Opinión

María: Virgen, Madre y Maestra

Pregunté a Myriam cuál había sido su comida navideña. “Muy sencilla, a base de verduras y pescado de agua dulce, guisado con limón: “la princesa del Nilo”, que aquí utilizamos mucho. Y había tanta lluvia por esos días, que desde mi ventana me parecía estar observando el diluvio universal. Clara me llamó a casa de nuevo, porque yo había faltado unos días a la reunión de la cafetería, ella es muy amable y no pierde su encanto a pesar de los recuerdos que a veces la invaden.
Cuando salió de la Choá, estuvieron entrenándola en Rumanía para cuando llegase a Israel, pudiese entrar en un kibutz sabiendo coser y ganarse la vida. El día de su boda repartieron unos caramelos a los niños que asistían, que no sabe de dónde salieron, seguramente alguno de los invitados los habría traído. ¡Estas criaturas  han pasado tanto! Yo canté para todos unos villancicos en español, no entendían nada, pero estaban embobados escuchando, ¡son como niños! Y me dijeron el “Shamá tobá”, feliz año”.
Observé a Myriam muy contenta, pues había llegado la víspera su hijo Meir, con los críos, y esto siempre es un gran acontecimiento para ella. “Al día siguiente, cuando volví a nuestra reunión diaria, estaban desbordados de un misterio que les envolvía y les intranquilizaba, pues habían visto y oído a un gran Rabino en la televisión israelita. El religioso estuvo comentando un tema que les sobrepasaba. El Rab había afirmado que Jesús de Nazaret vivió antes que los primeros padres Adán y Eva; ellos se lo decían a Myriam como una enorme noticia. Ella y yo, hemos repasado lo que dice Juan en su Evangelio, en el Prólogo, 1: “Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba al principio en Dios… Vino a los Suyos, pero los Suyos no le recibieron… Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto Su gloria, gloria como Unigénito del Padre, lleno de gracia y verdad..”. Es de justicia traer la verdad a su Pueblo. También hemos comentado el orden del país y y las ayudas sociales que allí les prestan. “Hablamos de otro mundo”, le dije con cierta nostalgia, pues aquí todavía no nos hemos repuesto de la corrupción que hemos vivido y sufrido en nuestro país, por culpa de algunos políticos y autoridades, que drenaron la economía social para su uso personal y enriquecimiento propio. Ella me alentó diciendo que allí sigue Olmer en la cárcel, por haberse apropiado de dinero estatal. “Ojalá algún día se acabe con el tráfico de influencia, la prevaricación, o la malversación de fondos, pues entonces sí que podremos vivir en un mundo más justo y humanizado, pero me da la sensación que va para largo”.
Con respecto a la situación que está ocurriendo en la zona fronteriza del norte, me comentó Myriam que un avión ruso y sin tripulación había atravesado los Altos del Golán, e inmediatamente tuvieron los israelitas que interceptarlo y destruirlo. Dijeron a sus dueños que lo sentían mucho, pero si volvía a ocurrir, incluso yendo tripulado, lo volverían a derribar. “Aquí se ayuda mucho y sin parar, a los heridos que llegan a las fronteras y que demandan socorro. Israel acude a sus necesidades, los curan y después los devuelven a su lugar de origen”. E incluso me comentó que había visto un reportaje en la TV israelita sobre los beduinos de la zona del Qumram, en el desierto, próxima al Mar Muerto, que siempre estaban cerca de las fronteras, pues del Gobierno recibían toda la ayuda que necesitaban. Con mucho dolor hemos hablado sobre el atentado en Jerusalem- Este, detrás del Muro de las Lamentaciones, que dejó cuatro muertos y trece heridos. Lo que hablamos, queda para nosotras. Le dije que había leído cómo viven los cristianos en Alepo, sus vecinos, según los testimonios de monjas y religiosos. No tienen miedo, a pesar del terror. Tienen siempre una mochila preparada, por si tuviesen que huir de prisa y corriendo. Celebraron las Fiestas Navideñas todos juntos en lo que queda de la Catedral, en medio de escombros. Una joven llevaba en su mochila los libros de la universidad. Dijo que si sobrevivían a los bombardeos, ella tenía que estudiar, pues al día siguiente les iban a poner un examen y quería aprobarlo…
Después de un largo silencio por parte de las mujeres romanas, Plautina hace al Señor una nueva pregunta: “¿Tú tienes alma?” “Sí, por supuesto. Soy Dios, pero he tomado naturaleza humana, así con este sacrificio Mío, por medio de la razón, he de destruir errores, liberar el pensamiento y el alma de la esclavitud que os encadena. La Sabiduría de Dios la esparzo como semilla y como polen. La santidad en la hora de la Gracia santificará a los hombres, y el Dios desconocido será conocido en el mundo”.
Paulina pregunta si ella verá ese triunfo, y Jesús le responde: “Lo sabrás, porque tienes hambre de saber. Tu alma ansía el Conocimiento Perfecto, y Yo soy la Verdad. Ven a Mi Mesa, pues Mi Palabra es el Pan de Verdad y Vida”: Lidia tiene miedo que sus dioses las castiguen. Jesús le explica la situación. “En una mañana de niebla llega el sol y la niebla desaparece. Entonces los prados resplandecen. Vuestros dioses se enfurecen ante el Sol, el Dios verdadero, y no os harán daño, pues no existen”.
Las mujeres romanas están felices con esta nueva revelación. Ahora comprenden mejor, y quisieran encontrarse más con el Maestro. Por fin Él les da la paz. Juana se llena de tristeza, pero Jesús dice que le espera mucho trabajo. Juana quiere contarle al Señor un asunto familiar que le preocupa, por lo que Jesús la invita a caminar con ella hasta la barca. “Cusa quiere enviarme a Jerusalem ahora que estoy sana, para que contacte con la aristocracia romana”. Jesús la consuela, dice que Él había deseado que ella estuviera allí, así tendría dónde hospedarse y ella podría seguirle más fácilmente. Juana se estremece de emoción  al conocer que todo está previsto por Él. El Rabbí se despide: “Sé buena esposa y obedece. Yo seré tu huésped la próxima Pascua. Ayúdame a evangelizar a más amigas romanas. La paz sea contigo”. Y ya la barca se aleja de la orilla… María está sola en Su casa de Nazaret, tejiendo en Su telar. Ha anochecido, por lo que una lamparita de aceite es la única luz que alumbra la habitación.
En el profundo silencio se oyen de improviso unos toques leves en la puerta. María se sorprende; “¿quién llama?” Un hilo de voz se oye al otro lado de la puerta:” Una mujer. En nombre de Jesús, te pido que me acojas”. Entra llorando, saluda a María con mucha sumisión, y le empieza a contar lo que fue su vida pasada, hasta que conoció a Jesús. “Tú eres la Madre del Bien y yo soy el mal”. La joven no deja de llorar y se arrodilla ante María. Es la muchachita del velo que estuvo en Aguas Claras. “Soy pagana, Señora. Y prostituta”. María se estremece al tiempo que conforta a la joven. La coge de la mano, la levanta del suelo, y con dulzura la invita a que se siente, pero ella se considera indigna y sigue llorando. Al fin, seca sus lágrimas y dice a la Virgen que su corazón está muy herido por el pasado que la persigue. Cuenta a María que vivía en Siracusa con sus padres, gente adinerada. Era muy bella y los tres estaban muy felices con su estatus de poder. Llora de nuevo al recordar cómo al hacerse danzarina muchas miradas masculinas iban hacia ella buscando placer, seducidos por su belleza. Ella dejó que uno de aquellos lujuriosos la sedujera, hasta que se corrompió del todo. Entonces conoció a Jesús, cuando Él fue a visitar lo que había sido la casa de Juan (el Bautista) en Hebrón, donde ella se alojaba por entonces, y cuyo dueño era ahora Scimmiai. Por el Rabbí supo que poseía un alma creada por Dios, a Su imagen y semejanza. “Y me di cuenta que Él había bajado a la Tierra, para salvar a lo que estaba podrido en el mundo. Yo estaba sola. Mi madre había muerto de dolor a causa de mi proceder, y mi padre me había repudiado al haberme dejado seducir por aquel pervertido. Yo era fango en medio del estiércol. Vivía rodeada de corrupción entre el patriciado romano, hasta que fui a parar a la casa de Herodes, para alegrarle bailando en las fiestas. Tenía un nuevo dueño, que parecía salido de las cloacas”. María lleva Sus manos al corazón, como si hubiese sentido una gran punzada de dolor. Aglae, se llama, continúa: “Me llevó a Hebrón, y aunque abundaba en joyas, vivía en una cárcel. Un día llegó el Maestro a aquella casa, para honrar a sus familiares ya fallecidos. Lo vi y sentí algo extraño dentro de mí, una sensación de que Él me arrastrada a seguirle. Lo invité a entrar pues no estaba mi dueño. La gente observaba desde fuera, y gritaba burlándose de mí.”
Jesús me habló con solemnidad: “Soy Jesús y Mi Nombre quiere decir Salvador, pues salvo a los que quieren cambiar de una vida perdida a otra de pureza y honradez. Soy como el médico que da la medicina a quien lo necesita”. Luego se marchó y me di cuenta de que mi espíritu empezaba a curarse. Sus palabras se grabaron en mi corazón.
A continuación fui con un velo a Aguas Claras, pues me dijeron que Él estaba allí. Comencé a orar y a dar limosnas. Huí del pecado y del hombre que me perseguía, y debo decirte que uno de los discípulos del Maestro también me perseguía para pecar, luego supe que su nombre era Judas…. Escuché Sus palabras. Cuando habló de la inocencia perdida quise decirle que me curase a mí, pues yo la perdí siendo muy joven, pero no me atreví. Una vez sanó a un leproso y sentí que me quitaba la lepra del pecado. Me socorrió el día que hubo una gran tempestad, mandando a los Suyos que me alojasen en los almacenes para cobijarme de tanta agua. También envió a un niño donde yo me encontraba, para decirme tan sólo “no llores”. Aunque me abordaban malos pensamientos, una voz me decía “espera”. Ya no quiero ser el despojo que fui, pero ahora soy perseguida y maldita, pues mi deseo es ya ser honesta para siempre. Han querido servirse de mí para herir a Tu Hijo, como si Él hubiese sido mi amante. Lo he buscado por Galilea. En Cafarnaún me dijeron dónde vivía Su Madre, y vine hasta aquí. Puedes arrojarme, pues soy fango, una prostituta, aunque Te pido piedad para mí. Dime qué debo hacer. Ojos, labios y lengua  han contribuido a mi mal. ¡Ayúdame, Madre mía!” María llora con inmenso dolor, y Aglae piensa que Ella siente asco y que la rechaza. “No lloro por ti, sino por aquellos que fueron tan crueles contigo. Yo te llevaré a Jesús y Mi Hijo dirá lo que debemos hacer. El mundo no te perdona, pero Dios sí. Él es el Amor Supremo, que ha venido a perdonar. Él es la Gran Víctima, y Yo tengo una gran herida en Mi Corazón, por la corrupción del mundo. Pero tú no llores, Aglae, porque el Señor te perdona. Piensa Quién te llevó a Judea. Es un misterio. ¿Quién te llevó a la casa de Juan?, y quién te iluminó para que lo recibieses en la casa. Él te dio ayuda Celestial, y con ello huir de la casa de Scimmiai. Debes comprender que el Señor te trajo hasta aquí, te ayudó a limpiar tu alma del pecado y consiguió que fueses un alma pura. Hija mía, Mi pureza es una gracia de Dios; para Mí es una forma natural de ser. Soy como una pequeña recién nacida, que sólo deseo estar unida a Dios en santidad. Sonríe, hija mía, porque estás salvada, ya que te has decidido por la pureza. ¡Oh, Dios Eterno! Salva a esta creatura que espera ser salvada gracias a su arrepentimiento. Y que Jesús, Sacerdote Eterno, te absuelva en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu”. María dice a la joven que se quede con Ella esa noche. “Descansarás y mañana te llevaré a la casa de unos amigos, que te acogerán como una más en la familia”. Pide María que se desprenda de esas ropas poco apropiadas para una joven piadosa. Le da unos vestidos sencillos, de hebrea. “Yo voy a Judea con Mi Hijo. La Pascua está próxima. En abril te veré en Betania, en la casa de Simón Zelote. Allí te encontrarás con Jesús y Él te instruirá”. La muchacha llora y besa las manos de María. “No tengas miedo, todo irá bien”. Atraviesan el huerto oscuro con una lamparilla de aceite. Y en una pequeña habitación junto a la Suya, aloja a la joven. Mientras tanto, Jesús ha llegado a la orilla del pueblo donde se va a unir con los Suyos, en barca, y toma el camino hacia la montaña que se ve a lo lejos. Va ligero. Por allí se ven poblados y campos de labranza. El trigo es abundante y ha comenzado a espigar. El Señor está llegando a la cima del monte Hermón, próximo al lago Merón, en donde se combinan las llanuras con las paredes montañosas. Y Jesús,  como un Ave Fénix, llega enseguida a donde están los Apóstoles y discípulos. Al primero que ve es a Felipe, que se sorprende mucho, pues habían quedado en juntarse todos abajo en la ciudad. Felipe llama a los que estaban por allí esparcidos. La alegría es inmensa, ya que no Lo esperaban tan pronto. Jesús está muy feliz al verlos de nuevo.. Entre los Apóstoles hay nuevos discípulos, que comienzan a ayudar en las labores del Apostolado. Algunos llevan cantimploras con leche, que les han traído sus amigos pastores, y agua para las necesidades básicas. Ha llegado mucha gente, entre los que se incluyen escribas del Templo y discípulos de Gamaliel. Pedro se ha colocado frente a Jesús y como un niño, atropella sus palabras, porque quiere contarle al Maestro todo lo sucedido de un golpe. “Maestro mío, ¡cómo habló Juan!, parecía que estuvieses hablando Tú o el sabio Salomón”. Juan dice al Señor que también Pedro lo hizo muy bien y que ya se señaló como “la Cabeza del grupo”. “Yo, que sólo sé decir cuatro palabras seguidas, ¡y encima hablando para tanta gente!”. Jesús está contentísimo al ver el alborozo de cada uno contando sus historias personales. Reconocen y consideran que el recogimiento en la cueva les ha cambiado la vida, ahora son otras personas, más felices y más confiadas en Dios. Pedro hace mención de cómo intervino Iscariote, gracias a su conocimiento y contacto con algunos que venían del Templo a escuchar los discursos y enseñanzas del Rabbí. El Señor quiere estar a solas con ellos, sin la gente que viene cada día de pueblos y aldeas, pero acuerdan que se dormirán en la cima, al descubierto, pues el tiempo es cálido y no van a pasar frío alguno. Así que el Señor se va a quedar a solas, hasta que ellos concluyan su labor, esperando en meditación y silencio. Se despiden. “La paz sea con vosotros”, les dice. Y por fin llega el encuentro cuando ha comenzado el crepúsculo. Apóstoles y discípulos se reúnen con el Maestro. También está Isaac el pastor, que aparece con mirada de asceta, de tanta oración y trabajo evangélico, que él lleva a cabo por los poblados circundantes. Juntan la frugal comida que cada uno lleva en su talega, la reparten, y cuando han comido, se quedan en silencio para escuchar al Rabbí. “Es necesario que recibáis Mi instrucción, pues pronto no estaré con vosotros. Mirad que los Apóstoles ya han logrado un total abandono en Dios. Debéis olvidaros de vosotros mismos, aunque sé que es difícil. Sabed que existe el “yo” del alma, que recuerda el origen divino del hombre. Y el “yo” de la carne, que recuerda la parte humana, y os arrastra.  Me refiero a la soberbia, el querer figurar y ser aplaudido, o sobresalir más que los demás. Todo ello os puede arrastrar y entonces ser vencidos por el mundo perverso, anulando el “yo” que os hace verdaderos hijos de Dios. Mis Apóstoles ya superaron esa vanidad y se han hecho más humildes, y saben presentarse con dignidad de primado, pero evitando destacar para no caer en presunción. Ellos sintieron a Dios muy cerca en la cueva, y se vieron más fuertes ante las inclemencias del mundo. ¡Cuánto bien recibís al estar atentos a la voluntad de Dios! Ellos ya han recibido un conocimiento muy profundo, y aunque no lo crean, llegará el momento en el que su formación saldrá a la luz y dará sus frutos. Sois nuevos discípulos, pues es necesario que aumente la grey de Cristo. Debéis, sin embargo, estar en alerta, porque el mundo os atacará, ya que hay muchos lobos que os quieren devorar y acabar así con la Doctrina que os dejo. Estad siempre en alerta. No podéis cometer errores, pues aunque las ovejas puedan equivocarse, vosotros no, que sois los pastores y podríais arruinar la Doctrina de Dios. Para ello, debéis evitar todo tipo de presunción. Cuando un pastor quiere ser un ídolo, lo arruina todo, y las ovejas se mueren; o bien, con el veneno que se les inocula, o porque al encontrarse desvalidos llegan los lobos a devorar a las presas”…  Todos están muy atentos y absortos asimilando cuanto el Maestro les enseña. Jesús hace una pausa para dejarlos pensar y tomar sus conclusiones. BIBLIOGRAFÍA: “Poema del Hombre Dios”, María Valtorta; Mt. 1,18-25; Lc.1, 26-36; Mt. 5,13-16; Mc.9, 49-50; Lc. 14,34-35

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