Categorías: Opinión

Marruecos, ahí al lado

Me encanta el país y sus gentes. Lo he escrito otras veces. Detesto sin embargo su régimen autoritario y policial, y su tradicional animadversión y políticas de acoso sobre Ceuta y Melilla. De tal guisa no me siento cómodo en Marruecos. Menos todavía si es conduciendo mi vehículo, tentación a la que hace años renuncié. Así es que mis visitas al país se reducen al viaje que, por estas fechas, suele organizar el I.C.E. como colofón a sus ya consagradas Jornadas sobre el Medio Natural y su entorno.
El paso por el puesto fronterizo de Bab Septa es impropio entre vecinos. Hay que armarse de paciencia. No es sólo el trámite burocrático de rellenar la hojilla. Después vendrá la hora de inevitable espera hasta que el gendarme selle y revise todos los pasaportes. Documentación que, ya en el autocar, se recomienda al viajero tener abierta por la página de la visa para cuando, a la salida, suba al vehículo el aduanero de turno y compruebe, uno a uno, los sellados y la cara de cada pasajero. Así siempre. A la entrada y a la salida. Años y años. Y eso entre vecinos, insisto.
En mis escasas visitas a Marruecos me sorprende el imparable desarrollo urbanístico de la costa próxima, un privilegiado escenario para el turismo vacacional o residente al que tanto podría ofrecer Ceuta. Ocio, compras y los diversos servicios que el visitante de esa zona no encuentra en el lugar y que se ve frenado en seco por esa rigidez aduanera, auténticamente tercermundista en tantos casos, del otro lado del Tarajal.
Vista la vecindad desde otro ángulo y sin salirnos de tal perspectiva turístico – residencial, mi desconocimiento de la realidad actual de la zona me conduce al asombro cuando me hablan de los ceutíes que han optado por tener su segunda residencia en esta costa. Ya no es sólo en régimen de alquiler sino con múltiples propiedades de pisos, apartamentos y chalets. “La crème de la crème”, me apuntan unos compañeros de viaje, citándome una larga relación de conocidas familias a título de ejemplo.
- Pues yo no os envidio, qué queréis que os diga, aunque os alabo el gusto, porque el lugar, la tranquilidad que ahí se respira y el liberarte del barco bien lo merecen. Pero yo me quedo con mi Ribera o con mi modesto retiro de la Costa del Sol, – les comento -.
Marruecos es pródigo en encantos. El caso del Parque Nacional de Talamsetam, objetivo de nuestros dos días de encuentro con la naturaleza. Tres años después, mi sorpresa ha sido ver los terrenos de las zonas que, arrancando de Bab Taza, aparecen poblados de plantaciones de hachís en todas las direcciones, incluso a pie de carretera, a diferencia de mi viaje anterior cuando apenas eran perceptibles. El gobierno de Rabat se hace el ciego con lo que sucede en la provincia de Xauen, convertida en uno de los principales productores de cannabis del país. Valga el ejemplo de la fotografía de esa plantación con el palacete de su posible propietario al fondo. Un paraje que pudimos recorrer un grupo de ocho personas sin que nadie se inmutara lo más mínimo por nuestra presencia.
Pese a las presiones y a las generosas ayudas europeas, Marruecos sigue siendo el productor de cerca de la mitad del hachís que se consume en el mundo, especialmente en Europa. Prohibido su cultivo por ley, pero tolerado por unas autoridades que, a decir de quienes lo trabajan, también tienen sus beneficios. Unos 800.000 marroquíes, se calcula, viven en buena medida de este laboreo ilegal que, vendido en bruto por los pequeños agricultores a unos 50 dirhams el kilo, llegará a alcanzar los 4.000 una vez convertido en resina. Así, las plantaciones de cannabis surcan impunemente paisajes áridos y pobres, a cuyos cultivadores apenas si toca del 1 al 5% del valor final del hachís en el mercado.
De otro lado ahí han quedado los testimonios desvelados esta semana por nuestro periódico de presos españoles en Marruecos, con cuyas detenciones, según ellos, el reino alahuí busca “justificar” el dinero que el país recibe para luchar contra el narcotráfico. Detenciones, en otros casos, al poner pie en la frontera, por meras denuncias verbales, sin pruebas, de quienes aseguran ser víctimas de ellas, en tantos casos por pura venganza, y que luego, desde la cárcel habrán de demostrar su inocencia.
En fin, Marruecos. Exótico, encantador, el de siempre, pero con sus rosales de espinas a flor de piel.

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