando. Es una auténtica hemorragia de juventud”, señala.
“Estos inmigrantes rechazados terminan siendo extranjeros en todas las partes por las que pasan y terminan viviendo en tierra de nadie. Cuando regresan a sus países son también extranjeros en su tierra”, indica Romeo. “Vuelven y no saben qué hacer”, añade. Por eso, desde Aracem, se está trabajando en la puesta en marcha de planes de formación. “Queremos llevarlos a cabo, ya hemos redactado un proyecto. Nos topamos con inmigrantes que tienen estudios pero que no les sirven para nada y necesitan un oficio, algo que hacer. Llevan 5 ó 7 años en el camino, deciden, cansados, volver y les hace falta formación. Los gobiernos les dicen que no tienen medios para esto, por eso desde aquí nosotros intentamos que este proyecto salga adelante nutriéndonos de subvenciones orientadas a la formación de los inmigrantes”. La idea de Aracem es seleccionar una serie de oficios para estos inmigrantes y orientar los planes a su enseñanza, estudiando las salidas que su práctica pueda tener.
De momento es una idea porque carecen de medios económicos para llevarlo a cabo. De hecho, a través de este medio, solicitan ayuda a Europa, piden el apoyo de entidades, de patrocinadores para sacar un plan con el que se pretende dar sentido a la vida de estos rechazados.
Los inmigrantes en tránsito deambulan por Marruecos, duermen en las calles, buscan a la desesperada encontrar una salida a su situación. Los hay que terminan presos en las cárceles, otros que mueren en el camino, o los que forman parte del negocio de las mafias que los explotan. Sus sueños, sus metas con las que abandonaron sus países se han vuelto contra ellos. Atrás perdieron a sus familias, o, en el peor de los casos, las dejaron hipotecadas porque pensaban que iban a ganar dinero para enviárselo. No fue así, hoy son fantasmas en África, anónimos en tránsito, números que un buen día se asomaron a nuestras vallas. En Mali, uno de los puntos de África a donde son rechazados buena parte de los africanos, han encontrado un centro que se ocupa de ellos. Pero África es algo más contra lo que Aracem no puede luchar en solitario.

(Si quiere saber más de Aracem puede visitar su blog: http://aracem.canalblog.com)

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