Dentro de un ser corriente, está otro ser, tan diferente, que cuando se miran, no saben que son almas gemelas.
Se observan, se dan coba, ya que no conservan recuerdos, esos que el mañana, marcaran la dirección de su brújula.
Sienten un imaginario complejo de utilidad, que vierten sobre su cerebro, y cuando encuentran un espacio, se auto-coronan de un orgullo que solo ellos pueden ver.
El desmadre acude cada vez que sus delirios avanzan hacia una verdad tan relativa, que solo él puede verla.
Mas la seguridad la ve el que está junto al espejo, que maquina una escena tan bella, que el producto de su ilusión maquilla y da alas a la sexualidad que el mismo se brinda, entre bambalinas inventadas y creadas a su antojo y deseo.
Más la gente le señala, le pone el dedo en sus llagas, que se revientan fácilmente y le dan el dolor y el cabreo mallusculo, y alborota su entorno, con unas pataletas que son dignas de un nene de corta edad.
No puede pensar, es único y solo él puede producir la verdad y las emociones más dispares.
Su proceso es identidad de una concepción de sus adentros, con una fantasía, donde los columpios son los tornillos de la Inquisición y los sillones son el centro de las críticas sobre él.
Y el “tíovivo”, sigue dando vueltas sobre su vida y ve siempre los mismos personajes, creados por él.
Retorna a sus elementales lugares donde fue un momento feliz y de allí no quiere salir, al estar rodeado de hadas que le sirven de escudo frente a la realidad.
Premia lo escuchado y da vuelos de un torpe ave aprendiendo el noble arte que tiene en sus alas, y se cuelga de ellas para lanzarse a una vida llena de errores, no bien calificados y si odiados por el y su propio yo.
Máscaras de identidad de alguien, o algo, que debe aprender a saber su lugar y su destino.