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Manuel Abad

La luctuosa noticia de su fallecimiento me llegaba de Carmen Echarri cuando yo viajaba en el tren. Mi entrañable amigo Manolo Abad acababa de fallecer. No por menos previsible tan fatal desenlace, dado su estado de gravedad, me faltaban las palabras para interesarme por tan fatal trance. El Cercanías entraba en una zona de túneles y la cobertura del móvil hacía difícil la comunicación. En buena hora, me dije, dado el estado de abatimiento con el que te quedas en un caso como este.

A la tristeza por la muerte de Manolo se me unía la fatal casualidad de no poder estar acompañando en esos momentos a Teresa, su mujer, y a sus hijas, Paloma y Rocío, con las que me unen también los más entrañables sentimientos de cariño y recíproca amistad. Me volvía a suceder lo mismo que hará poco más de veinte años cuando se nos fue Pepe, el también inolvidable Pepe, el hermano de Manolo. Precisamente he querido elegir esa foto que ilustra este artículo en la que podemos ver a ambos, directores provinciales por entonces de Cultura y Educación, respetivamente, flanqueándome en la presentación de mi obra ‘Puente de la Almina’, el número 7 de la serie de aquellos magníficos Cuadernos del Rebellín, una de tantas genialidades de Pepe que desaparecieron tras su marcha del departamento ministerial.

“Mi hermano era ante todo un amigo. Ya sé que entre hermanos este lazo de amistad no es muy corriente. Pepe tenía cinco años menos que yo, pero en mi casa, desde muy pequeño, todos lo veíamos como el hermano mayor.  Quienes lo conocieron, coincidirán en que fue un hombre ingenioso. De pocas palabras, como mi padre, cuando el momento lo exigía, pero si contaba alguna cosa, hacía una crítica o aludía algo relacionado con su oficio de pintor, sus frases eran fulminantes. Nunca le faltó un auténtico y puro sentido del humor. Ni siquiera cuando la muerte lo tenía bien abrazado”, escribía en 2014.

Conocí a ambos en mis inicios en la decana E.A.J. 46, ´Radio Ceuta’. En los bajos del vetusto edificio que ocupaba la emisora tenía el padre la base de su camión al que tantas veces teníamos que bajar a darle los avisos urgentes de CEPSA o, a la inversa, cuando él precisaba usar nuestro teléfono.

“El profesor Abad era famoso en la calle, entre otras cosas, por el gran volumen que imprimía a su equipo de sonido, de manera que no era difícil oír la Patética de Chaikovski en la plaza de las Tendillas”

Estudiantes sus dos hijos en Sevilla, en sus vacaciones solían bajar de su casa de la calle Machado para acercarle algún recado a su progenitor, de ahí que en ocasiones coincidiera con uno u otro hermano. En una de ellas Manolo me confesó su profunda devoción por la música clásica, especialmente la barroca, pasión que habría de acompañarle de por vida.

-Ya que la emisora no emite entre las cuatro hasta las ocho de la tarde, ¿por qué no me dejáis en ese tiempo husmear en la discoteca y oímos esa música que tanto nos gusta a ambos y te cuento detalles de algunas de las obras maestras que encontremos -me propuso-.

Y hete aquí que la pobre radio local de entonces en las horas de silencio de sus emisiones sorprendiera a los viandantes con los sonidos orquestales de las más célebres composiciones que irrumpían desde los balcones de aquellos estudios del número 20 de la calle Alfau.

Lo anterior me ha venido a la mente tras entresacar de un artículo aparecido en este diario en 2011 de un compañero de Manolo a propósito de la época de ambos, ya en Córdoba, un ceutí cuyo nombre siento no recordar, este párrafo:

“El profesor Abad era famoso en la calle, entre otras cosas, por el gran volumen que imprimía a su equipo de sonido, de manera que no era difícil oír la Patética de Chaikovski en la plaza de las Tendillas”.

Tiempos felices para Manolo los de su época docente como profesor de Literatura Española en la en la Universidad cordobesa en la que supo dejar su impronta como docente, ensayista y brillante conferenciante. Autor de obras como ‘Manuel y Antonio Machado, dos biografías paralelas’, ‘Los comendadores de Córdoba’ o sus colaboraciones en publicaciones colectivas.

Y tiempos no tan felices también, como aquel incendio que le sobrevino años después en su preciosa casa andaluza de la calle Tomás de Ibarra de la ciudad de los califas, que puso en peligro su vida y de la que le sobrevinieron serias quemaduras. Pero me atrevo a decir que lo que más le dolió de aquel siniestro fue la quema de bastantes libros de su extraordinaria y voluminosa biblioteca, algunos de ellos auténticos incunables.

Manuel no olvidó jamás a su Ceuta del alma. Sus veraneos fielmente discurrían, al igual que su hermano, en la tierra que los vio nacer con aquellos deliciosos baños en las transparentes y frías aguas de la playa de Calamocarro de las que tanta apología hacían a sus amigos y compañeros de docencia de universidad.


A finales de 2010, nuestro protagonista daba su última lección en la Facultad de Filosofía y Letras cordobesa con ocasión de la solemne apertura del curso. Concluía así su largo periodo docente que iniciara a principios de los años setenta. Ya jubilado, dedicaba su actividad a la Universidad Internacional de Andalucía, a su producción literaria o al Instituto de Estudios Ceutíes.

Al igual que Pepe su retorno a nuestra ciudad se produjo en el arranque de la década de los noventa, en plena decadencia de la época de oro de los socialistas ceutíes. Había abandonado yo mi presencia en la Dirección Provincial de Educación después de varios años, cuando escasamente un mes después Manolo me llamó a trabajar a su lado. Todo un gran honor para mí. Especialmente recuerdo de esa época mi publicación, cada curso, de las ‘Estadísticas de la Educación en Ceuta’, la planificación para los cambios educativos del momento o su apoyo al desgraciadamente desaparecido Programa Prensa Escuela del ministerio, al que se me había confiado como coordinador, y con el que se volcó plenamente animando a todos los centros públicos y privados de Primaria y Secundaria a desfilar por la redacción y hemeroteca de este diario decano. Su cariño por la prensa era evidente.

Persona accesible, humana, afable y humilde donde los hubiera, no sé si pecaré de indiscreción si digo que en la Dirección Provincial y entre algunos docentes se le llegaba a nombrar como San Abad por ese carácter suyo que le llevó a tener las puertas de su despacho siempre abiertas a cualquiera e incapaz de decir no a nadie que accediera al mismo. De ahí que su marcha del departamento, tras la llegada del PP al poder en 1996, fuera especialmente sentida dentro y fuera de la Casa.

"Quienes históricamente somos fieles lectores de nuestro Faro podemos dar fe de la calidad, profundidad y perfeccionamiento de sus artículos de opinión, por lo general siempre aderezados con una fina y elegante ironía"

Plenamente comprometido a trabajar con cualquier aspecto y por la defensa de la cultura ceutí, aceptó en 1992 el reto de ser el pregonero de Semana Santa de ese año, que en mi opinión me atrevería a situarlo como uno de los tres mejores que he podido oír. No era fácil la tarea encomendada para una persona ajena por completo al ámbito cofrade o religioso, pero que con su brillante pluma y oratoria supo introducirse en esta liturgia oratoria desde sus recuerdos y el cariño por la celebración entreverando variantes sobre el obligado guion y estilo establecidos.“Sé que este pregón ha sido un discurso opaco, bien lejos de los pregones legalizados por la costumbre”, dijo.

Valga un párrafo suyo al respecto:

“…y frente a Cristo, también los políticos. Los políticos de una política minúscula y rastrera, que significa juego de mano y trampa de cartón. Los que hacen juego constante con la conciencia social. Los que ahora van y saben volver. Los que siempre dejan una puerta para escapar y ésta es secreta y oscura. Los que una vez incitaban al revuelo…”

Tres décadas después, ahí queda esa perla. Sobra el comentario.

A poco de su llegada a Ceuta, Manolo comenzó a colaborar asiduamente con este diario hasta prácticamente el final de sus días. Quienes históricamente somos fieles lectores de nuestro Faro podemos dar fe de la calidad, profundidad y perfeccionamiento de sus artículos de opinión, por lo general siempre aderezados con una fina y elegante ironía.

Recuerdo aquella mañana cuando acudí a su despacho y, cosa extraña en él, un gesto de contrariedad e indisimulado malhumor irradiaba de su semblante mientras, con el periódico abierto, me mostraba varios subrayados de palabras o frases…

-Fíjate los gazapos que aquí aparecen en mi artículo y no ha sido la única vez…

-Es que, claro, han de trabajar a tanta velocidad los chicos… Pero no te preocupes, a partir de ahora yo personalmente te los ‘picaré’.

Meticuloso en su elegante prosa y extremo cuidado con su producción literaria, había que comprender el disgusto de mi buen amigo. Tiempo después, a su nuevo y definitivo regreso a Ceuta de estos pormenores se encargaría su paciente hija Paloma, una vez ya incorporada esta a la plantilla de ‘El Faro’.

Su último artículo, ‘Ochenta años y uno más’ vio la luz el 10 de abril de 2021. Me atrevería a calificarlo como el anuncio de su próxima despedida de este mundo en el que otras cosas decía:

“…con estos ochenta, he vuelto a recordar aquello que se me ocurrió escribir en el margen de “Prepararse para bien morir”: “Llegó la hora de cerrar los libros; de abrir las ventanas y desplegar las alas”. La vida se queda corta. Es mi chantra favorito. Las celebraciones, pues, las tendré que dejar para más adelante. No es el momento adecuado para soplar velitas o romper piñatas”.

En la hemeroteca del periódico ahí queda su legado. Con su fallecimiento a los 83 años de edad, ‘El Faro’ pierde a uno de los más brillantes columnistas de su historia y Ceuta a uno de sus grandes valedores.

Hasta siempre, Manolo.

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