Opinión

Marcelino, pan y vino

A penas contaba cuatro o cinco años de edad cuando fui con mis padres a ver a «Marcelino, Pan y Vino». Todo el mundo hablaba de esta película y del niño que aparecía en ella. Todo el mundo hablaba del pequeño Marcelino, de su sonrisa, de la tristeza de sus ojos, de su pan, y de su vino… ¡Qué misterios tenían aquellas películas en blanco y negro! Pudiera decirse que estaban hechas para la historia, para la nostalgia, para el recuerdo de épocas que habrían necesariamente de conservarse antes que el viento del olvido las abandonara para siempre en el desván de los trastos viejos.

Películas en blanco y negro, para convertir los acaecimientos cotidianos en escenas de leyenda bajo contrastes ausentes de color, y pintados sin embargo, en la gama única y terrible de los grises. Marcelino, no era una película, ni siquiera una historia, ni un cuento… Marcelino, era una herida abierta al sufrimiento, al dolor, a la tristeza….Marcelino, es tal vez, una llamada a otro lugar, a otra estancia…a otro estado, en definitiva, del alma. Sí, no hay dudas, con Marcelino, extendemos el pan y el vino a Jesús, a Dios, al Mundo…No hay paz ni sosiego; hay entrega y pasión.

No existe alegría, ni tan siquiera asoman las risas de otros niños… En Marcelino, se adivina el alma de las cosas en su desnudez más absoluta, sin transición, sin estaciones, a bocajarro.

Se pasa a lo trascendente sin avisar, casi sin darnos cuenta… Marcelino, entra con temor en el desvencijado desván donde se estiban los apeos de labranza del huerto; se para un instante, continua, titubea, y por fin abre la puerta y se da de bruces con la imagen del Crucificado. Es tal el espanto que le produce la cruz y el Hombre ensangrentado, que sale corriendo atropelladamente hasta verse de nuevo al principio de la escalera.

Otro día, vuelve a intentarlo, subiendo uno tras otros los peldaños de la prohibida escalera. Avanza, gira despacio, con temor, la manilla de la puertezuela de acceso, traspasa la primera estancia y de nuevo se encuentra ante la puerta del Crucificado; la empuja, da un paso, dos, tres…y ya, finalmente, se encuentra a los pies de Cristo; levanta la mirada y al contemplar su sufrimiento, siente el milagro de la compasión en su corazón.

Una pena infinita se apodera de él ¡Tiene hambre!-dice-, y con las mismas, sale corriendo, alcanza la cocina y prende un pan; después, vuelve al desván, arrima una mesa a la cruz y le ofrece al Señor, con una sonrisa que sólo un niño puede ofrecer, el mendrugo de pan que le acaba de robar al padre “Papilla”… Marcelino, sin embargo, echa en falta a su madre…y así, un día sube de nuevo al desván y le ruega a Cristo, que le lleve al Cielo, junto a su madre. Jesús, en su compasión infinita, lo acaricia, lo envuelve amorosamente en sus brazos y le pide que se duerma, que para este viaje es mejor estar dormido: «¡Mañana, “Marcelino, Pan y Vino” estarás junto a tu madre…!» Abandone el Teatro Cervantes sin mediar palabra; cogí con fuerza la mano de mi madre y en silencio, ausente, trastornado, comencé a bajar la calle Real, hasta llegar al refugio claro de mi patio en el callejón del Asilo.

Mi madre me llevo a la cama, me dio un beso y me dejó solo en medio de la obscuridad… Pero, yo, no estaba solo, Marcelino, con un pan en la mano, se acercaba, y me mostraba al Cristo que se situaba con una lamparita a los pies de mi cama… No es un secreto que los niños tienen la gracia de poder sentir el roce de la mano de Dios. Un tiempo después, en Santapola, quedé perdido entre las barranqueras y pedregales que se localizan a la espalda del «Calvari».

La noche cayó sobre mí con su traje de sombras y obscuridad; sin embargo, no sentí en ningún momento el miedo y la soledad que pudiera embargarme en ese momento.

Sorprendentemente, apoyé mi cabeza en una roca, lancé la mirada a las constelaciones que titilaban en la negrura de la noche y, al momento, un sosiego lleno de una paz inenarrable fue entrando en mí como una lluvia suave que me protegiera de la soledad... Como una suave caricia que me alcanzara interiormente en el silencio de los sentimientos que sólo en los sueños pueden recordarse. Después, sólo habitó la paz inmensa del cosmos… Más tarde, solamente las voces angustiadas de Tere y Rafaela, y los chiquillos de la calle, consiguieron evitar que alcanzase las estrellas…

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