Quiso la fortuna que la festividad musulmana que celebra el término del mes de Ramadán, el Aíd al Fitr o Fiesta del Fin del Ayuno, coincidiera con el primer partido disputado por Marruecos en un Mundial desde 1998, lo que hizo que la jornada se viviera de manera singular (y con un cruel desenlace) en el país magrebí.
El Aíd al Fitr es una de las celebraciones más importantes del calendario musulmán, y la capital del reino norteafricano, Rabat, amaneció como amanecen las ciudades en los grandes días festivos: con las calles vacías, las tiendas cerradas y poco tráfico rodado.
El resplandeciente cielo azul que lucía sobre la urbe atlántica no animaba a la gente a salir de sus casas, pero lo que no consiguió la benigna meteorología lo obró la proximidad del anhelado partido entre Marruecos e Irán, correspondiente al grupo B del Mundial de Rusia, que comenzaba a las 15 horas locales.
Pasado el mediodía, empezó a brotar cierto colorido en el centro de Rabat, cuyo paisaje, horas antes desierto, se fue animando con grupos de jóvenes ataviados con la camiseta de los 'Leones del Atlas' y con banderas que ondeaban al viento.
Los mismos cafés que habían permanecido cerrados de sol a sol todo un mes (durante el Ramadán los musulmanes tienen prohibido comer, beber, fumar y mantener relaciones sexuales desde el amanecer hasta el ocaso) abrían ahora sus puertas para acoger a los aficionados, que se afanaban en coger asiento incluso una hora antes del pitido inicial.
Aunque los bares que retransmiten partidos de fútbol en Marruecos tienen, por lo general, una clientela mayoritariamente masculina, en esta ocasión se vio un inusual número de mujeres en las terrazas, también partícipes de la pasión que despiertan los 'Leones del Atlas'.
No era para menos, puesto que habían pasado 20 años desde que Marruecos participara en un Mundial por última vez, y había una enorme expectación ante el debut del conjunto dirigido por Hervé Renard, pese a haber quedado encuadrado en un duro grupo junto a Irán, Portugal y España.
El impetuoso arranque de la selección marroquí, que durante veinte minutos puso en jaque la meta iraní, avivó los ánimos de los aficionados que seguían el partido desde Rabat, que jaleaban emocionados cada ofensiva de sus compatriotas.
La frecuencia de los gritos se redujo paulatinamente durante una segunda parte en la que el ritmo del juego bajó, y se desvanecieron por completo cuando, en el minuto 95, Aziz Bouhaddouz metió un gol en propia puerta que dio la victoria a Irán e hizo derrumbarse a los marroquíes sobre el césped del Saint Petersburg Stadium.
Incrédulos y abatidos, los hinchas marroquíes se aprestaron a volver a sus casas para terminar de celebrar el Aíd al Fitr. La jornada, doblemente festiva, tuvo un triste final para un país que llevaba 20 años esperando este retorno a la Copa del Mundo.
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