Esto no es», decía don Miguel de Unamuno, en relación con el régimen que los militares sublevados contra la República de 1931 instauraron en España. Unamuno había apoyado el golpe militar, pensando -ingenuamente- que restablecido los supuestos desordenes avivados por los grupos de poder -partidos afines al Nazi alemán y el Fascio italiano, la banca, terratenientes y la jerarquía de la Iglesia-, volverían a restablecer la República que el pueblo había votado de manera democrática. Pero no fue así, como bien sabemos todos, porque una vez alcanzado el poder -después de una terrible «Guerra Civil» de tres años de duración en la cual hubo un millón de muertos-, el fascismo más duro y fratricida gobernó nuestro país durante cerca de cuarenta años…
De igual manera, decimos: «Esto no es…», porque nunca debió presidir en la manifestación del 28 de febrero -día de Andalucía- una pancarta donde se rotulaba y se dejaba ver la palabra «racismo», porque en Ceuta no existe el racismo (*); sino una situación de precariedad social; precariedad que se ciñe fundamentalmente sobre la comunidad musulmana -50 % de la población- que es necesario abordar ya con la máxima urgencia.
La Constitución de 1978 en su artículo 14 prohíbe de manera clara y expresa cualquier discriminación por razón de raza, religión o sexo, con lo cual cualquier gesto en este sentido, deberá ser denunciado de manera inmediata en los tribunales y juzgados pertinentes.
En el año 1976 -siendo aún alumno en prácticas- viaje en el petrolero Ceuta, a Ciudad del Cabo en Sudáfrica, donde el régimen que entonces regía era el de «Apartheid», que segregaba a blancos y negros, en unas circunstancias de semiesclavitud para esta última población, que denigraba a la ciudadanía de color a extremos vergonzantes, dónde la educación, asistencia sanitaria, servicios y mundo laboral, se hallaban segregados bajo la supremacía de la oligarquía blanca.
Sin lugar a duda, no existe ningún punto de comparación entre la población negra de Sudáfrica en aquellos años y la comunidad musulmana actual de Ceuta. No se debe emplear términos abyectos y denigrantes como es el racismo de manera gratuita; como han hecho de manera irresponsable los organizadores de la manifestación de días pasados, porque es faltar a la verdad, y pone en peligro la convivencia entre las diferentes comunidades, que pueden hacer saltar por los aires una buena convivencia futura…
Bien es verdad -como hemos reseñado anteriormente- que en nuestra ciudad es urgente y necesario, elaborar un «plan de choque» que favorezca de manera inmediata a la comunidad musulmana, porque es bien sabido y a las pruebas me remito, que es el grupo humano más desfavorecido y depauperado de nuestra capital. No caben paños calientes, ni apaños, pues no hay que perder un minuto más, y que se empleen ayudas tanto locales como del Estado, para reequilibrar este oprobio y desnaturalizada situación en que viven nada más y nada menos que el 50% de los ciudadanos de nuestra urbe.
Sí bien, este hecho diferenciador, que pone en precario al colectivo magrebí frente a los otros colectivos, no ha sido adrede; sino producto del devenir de una población que ha ido en aumento al dar término la «tarjeta estadística», y adquirir la nacionalidad española con todos los derechos y deberes pertinentes; no por ello, el equipo de Gobierno del Sr. Vivas -Presidente de la Ciudad Autónoma de Ceuta- está exento de la responsabilidad de haber atendido en su día, estas ratios socioeconómicas desfavorables del colectivo que en cierta manera ha quedado marginado…
Es una verdad a voces, que el Sr. Vivas, no ha sabido encarar este problema con medidas acertadas que aminoren estas considerables diferencias -económicas y sociales-entre las diferentes comunidades de la ciudad; porque es bien sabido el despilfarro habido, pongamos: en la remodelación de la plaza de África y la calle Jáudenes (Larga), el coste de las farolas colocadas ha sido considerables, como si sobrara el dinero público, en vez de emplearlo en adecentar y modernizar las abandonadas barriadas periféricas como La Almadraba, El Mixto, Manzanera, Benzú, el Príncipe, entre otras.., y hasta el mismo Hadú, donde hemos podido columbrar a paisanos sentados en el suelo de las esquinas, porque no había un mal banco donde sentarse…
No; no acabamos de comprender este síndrome faraónico del Presidente y Alcalde de la ciudad, por dejar un legado donde quede su nombre escrito como una estela de los faraones del antiguo Egipto. No toda la culpa de este mal Gobierno es achacable al que rige los destinos del Consistorio; sino también a los propios ceutís que elección tras elección le han ido dando un cheque en blanco para que hiciera y deshiciera a su antojo, sin tener en cuenta donde se hallaban las verdaderas necesidades de la ciudad.
No; rotundamente no, no existe el racismo en nuestra ciudad; porque acudiendo al pretérito, hemos de añadir, que hacia el año 1970, el porcentaje de los paisanos magrebíes en nuestro municipio rondaba entre un 10% y 15%, y ahora sobrepasa, seguramente el 50%. Por tanto, las ratios estadísticas sobre la población son tan significativos que hablan por sí solos; porque de haber habido racismo, los musulmanes no se habrían incrementado de manera tan mayoritaria. De tal modo, qué, si nos remitimos al censo actual de la población, se le podrán achacar a las autoridades españolas cualquier adjetivo calificativo, pongamos: indolentes, pasivos, insensibles, nefastos, ineficaces, insensatos, cerriles, ineficientes, y cualquier otro que nos admita la Real Academia de la Lengua; sin embargo, estarán conmigo, en que en ningún caso se les podrá llamar racistas….
Todo lo anterior ha sido una reflexión en voz alta para dejar constancia de que en Ceuta no habita el racismo, sino que habita una desigualdad social entre las diferentes comunidades; sin embargo, la manifestación del 28 de febrero va mucho más lejos y, dicho en termino marinero: cala mucha agua. Porque es evidente que se trasluce un malestar de los musulmanes por la precariedad de su desventajosa situación; y un hartazgo de comprobar que la situación de abandono no remite, sino al contrario pudiera ir en aumento. Y, es claro que el clamor contra el racismo no es algo genérico, un grito a los cielos en solidaridad contra la discriminación y la xenofobia que se columbra en el mundo. Los organizadores de la manifestación han pretendido aglutinar la voz de todos los magrebíes contra una situación social que consideran injusta y discriminatoria, que para algunos -tal vez para muchos- raya en el racismo…
Ceuta, la Ceuta que me vio nacer, ahora es en barco a la deriva, sin timón y sin patrón que la gobierne. Nunca se pensó en la explosión demográfica que un día la comunidad musulmana traería consigo, por la falta de planificación en una ciudad de tan solo 19 Km2. Y, en esta limitación que tiene la ciudad en expandirse, tanto en términos económico como en habitabilidad, se traduce trágicamente en que no se crean nuevos puestos de trabajo que genere la industria, la agricultura, la pesca, o el sector servicios y el funcionariado; tan sólo subsiste un comercio cada vez más depauperado que no puede absorber a miles de desocupados que nunca encontraran un puesto de trabajo, salvo los trapicheos que pueda dar la frontera o el puerto.
Hay, muchas preguntas, que me gustaría no dejar en el tintero, acerca del porqué han salido 8.000 personas a la calle a testimoniar su malestar. ¿Qué es lo que subyace en el interior del alma de la comunidad musulmana, para valorar al racismo como una palabra determinante en esta manifestación? A fuer de ser sincero, no lo tenemos del todo claro, pero en mi opinión, no deben de equivocarse; porque no es una cuestión de racismo, propios de intelectuales aburridos en una soñolienta tarde de domingo; porque es una cuestión más sencilla, de andar por casa, de vuelta a la esquina… Sí; es una cuestión tan cercana que nos golpea todos los días a tres millones de españoles; porque lo que nos golpea a cada momento, sin descanso, sin piedad, es la falta de trabajo, y la desesperanza que produce saber -de ante mano-, que, a día de hoy, la ciudad tiene pocas posibilidades de crearlos, y por tanto, la cruda realidad que se impone, es buscar el mundo laborar en otros lugares de España, más industrializados y en mejores condiciones de oportunidades laborales.
Y, terminamos este artículo con la pretensión y el empecinamiento de tomar en su día su hebra y emborronar algunas cuartillas más acerca de lo narrado; porque de seguro se necesita una profundización mayor, que unas simples cuartillas para poner luz a la problemática abordada en el presente artículo. No obstante -no podía ser menos- hacemos un llamamiento a la prudencia, a la sensatez, y a la bien llamada cordura, porque podemos emplear cualquier palabra del diccionario; sin embargo, existen palabras que hay que tener mucho cuidado al emplearlas; porque las cañas se pueden volver lanzas, y el daño causado puede que en una situación de desesperación, ya no haya vuelta atrás, y la convivencia salte por los aires, sin que pueda hacerse nada por invertir la situación una vez estallado el conflicto en ciernes… Tened cuidado y respeto máximo, de no emplear la palabra «Racismo», en vano, como dicen del nombre de Dios…
(*) RACISMO
El racismo, según el diccionario de la Real Academia Española, es un sentimiento exacerbado del «sentido racial» de un grupo étnico, que habitualmente causa discriminación o persecución contra otros grupos étnicos. La palabra designa también la doctrina antropológica o la ideología política basada en ese sentimiento. Conforme a la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial aprobada por la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas el 21 de diciembre de 1965, «la doctrina de la superioridad basada en diferenciación racial es científicamente falsa, moralmente condenable, socialmente injusta y peligrosa, y [...] nada en la teoría o en la práctica permite justificar, en ninguna parte, la discriminación racial».
El primer artículo de la convención internacional sobre la eliminación de todas las formas de discriminación racial (1965) define al racismo como: Toda distinción, exclusión, restricción o preferencia basada en motivos de raza, color, linaje u origen nacional o étnico que tenga por objeto o por resultado anular o menoscabar el reconocimiento, goce o ejercicio en condiciones de igualdad, de los derechos humanos y libertades fundamentales en las esferas política, económica, social, cultural o en cualquier otra esfera de la vida pública.5
Existen autores que proponen distinguir entre el racismo en sentido amplio del racismo en sentido restringido. En el primer caso, se trataría de una actitud etnocéntrica o «sociocéntrica» que separa el grupo propio del ajeno, y que considera que ambos están constituidos por esencias hereditarias e inmutables que hacen de los otros, de los ajenos, seres inadmisibles y amenazadores. Esta concepción de los demás conduciría a su se regación, discriminación, expulsión o exterminio y podría apoyarse en ideas científicas, religiosas o en meras leyendas o sentimientos tradicionales. Afirma también la superioridad intelectual y moral de unas razas sobre otras, superioridad que se mantiene con la pureza racial y se arruina con el mestizaje. Este tipo de racismo, cuyo modelo es el nazi y el racismo occidental en general, conduce a defender el derecho natural de las razas «superiores» a imponerse sobre las «inferiores».6 El racismo en sentido restringido es una doctrina de apariencia científica que afirma la determinación biológica hereditaria de las capacidades intelectuales y morales del individuo, y la división de los grupos humanos en razas, diferenciadas por caracteres físicos asociados a los intelectuales y morales, hereditarios e inmutables.
Otorgar o retener derechos o privilegios basándose en la raza o rehusar asociarse con personas por su raza se conoce como discriminación racial.
Las actitudes, valores y sistemas racistas establecen, abierta o veladamente, un orden jerárquico entre los grupos étnicos o raciales, utilizado para justificar los privilegios o ventajas de las que goza el grupo dominante.
Para combatir el racismo, la Organización de Naciones Unidas adoptó en 1965 la Convención internacional sobre la eliminación de todas las formas de discriminación racial y estableció el día 21 de marzo como Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial.
El racismo sudafricano durante el apartheid
El apartheid fue un régimen de segregación racial implantado en Sudáfrica por colonizadores neerlandeses bóer o afrikáner, como parte de un régimen más amplio de discriminación política, económica, social y racial, de la minoría blanca de origen europeo sobre la mayoría negra aborigen, derivado a su vez del colonialismo. La palabra apartheid en afrikáner significa «segregación». En Sudáfrica, los colonizadores ingleses y franceses habían impuesto normas de discriminación racial desde comienzos del siglo XIX que continuó con los gobiernos «blancos» bóer.
El apartheid propiamente dicho se inició en 1948 con la toma del poder por parte del Partido Nacional. Este partido decidió implantar un régimen racista que consolidara el poder de la minoría blanca e impidiera el mestizaje de la población. Con ese fin sancionó en 1949 la Ley de Prohibición de Matrimonios Mixtos n.º 55/49, que prohibió los matrimonios de personas consideradas «blancas» con personas consideradas «no blancas». Al año siguiente la separación sexual de los habitantes, según el tono de piel, se completó con la Ley de Inmoralidad n.º 21 de 1950, que reguló la vida sexual de los ciudadanos, prohibiendo la «fornicación ilegal», y «cualquier acto inmoral e indecente» entre una persona blanca y una persona africana, india, o de color. Estas normas implantaron lo que se conoció como «pequeño apartheid».
En 1955 en un congreso llevado a cabo en Kliptown, cerca de Johannesburgo, varias organizaciones opositoras, incluyendo el ANC y el Congreso Indio, formaron una coalición común que adoptó la Proclama de Libertad, con el fin de establecer un Estado sin discriminación racial. Las luchas anti racistas fueron severamente reprimidas por el régimen bóer, incluyendo matanzas y detenciones masivas. Entre los líderes negros detenidos se encontraba Nelson Mandela que permaneció preso durante 27 años (1963-1990).
Estados Unidos y los países de Europa Occidental toleraron el apartheid durante las décadas de 1950, 1960 y 1970, debido a que Sudáfrica había adoptado una posición abiertamente anticomunista. Por el contrario, los países del bloque comunista liderado por la Unión Soviética denunciaron desde un inicio al apartheid como un régimen racista incompatible con los derechos humanos. A partir de la década de 1970, el régimen sudafricano comenzó a ser rechazado por la opinión pública mundial y la mayor parte de la comunidad internacional, y su apoyo comenzó a limitarse a los Estados Unidos, Israel y las dictaduras iberoamericanas de ese momento (Argentina, Brasil, Chile, Uruguay, etc.).
Los conceptos de raza, nación y clase han sido elementos centrales para diversas interpretaciones y respuestas a la opresión sudafricana. Asimismo, destacan el papel de elementos que considera centrales para explicar este fenómeno de la opresión, como sería el caso de la ideología. En el caso sudafricano se destaca el enfoque racial que ha derivado en la exclusión de los blancos de las luchas de liberación contemporánea y enfatizan la educación política sobre la organización (A. W. Marx, 1991).[2]