Ayer nos dejó José Mari. Su falta se notará en los plenos y se notará entre los periodistas que tratamos con él sobre temas políticos y económicos o que, simplemente, charlamos sobre asuntos de la ciudad. José Mari era el hombre tranquilo, esa persona educada que rompía con los cánones políticos. Porque él nunca mezclaba lo personal con lo profesional, y te sonreía siempre que te veía por la calle aunque esa misma mañana hubieras puesto a caldo a su partido en la legítima y necesaria crítica periodística que tan mal llevan otros. Pero José Mari no. José Mari siempre se paraba a hablar o te saludaba o incluso te daba la razón, porque sabía diferenciar y sobre todo reconocer.
Era un hombre discreto, siempre en segundo plano, nunca dando la nota ni ocupando el protagonismo por el que muchos y muchas se pegan tortas. José Mari era discreto y, como hombre inteligente, número uno en asuntos económicos, sabía perfectamente cuándo debía hablar y cuándo mejor callar aunque el coro dijera barbaridades o hablara sin fundamento.
Se nos ha ido una persona querida, muy apreciada entre los periodistas por ese talante, esa cercanía y ese saber estar. No le hacía falta más. Tampoco le habrán escuchado gritar, incurrir en faltas de respeto, en salidas de tono. Ese no era su estilo, no lo fue nunca. Se ha ido en silencio, se ha ido dándonos la sorpresa, la mala sorpresa a todos.
Se le echará de menos. Mucho, porque personas así, caballeros, quedan pocos. Personas así, sencillas, campechanas y educadas son tan casuales en el camino que cuando alguien se topa con uno de ellos marca. Y fíjense, seguro que sin pretenderlo, su marcha ha marcado a muchos de los que le apreciamos porque se sabía hacer respetar.