Marruecos ha terminado la construcción del
vallado con el que ha querido convertir Beliones en un auténtico fortín. Llena de
concertinas, la valla domina todo el monte con el único objetivo de hacer impracticable la llegada de los inmigrantes hasta el espigón de Benzú, hasta Ceuta. El camino se convierte en una suerte de alambradas orientadas a frenar la inmigración en esta zona, la vía que el pasado agosto fue utilizada por cientos de subsaharianos para intentar su entrada en la ciudad, consiguiéndolo más de 150 personas. Fue la última, desde aquello mucho ha cambiado en el lado marroquí.
Aseguran que han acabado su trabajo, que la valla la han terminado pero que valoran incluso, en los puntos más sensibles, colocar una doble. En la Frontera Sur manda el dinero y la petición de impermeabilización que ejecuta el gendarme alauita a pie de su territorio.
La situación en las faldas de la Mujer Muerta se ha convertido en complicada. No imposible, porque cuando la desesperación impera no hay barrera que frene el paso. El pueblo marroquí, eso sí, se ha transformado por completo hasta convertirse en una especie de bunker militarizado, con vallas en los montes, con concertinas y asentamientos repletos de agentes. Cruzar esas barreras es un milagro. Llegar hasta el espigón supone una meta harto complicada. Salvo los que en escaso número lo bordean a nado… para el resto es algo imposible.
Cualquier visita a Benzú sirve para contemplar cómo todo ha cambiado, cómo se han centrado las acciones en convertir el pueblo de Beliones en un punto rodeado de vallas y concertinas. Unas vallas que rodean todo Marruecos y que se aprecian desde cualquier lugar hasta bordear todo el perímetro fronterizo, con sus algo más de 8 kilómetros.
A las vallas y asentamientos se suman las zanjas que se están construyendo y que también pretenden ser rellenadas con concertinas. Es el otro trabajo que
España contempla desde su mirador y que se ha ido levantando poco a poco. Sin prisas pero sin pausas.