Aprovechando el solaz veraniego, el Presidente de la Ciudad y el Delegado del Gobierno, impúdicos imitadores de los modos protocolarios de mayor rango, han escenificado un encuentro en la cumbre (eso dicen). Una reunión tan vacía como ridícula, cuyo único objeto es la insistente autopropaganda. Para ello han vuelto a presumir de inversión pública. Los mismos millones de siempre. Recurriendo al truco de las películas de presupuesto escaso (hacían circular al mismo indio mil veces para que en pantalla aparecieran mil indios), cada tres meses hacen un balance ante la opinión alardeando de los mismos proyectos. Eso sin contar con el lacerante sarcasmo de que la partida que realmente eleva la cifra es la construcción del presidio (cien millones de euros). Es curioso observar cómo se burlan de este pueblo. Pretenden que les aplaudamos hasta nuestro propio suicidio.
Lo más interesante de este patético spot han sido las declaraciones posteriores. El Delegado del Gobierno, caracterizado por la profundidad de sus pensamientos, ha dicho que las críticas a su gestión provienen de personas a las que les molesta que las “cosas marchen bien en Ceuta”. Toda una declaración de principios.
En primer lugar, refleja nítidamente la conducta de una estirpe de individuos, que se han colado de rondón en la democracia, convirtiéndose en políticos profesionales con absoluto desapego de la ideología. Atrincherados en su despachos oficiales, defendiendo la nómina con uñas y dientes y sin más ambición política que su bienestar, identifican el destino de la ciudadanía con el suyo propio. Y es verdad que a ellos el negocio les marcha de maravilla. En nuestra ciudad, todos los militantes activos del PP viven desahogadamente exprimiendo los presupuestos públicos. Los del PSOE también. Lo que ocurre es que en este caso más discretamente, ya que si descontamos los jubilados, no llegan a la media docena. Cada uno con su carguito.
Pero tras esas manifestaciones subyace algo bastante más grave. Ceuta es una Ciudad muy singular. Es completamente cierto que una parte muy importante de la población disfruta de un nivel de vida envidiable. Los sueldos públicos reforzados por el plus de residencia, las bonificaciones fiscales y el bajo coste de algunos servicios (por ejemplo el doméstico), permiten a muchísimas familias ceutíes aproximarse a sus aspiraciones de felicidad material. Se aíslan de los problemas en un espacio público diseñado a su medida, agradable, hermoso y acogedor. La otra cara de la moneda la representa un segmento de población del mismo tamaño que el anterior castigado a sufrir irremediablemente toda suerte de calamidades (con especial incidencia en el paro). Este es el modelo de Ciudad que propugna, fomenta y consolida el PP de Vivas. Y tiene su lógica. En Ceuta existe un amplio sector de ciudadanía de ideario de extrema derecha. Son conservadores, reaccionarios y racistas que, sin embargo, no tiene expresión política diferenciada porque se sienten bien representados por este PP. La derecha es así por definición. Insolidaria, injusta, cruel y despiadada. Lo que ya cuesta más trabajo digerir es que el delegado de un Gobierno que dice ser socialista, que inunda su discurso político con apelaciones a la igualdad, y con constantes críticas furibundas a la derecha; en Ceuta se posicione a favor de esta forma de concebir la política. El Delgado, a título personal, tiene todo el derecho del mundo a pensar como quiera (no será el primer fascista, ni el último); pero como estandarte de una ideología tiene la obligación moral de ser respetuoso con sus fundamentos.
Este apoyo declarado del PSOE al Gobierno del PP tiene también un componente de estafa electoral. ¿Para qué va a pedir el voto el PSOE si se muestra satisfecho con la gestión de Vivas? Lo hace apelando a los sentimientos. Muchos ceutíes que se sienten de izquierdas votan al PSOE no por la política que hace aquí, sino por su trayectoria histórica y por lo significa en el conjunto de España; y posteriormente, los malversadores locales ponen ese voto a disposición de la derecha más recalcitrante. A cambio de mísero un plato de lentejas.