Muy próximo a cumplir sus 102 años, nos dejaba esta semana Manuel Alcalá, una personalidad muy querida y de gran relieve en la sociedad ceutí. Durante 70 años regentó su imprenta, ‘Imperio’, erigiéndose desde el primer momento en un entusiasta dinamizador de su empresa y del propio sector de las artes gráficas de Ceuta. Pese a su avanzada edad, colaboró con el Club de Mentores de la Asociación de Mujeres Profesionales y Empresarias. Maestro de Primaria, profesión que nunca ejerció al dedicarse casi desde niño a la imprenta de su padre, era también el hermano nº 1 de la cofradía de Nª Sª de África.
Conocí a nuestro protagonista en el inicio de la década de los noventa con ocasión de la publicación del número 7 de la serie ‘Cuadernos del Revellín’, que el director provincial de Cultura de entonces, el recordado Pepe Abad, tuvo a bien confiarme, para lo cual propuse a D. Manuel que tuviera a bien permitirme ‘picar’ mis textos en su imprenta en la que se iba a imprimir la obra.
Todo fueron facilidades y a partir de ese momento surgió entre nosotros una corriente de mutuo afecto y simpatía que hemos mantenido durante tres décadas. Tiempo en el que he tenido ocasión de disfrutar con el trato de un hombre de una extraordinaria humanidad, un gran empresario y una persona profundamente enamorada de la ciudad que le vio nacer y en la que estuvo integrado en las más diversas facetas.
Sucedió a su padre en la empresa que había fundado en 1924, tras comprar los talleres a Arturo Sierra junto con su amigo José Parres, ‘Tipografía Parres -Alcalá’. Doce años después, D. Manuel quedaba como único propietario al adquirir la parte de su socio. Nacía así la ‘Imprenta Alcalá’, llamada después ‘Imperio’, la más antigua de Ceuta.
“Aquellos si que eran buenos tiempos porque, además del trabajo local, mi padre se trasladaba todos los días a Tetuán donde contábamos con una excelente clientela, principalmente de los organismos oficiales que allí existían como capital del Protectorado”.
Pero aquella alegría fue efímera. La guerra civil supuso la ruina para la familia Alcalá. El golpe militar sorprendió a su propietario en Barcelona y, dada su ideología, le intervinieron sus talleres como garantía de las 350.000 pesetas de multa que le impusieron. Toda una fortuna en la época.
Seis años duró la incautación, periodo en el que la Alta Comisaría y la Falange se sirvieron de su imprenta para sus trabajos tipográficos, entre ellos el semanario ilustrado ‘Amanecer’, hasta que el gobierno decidió devolver los talleres a su propietario. Sucedió en 1942, año a partir del cual su hijo tomó las riendas del negocio, hasta su jubilación, durante siete décadas ininterrumpidas.
Hace ya varios lustros, cuando se constituyó la Cooperativa Olimpia, existían todavía once imprentas en nuestra ciudad, de las que sólo supervivieron la ‘Imperio’ y la ‘Olimpia’.
“Pretendimos entonces hacer una fusión general de todas las existentes en la ciudad. Se realizó un estudio de la maquinaria existente y del personal con el que se contaba, pero como esa fusión acarreaba inevitablemente una serie de despidos, aquello no cuajó, por lo que se pensó también en la cooperativa. Once talleres era algo descabellado para Ceuta. Nosotros trabajábamos todavía más para Tetuán que para la propia ciudad y cuando, años después, se nos cerró este mercado, surgió la creación de la Imprenta Centralizada Militar y el ejército, que era uno de nuestros principales clientes aglutinó en ella todas sus tareas. Aquello fue ya la puntilla. Cada vez íbamos peor, de ahí la necesidad de esa cooperativa, proyecto al que mi personal dijo que no, y seguimos adelante”.
Con una competencia foránea cada vez más fuerte y la aparición y desarrollo de las nuevas tecnologías, las imprentas dejaron de ser el negocio de otras épocas. Alcalá pese a todo resistió hasta el final abriéndose desde el principio a la reconversión de las antes denominadas industrias gráficas. Y llegado el momento de su jubilación, que prolongó cuanto pudo, traspasó la imprenta a un gran colaborador suyo y todo un gran profesional del sector como es Diego Sastre, con el que la ‘Imprenta Imperio’ sigue en pie todavía.
En los talleres de ‘Imperio’, convivió durante muchos años con otras más modernas una máquina plana, tipo minerva, fabricada en 1923 en Würznerg (Alemania) que posibilitaba una impresión perfecta a tres colores. Con ella se editaron los primeros folletos publicitarios para La Legión, así como la revista ‘Tropas Coloniales’, entre 1926 y 1928, años en los que la publicación era dirigida por Queipo de Llano y Francisco Franco.
Igualmente, cuando los talleres estaban en la calle Méndez Núñez, hasta que se derribó el edificio, se imprimió con aquella minerva el periódico ‘La Opinión’, tras su reaparición como diario en 1926 hasta su cierre en 1934, que daría paso, por cierto, al nacimiento de ‘El Faro’.
De tan legendaria minerva, maquinarias empleadas hasta principios de los sesenta cuando llegaron las primeras prensas cilíndricas, salieron también una serie de preciosas postales con grabados de Bertuchi utilizando la técnica de la tricomía.
“Con esta herramienta muchos profesionales aprendieron el oficio -me decía con orgullo-; te puedo referir nombres muy conocidos como Mondéjar, que comenzó a trabajar aquí desde niño y continuó hasta su jubilación. Otros como Hormigo o Maese… Yo tengo muy a gala no haber tenido que despedir nunca a nadie”.
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