El gobierno de Marruecos ha hecho caso omiso al llamamiento lanzado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) para prohibir en todo el mundo los tests de virginidad, pese a que en el país se practican cada vez que hay una denuncia de violación y también son habituales antes de celebrarse muchas bodas.
El pasado 17 de octubre, la OMS, apoyada por ONU-Mujeres y por ONU-Derechos Humanos, lanzó un llamamiento mundial para prohibir el llamado "test de los dos dedos" practicado a una mujer para comprobar si conserva el himen, argumentando que su valor científico es nulo (no puede demostrar si hubo o no penetración) y que constituyen exámenes "dolorosos, humillantes y traumáticos".
Preguntado al respecto, el portavoz del gobierno marroquí, Mustafa Jalfi, respondió entonces, con cierta displicencia, que esos tests "no son obligatorios" en el país.
La representante de la OMS en Marruecos, Maryam Bigdeli, reconoció a Efe que su organismo "no ha abordado este asunto con las autoridades sanitarias" en el país tras pasar casi dos meses, y se escudó en el mismo argumento que el gobierno: "Es una práctica que no responde a ninguna obligación legal".
Sin embargo, esta es una verdad a medias: el artículo 488 del Código Penal establece que la conocida como "desfloración" (o pérdida del virgo) será una circunstancia agravante en todos los casos de violación y supondrá un aumento en los años de cárcel para el agresor.
Por eso, cada vez que se denuncia una violación a una menor o una soltera, la policía, el fiscal o el juez ordenan la prueba del himen, generalmente a petición de la familia de la mujer, para así agravar la pena del violador. En algunos casos, es el agresor el que la reclama para demostrar que hubo falsa denuncia.
"Habría que empezar por pedir una enmienda del Código Penal y suprimir ese artículo, pero lo cierto es que nadie lo demanda -explica a Efe el sociólogo Abdesamad Dialmy, uno de los mayores divulgadores de educación sexual-. Y es comprensible: pedir a los médicos que dejen de expedir certificados de virginidad, sería visto como promover el libertinaje y el fomento de las relaciones sexuales entre los jóvenes", añade.
Por su parte, Chafik Chraibi, un destacado ginecólogo y paladín de la legalización del aborto, se declara totalmente contrario a la práctica de los tests de virginidad, pero reconoce que la cuestión "no se discute entre la clase médica" del país.
"Es un test simple pero violento: el médico separa las piernas de la mujer y tritura su vagina, es de una gran violencia cuando la chica no tiene experiencia sexual", se indigna Sumaya Naamane Guessous, miembro de la Asociación Marroquí de Sexología y autora de "Más allá del pudor", un clásico sobre la sexualidad en Marruecos.
A Guessous no le sorprende que la clase médica se haya mostrado inmune a los llamamientos de la OMS: "Imagínate, en los barrios populares de Casablanca, y en verano, que es la temporada de bodas, un médico puede hacer fácilmente entre diez y quince pruebas diarias de virginidad", relata.
"¿Y dónde está el secreto profesional, la protección de la intimidad? -continúa-. El test se hace para comunicarlo de inmediato a la familia; es más, hay médicos que se prestan a que la madre o la futura suegra asistan al momento de la prueba de virginidad para demostrar que no ha habido engaño".
"Y lo peor -concluye- es que es un asunto de mujeres", es decir, son las madres las que reclaman la virginidad de la futura nuera.
Todos los especialistas consultados coinciden que estos tests se practican sobre todo en medios humildes, ya sea en el campo o en barrios urbanos pobres.
Dialmy sostiene que la práctica está en regresión porque en la sociedad actual "el único capital de una mujer pobre es el himen; pero no así entre las clases acomodadas, donde ganan valor otras bazas, como sus estudios o su trabajo".
El especialista achaca la obsesión por la virginidad al islam: "En el Corán, la mujer ideal es la hurí, la virgen que no ha sido tocada por nadie: ese es el ideal femenino".
Guessous, por su parte, cree que la idea de la mujer pura no procede de la religión, sino de lo que llama la mentalidad árabe patriarcal: "El valor supremo del hombre es la virilidad; el de la mujer, la virginidad. Al llegar al matrimonio, al hombre se le presuponen experiencias sexuales, pero no a la mujer", concluye
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