En materia de inmigración, España y Marruecos están condenados a entenderse. El papel que se desempeñe al otro lado de la frontera resulta vital para medir el impacto que tendremos en este. Las flaquezas en el sistema de control producen situaciones como la del pasado jueves, con entradas tan elevadas que terminan desestabilizando los controles policiales y anulando el trabajo de integración y desarrollo que acertadamente se está llevando a cabo en el CETI. Ayer, en cambio, sucedió todo lo contrario, y la actuación desempeñada por la Policía marroquí posibilitó que hoy no tengamos un gravísimo problema. Ante este tipo de situaciones urgen comisiones bilaterales auténticas, en las que se hable con veracidad sobre lo que está ocurriendo, ya que más bien parece que las reuniones publicitadas hasta la fecha han sido de pantomima. España convierte a Ceuta en su gendarme, pero lo deja sin medios, convertido en monigote de feria. Esto puede terminar provocando tensiones que no son buenas en una ciudad que ha dado y sigue dando mucho en materia de inmigración. Algo está fallando. Sea lo que sea no se soluciona con cumbres fantasma ni con intervenciones mediáticas como la ofrecida ayer por el secretario general del PSOE, José Antonio Carracao, que con sus ‘exigencias’ a Marruecos pareció olvidar que es un asesor de todo un delegado del Gobierno que nunca se ha atrevido a perder las formas. Quizá porque puede ser peor el remedio.
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