Lleno de paradojas y contradicciones, Marruecos trata de abrazar la modernidad sin olvidar el pasado, de imitar a las democracias occidentales pero preservando parte de un sistema político arcaico y de acercarse al laicismo desde la fuerte tradición musulmana.
El reino alaui conserva, en el siglo XXI, esa idiosincrasia que le mantiene equidistante entre Occidente y Oriente Medio, pero que provoca "extrañeza" y perplejidad en el extranjero, asegura en una entrevista con Efe el periodista español Javier Otazu, autor de Marruecos, el extraño vecino (Editorial La Catarata).
Otazu, que ha vivido y ha ejercido como periodista durante 15 años en Marruecos en dos etapas diferentes, ha pretendido diferenciar su relato del de otros colegas: "contar algo diferente, dar una visión de un momento de la historia del país magrebí desde principios del siglo XXI" distinta de las muchas que actualmente pueden leerse, asegura.
Como informador reconoce que Marruecos es "un país complicado para ejercer el periodismo. Los informadores extranjeros estamos especialmente vigilados (...) se mira con lupa todo lo que escribimos, lo que nos obliga a estar en una negociación permanente con las autoridades y con nosotros mismos".
"No debemos caer en la autocensura -matiza-, pero aquí hay una serie de temas sensibles. Son las famosas líneas rojas: el rey, el Sáhara Occidental y la religión, y como extranjeros podemos ir más lejos que los periodistas locales, pero siempre tenemos que tener en cuenta que se nos vigila".
El reportero, buen conocedor del mundo árabe por haber residido también en Egipto y haber viajado por casi todo Oriente Medio -lo que incluye una peregrinación a La Meca-, considera que los contrastes en Marruecos, lejos de haberse diluido con el tiempo, son ahora "más brutales".
"Hay una serie de realidades contradictorias que tienen que ver mucho con la existencia de 'dos' Marruecos: el de las elites acomodadas y occidentalizadas, con hijos que estudian en colegios europeos, y el de las clases medias y bajas que sufren para llegar a fin de mes y que tienen sus referentes en el mundo árabe, la religión, el islam. Y esa convivencia produce situaciones muy complejas", describe Otazu.
El choque de valores, social y cultural es inevitable y se acentúa cuando se comprueba que las elites están "totalmente desconectadas del pueblo llano".
Aunque hay sólo una cosa en la que existe consenso en el país y es la institución de la monarquía, ahora regentada por Mohamed VI, sucesor de una dinastía que proclama su linaje procedente del profeta Mahoma.
Otazu cree que, mientras en Europa existen voces que cuestionan la monarquía y su vigencia, en Marruecos no se ha llegado "ni de lejos a ese punto y el consenso sobre la figura del rey y la institución entre la población es aplastante".
El reportero observa que la monarquía da estabilidad a un país "desvertebrado social y económicamente" y lo cohesiona, pero al mismo tiempo, "tiene un control tan grande y fuerte de los resortes del poder" que puede frenar cualquier atisbo de cambio o de evolución en el país.
"Y no es que el rey sea un freno a la evolución, a veces lo es y a veces no. Por ejemplo, en los debates sobre libertades individuales el monarca y su círculo suelen ir por delante de la ciudadanía, aunque luego tiene que hacer sus componendas con el 'establishment' y acaba optando por decisiones más conservadoras".
Por ello, "es una institución que es indiscutible pero con un papel en la sociedad ambivalente", reflexiona el periodista, quien reconoce que "el ímpetu innovador que Mohamed VI trajo al inicio de su reinado, y que tuvo que ver con reformas en las leyes de la familia y la mujer que fueron muy aplaudidas, se ha estancado" y eso ha creado cierta frustración entre las nuevas generaciones.
"Los jóvenes ya no ven las cosas de la misma manera, sobre todo en cuestiones morales. El rey cuenta con muchos defensores entre la gente de más de 40 años, pero entre los de menos edad, en las redes sociales, comienzan a verse críticas que, en ocasiones, sorprenden por su fiereza".
Otazu atribuye precisamente a la habilidad del rey el hecho de que en Marruecos no triunfara la "Primavera Árabe" que podría haber logrado un mayor aperturismo del país.
Mohamed VI hizo "una jugada maestra, el rey desactivó la contestación callejera al prometer una constitución más aperturista y, al mismo tiempo, permitir a los islamistas entrar en el gobierno" de Rabat, señala.
"Lo de la Constitución terminó quedando en agua de borrajas, con apenas leves modificaciones, mientras logró domesticar y hacer entrar en las instituciones a los islamistas", neutralizando su posible radicalización.
Al mismo tiempo, los marroquíes veían con temor cómo esas prometedoras primaveras árabes acababan frustradas y ensangrentadas en países como Siria, Libia o Egipto y no querían caer en la misma situación.
No obstante, Marruecos "es una sociedad que, con sus contradicciones y aunque sea poco a poco, camina en muchos aspectos por delante de otros países árabes. Hay muchos debates en la sociedad civil, no siempre resueltos, pero las opiniones no se callan", opina el informador.
Eso explica, en opinión de Otazu, que en el país magrebí no haya prosperado el radicalismo islámico: "los yihadistas que hay, algunos de los cuales fueron a luchar a Siria, no cuentan con mucho apoyo en el país, no tienen infraestructuras para actuar, ni respaldo social. Son ciudadanos que viven en zonas marginales y que, muchas veces, no se representan más que a sí mismos. En general, la sociedad marroquí es más moderada de lo que pueda parecer".
Otazu está convencido de que las relaciones políticas hispano-marroquíes atraviesan una auténtica "luna de miel" desde hace años. No hay conflictos políticos graves entre ambos países y los que hay "se desactivan con lo que los diplomáticos llaman 'el colchón de intereses' que España tiene en Marruecos".
Pero no ocurre lo mismo a nivel social. "En España, Marruecos es un gran desconocido y circulan una enorme cantidad de tópicos e ideas generalizadas que desvelan el desconocimiento que los vecinos del norte tienen de los marroquíes", dice el periodista.
"En este aspecto, hay mucho trabajo por hacer para derribar los clichés que pintan a Marruecos como el 'vecino peligroso', un país del que sólo vienen problemas: los migrantes, los yihadistas, el terrorismo, la amenaza sobre Ceuta y Melilla...", subraya.
Hay que hacer más pedagogía política no olvidando que en España viven más de un millón de marroquíes y que decenas de miles de españoles viajan al país vecino todos los años.
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