Opinión

Mariano Rajoy: Lo sentenció la sentencia

Una sentencia de la Audiencia Nacional, discutida, discutible y carente de firmeza, que será recurrida ante el Tribunal Supremo y que podrá ser revocada o, al menos, parcialmente modificada en sus términos, ha sido el detonante escogido para lograr el poder por el partido de Pedro Sánchez (hay otro PSOE, que debería haber hablado ya, aunque sea a contracorriente). Para ello se ha apoyado en ese magma de extremismo y soberanistas que pulula por el Congreso de los Diputados y que siempre ha soñado con quitar de en medio al gobierno presidido por Rajoy, con la esperanza de cargarse la Constitución y sustituirla por otra de carácter sectario y favorable a ese “derecho a decidir” que puede dar al traste con algo tan fundamental como la unidad e integridad de España.

Al final, cuando ya todo estaba decidido, subió a la tribuna Rafael Hernando, portavoz del PP, quien, durante una dura intervención, hizo uso del antes expuesto argumento sobre la falta de firmeza de la Sentencia. Lástima que no se invocara con anterioridad, en pleno debate. ¿Qué pasará si el Supremo la revoca o, al menos, suprime determinados párrafos en ella contenidos? ¿Dimitiría Sánchez? Apuesto a que no. Como sucederá en el caso de los ERE. Una vez utilizada la famosa Sentencia, se pasará la hoja y santas pascuas.

Habrá que vigilar los primeros pasos que dé el nuevo Presidente del Gobierno, aunque la afirmación de Margarita Robles, Magistrada, portavoz del Grupo Socialista y Ministra en ciernes, según la cual seguirán el modelo de Rodríguez Zapatero, no augura nada bueno. Dejar a España en la ruina, perder tres millones y medio de puestos de trabajo, resucitar el fantasma de la Guerra Civil y dedicarse a muñidor del venezolano Maduro –que estará encantado con la caída de su odiado Rajoy- no constituyen, precisamente, una carta de presentación premonitoria de grandes aciertos. Ya es un síntoma de lo que se nos puede venir encima el no haber recordado a Felipe González, un ejemplo de prudencia y de espíritu de consenso, artífice de una socialdemocracia a la europea, moderada, de centro-izquierda, alejada del marxismo y de viejos rencores. Este PSOE de ahora es muy distinta. Felipe González jamás hubiera pactado con algunas opciones políticas de las que han apoyado a Sánchez o, para ser más claros, han echado a Rajoy.

Pronto veremos cómo se cumple el sabio refrán de que una cosa es predicar y otra dar trigo. En todo el debate de la moción de censura no he logrado oír de boca de Pedro Sánchez ni una sola frase referida a la Unión Europea. Solamente, tras el triunfo de la moción de censura, fuera del hemiciclo y de pasada, mencionó a Europa, no a la UE. O no se ha enterado –que ya es grave- o prefiere eludir, por ser algo molesto, el hecho de que, como miembros de la citada Unión, hemos cedido una parte relevante de nuestra propia soberanía, esencialmente la relativa a la economía, máxime cuando existe ya una moneda común. A Zapatero, el “modelo”, se lo hicieron ver en Bruselas al final de su mandato, viéndose obligado entonces a decretar medidas restrictivas e impopulares, pero inevitables. Confiemos, pues, en que desde la UE frenen los ímpetus derrochadores que pueda tener Sánchez o que le exijan los “socios” que le han elevado a la Presidencia del ejecutivo. Deshacer lo hecho por Rajoy puede parecer tarea fácil, pero, al final, lo pagaríamos todos los españoles, como hemos tenido que pagar, a base de muchos sacrificios, los derroches de su “modelo”.

Por encima del apoyo que le han prestado los independentistas de Esquerra Republicana-Izquierda Unida y de “Democracia y Libertad” (la antigua Convergencia), o se tiene la necesaria firmeza con Cataluña, vigilando para saltar a la primera ilegalidad mediante la aplicación, de nuevo, del artículo 155 de la Constitución, tomando esta vez las riendas de los Mozos de Escuadra y de la televisión catalana, o aquello se nos escapa de las manos. Mucho me temo que ese segundo Gobierno de Quim Torra responda a una condición impuesta por Sánchez en la negociación para lograr los votos de Esquerra y de la antigua Convergencia, a cambio de ceder ante otras pretensiones que prefiero no imaginar. Y mucho cuidado con los “socios preferentes” del PNV. Ojalá me equivoque.

Por otro lado, creo que el papel desempeñado por Albert Rivera en esta crisis merece sier criticado. Llevado por lo que podríamos denominar “encuestitis aguda”, nada más salir la Sentencia de marras declaró solemnemente que suponía el fin la legislatura, exigiendo la celebración inmediata de elecciones generales. Después, se dedicó a enredar, pidiendo la dimisión de Rajoy y la convocatoria inmediata de tales elecciones. Cierto es que, al final, se partido cumplió, votando en contra de la moción de censura.

Queda, eso sí, la esperanza de que Sánchez se adapte, de verdad, a los Presupuestos ya acordados por el Congreso y pendientes aún del refrendo del Senado, donde no debe olvidarse que el PP mantiene su mayoría absoluta. Allí, sus “socios” mantienen un montón de enmiendas, incluso a la totalidad. Debe tenerse en cuenta que tales Presupuestos cuentan ya con el visto bueno de Bruselas. Empeñarse en gastos demagógicos puede ser una lógica tentación, pero no hay más remedio que atenerse a las previsiones presupuestarias. Todavía no hemos acabado de salir de una crisis muy aguda, y este año no es tiempo aún de medidas alegres que repercutan sobre el Estado o sobre las empresas, que son, en definitiva, las que contratan a los trabajadores.

En realidad. Sánchez lo tiene muy complicado. Si lo hace bien –lo que deseo en interés de España y de los españoles- lo aborrecerán quienes, no siendo del PSOE, lo han aupado a la Presidencia que ayer prometió, y si lo hace mal, lo castigarán los electores en las urnas.

Como el lector habrá podido deducir, no estoy muy de acuerdo con lo sucedido el pasado viernes en el Congreso de los Diputados. Y de las Diputadas, como es de prever que más pronto que tarde se llamará. ¡Qué lata, Señor, qué ganas de retorcer nuestro idioma!

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