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En la Piel | La madurez de la ‘aldea’ del CETI

Los Centros de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Ceuta y Melilla son oficialmente “establecimientos de la Administración Pública concebidos como dispositivos de primera acogida provisional destinados a dar servicios y prestaciones sociales básicas al colectivo de inmigrantes y solicitantes de asilo que llegan a alguna de las ciudades autónomas en tanto se realizan los trámites de identificación y chequeo médico previos a cualquier decisión sobre el recurso más adecuado en función de su situación administrativa en España”.

Para José Manuel Duran, director del de El Jaral desde hace cinco años, el CETI también se puede definir como “un pequeño pueblo”, casi una aldea. Plantado en medio de “la plaza”, donde se organizan actividades y los acogidos se sientan en los bancos para hablar por teléfono con sus familias, el docente gira sobre sí mismo en el sentido de las agujas del reloj.


“Así como un pueblo del oeste, al fondo, donde están las banderas, tenemos el control de entrada con el personal de vigilancia que se encarga de la seguridad; enfrente se ubica la ‘alcaldía’, donde están las dependencias de Dirección y los técnicos; junto a la imagen de Vicente Ferrer se encuentra la zona de enfermería… Tenemos a los ‘sheriff’, al ‘alcalde’, la ‘botica’ y nos falta la ‘cantina’, el comedor, que también se encuentra aquí al lado en la ‘plaza’… Un poco más allá ubicamos el centro de formación, la ‘escuela’, y en la parte de abajo, las habitaciones y el área deportiva, el ‘pueblo’ en sí”, completa el símil.


La Administración General del Estado cerró hace años las puertas de los CETI a los medios. Durán lo justifica con sentido común de ‘casero’ respetuoso: “Debemos entender que para los acogidos esta es su casa y yo en mi casa no invito todos los días a que venga cualquier a ver dónde y cómo duermo, qué hago… Hay que respetar esa intimidad”, razona con ‘El Faro’, al que el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones ha permitido pasar un día dentro de este equipamiento inaugurado en marzo del año 2000 tras una construcción “rápida”, con bloques de hormigón armado, como respuesta urgente y estable al incipiente fenómeno migratorio tras los sucesos de El Ángulo de octubre de 1995 y el campamento de Calamocarro.


Abdelah Mohamed y Viviana Navarro, responsable de restauración y cocinera, trabajan en el CETI desde que abrió sus puertas. Hoy el rancho incluye macarrones en un menú en el que nunca falta primer y segundo plato y postre, casi siempre con arroz como guarnición y básicamente “dieta mediterránea”. “Es complicado dar de comer a tanta gente de tantos sitios distintos y a veces con costumbres muy diferentes, pero intentamos adaptarnos y atender sus gustos”, afirma la jefa de fogones.

De más de 1.000 a 200

“El Centro ha ido evolucionando en busca de una mejoría constante tanto para los residentes como para los trabajadores y nosotros llevamos por así decirlo un restaurante para mucha gente, ahora menos que en otras fases”, describe el responsable de la empresa Vivera, concesionaria del servicio.

Lo sabe bien Durán, que llegó a la Dirección del CETI en 2018, cuando la ocupación media de las instalaciones fue de 714 acogidos, la mayor de su historia, con picos puntuales por encima del millar (en un solo salto en grupo en julio accedieron a la ciudad 602 indocumentados) y tiendas de campaña hasta en el aparcamiento del Centro Ecuestre anexo. El equipamiento se abrió con 480 plazas de capacidad máxima operativa que posteriormente se amplió a 512 (ocho módulos con ocho habitaciones en cada uno y ocho camas por cuarto).

Hoy el Gobierno central trabaja para que, siempre que sea posible, no haya más de alrededor de 200. Su perfil, atendiendo a su población actual, es el de un varón joven (176 de los 235 residentes actuales tienen entre 16 y 25 años y solo hay diez mujeres atendidas). “El CETI se creó pensando en la recepción de hombres jóvenes subsaharianos, pero con el paso del tiempo nos hemos adaptado para atender a mujeres y familias, por lo que actualmente a petición del Defensor del Pueblo existe un módulo específico para otros perfiles, se escolariza a los niños acompañados, se asiste a las personas del colectivo LGTBI, se sigue la existencia de potenciales problemas de Salud Mental…”, desgrana.

Para conseguir esa mutación ha ayudado que la Justicia terminase de torcer el brazo a Interior desde el Supremo en lo que a la libertad de movimiento por territorio nacional de los solicitantes de protección internacional con petición admitida a trámite se refiere. Su sentencia de julio de 2020 contra la inscripción ‘válido solo en Ceuta’ acabó con las estancias de hasta dos y tres años de los inmigrantes en El Jaral.

El veredicto llegó cuando la pandemia ya lo había, en realidad, cambiado todo, también para el CETI, que vio reducidas casi a cero las entradas de migrantes procedentes del África Subsahariana, que durante las dos décadas anteriores había sido su población mayoritaria, y comenzó a recibir casi exclusivamente nacionales del país vecino y el resto del Magreb.

“Estamos en un nivel de unos 200 albergados porque pensamos que esa cifra puede ser idónea para poder responder a cualquier tipo de entrada masiva, pero también para manejar las instalaciones y trabajar con los residentes, no generar ningún tipo de alarma para la ciudad en un caso de pandemia como el de la Covid-19 en el que nos preocupamos mucho tanto por los usuarios como por el resto de Ceuta, ya que en módulos con 84 personas hubiera sido relativamente fácil poder causar problemas al sistema sanitario de toda la ciudad”, advierte el director del CETI.

Para la doctora Fatima Almakrini, jefa del Servicio Sociosanitario que presta la empresa Eulen con un equipo de 11 profesionales, la gestión que se hizo de la pandemia en el Centro también es un motivo de “orgullo”: “Aquí no se produjo ni un solo contagio, ni un foco”, destaca la médico, que capitanea al grupo que se encarga de revisar y aplicar los protocolos a los recién llegados.

La facultativa asume que, como jóvenes que suelen ser, habitualmente no se topa con patologías conflictivas: “Hacemos pruebas de tuberculosis, de enfermedades contagiosas y venéreas, de hepatitis B y del VIH, de anemia, también de salud dental… Es raro encontrarnos con cuadros de hipertensión o diabetes, aunque también nos hemos encontrado incluso pacientes cardíacos y traumatismos cuando se trata de saltos de la valla… Incluso embarazadas, que hace nada hemos incorporado a una niñita”, bromea feliz con la reciente ampliación de la ‘familia’.

Almakrini y su equipo son de los primeros en tomar contacto con los nuevos residentes en el CETI, donde Sumaia Mohamed, técnico de integración social (TIS), y sus compañeras Laura García y Karima Mohamed ejercen de primeras cicerones.

“Nosotras”, explica la primera, “les damos la bienvenida, les asignamos habitación, les explicamos el protocolo de primera acogida y las normas de convivencia, los servicios y prestaciones a las que pueden acceder… Les contamos un poco cómo funciona esta pequeña ciudad y a partir de esa primera toma de contacto nos convertimos un poco en sus referentes porque además estamos en la zona de residencia de manera casi permanente trabajando mucho la escucha activa”.

Las TIS “observan”, “detectan necesidades” y derivan a los residentes, en función de su perfil y necesidades, “al servicio jurídico, a atención psicológica o sanitaria… “Digamos que analizamos todo lo que vamos detectando para facilitar la integración de los residentes dentro y fuera del Centro”, resume Sumaia Mohamed. También “intentan evitar conflictos” y, si se dan, “resolverlos fomentando siempre la buena convivencia”.

Convivencia

“Cuando en un espacio reducido convive mucha gente, me da igual su nacionalidad, sexo, credo u origen, porque yo al menos siempre hablo de personas, siempre puede haber complicaciones, habitualmente encontronazos que suceden fuera y se trasladan dentro”, contextualiza Durán. “El camino endurece”, advierte el director del CETI sobre la ‘mochila’ con la que llegan a Ceuta algunos migrantes tras aventuras migratorias en ocasiones de años, siempre dramáticas, a veces trágicas.

“Muchas personas asumen lo que han aprendido en ese proceso: si tú me das yo te doy, si tú me pegas yo te pego… Cuando llegan aquí trabajamos en la asunción de unas normas, en la existencia de mediadores para resolver los conflictos, y los residentes ven que funciona y la tensión disminuye, aunque vengas huyendo de tu país y aquí te topes un compatriota que allí estaba en el otro lado”, amplía Durán, que también cree que la reducción de los tiempos medios de estancia también ha contribuido a rebajar la “incertidumbre” sobre el futuro de cada acogido y, por lo tanto, el riesgo de cortocircuitos por “malestar”.

Eso ya lo advertía hace más de veinte años Manu Chao en ‘Calamocarro’, la canción que dedicó al campamento de la playa, “un gueto para inmigrantes al que llega gente de toda África y espera, espera, espera”: “Cuando se estacan las migraciones nunca es algo bueno porque son como un río, y si se estanca el agua se pudre”.


El jefe de Mantenimiento del CETI, Ahmed El Ouazzani, es una voz autorizada para hablar de la convivencia en el Centro, que considera “mi segunda casa”. “Esto es como un pueblo”, insiste en la comparación el operario tras once años en El Jaral, “que ha cambiado mucho para mejor en términos de gestión con el paso del tiempo y donde el trato con los inmigrantes es buenísimo… De cero a diez yo diría un 9,5”, puntúa sobresaliente. Fuad Abdelkader, que desde 2017 trabaja en la adjudicataria de la limpieza, ahora la compañía OHLA Servicios, corrobora: “La relación con los acogidos es muy buena, como con el resto de trabajadores”.

Elena Iglesias es la abogada de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), la organización que bregó durante años en los tribunales contra las restricciones de movilidad que Interior imponía a los residentes en los CETI de Ceuta y Melilla como una especie de medida disuasoria de entrada en las ciudades autónomas que, al mismo tiempo, espantaba a los potenciales solicitantes de asilo de ejercer ese derecho.

“Nosotros nos encargamos de intentar garantizar que los habitantes del CETI conozcan los procedimientos para ejercer sus derechos: a las pocas horas o días de llegar se incorporan a charlas grupales y, posteriormente, cada uno recibe atención individualizada si la precisa y requiere… Ahora mismo estamos recibiendo perfiles muy potentes de protección internacional procedentes de países como Sudán o Yemen y la nueva jurisprudencia, que asegura a los solicitantes su salida con la admisión a trámite de sus expedientes, se ha eliminado el bloqueo”, valora.

El reto de la integración

La celeridad en el paso por Ceuta, que solo es una escala en su proyecto migratorio para la práctica totalidad de los que pasan por el CETI, solo tiene a juicio de Sumaia Mohamed una parte negativa: “Al principio les cuesta adaptarse porque, como es normal, llegan con cierta desconfianza, un poco a la defensiva, y si la estancia es corta no nos da tiempo a hacer un seguimiento, un trabajo integral, más a fondo, pero en general su respuesta es buena a los talleres de alfabetización y de habilidades sociales que les pueden dar herramientas básicas de integración en sus puntos de paso posteriores”, indica la TIS.

Teresa Ferrer es la maestra de Cruz Roja que se encarga de enseñar nociones básicas de castellano a los migrantes interesados. “Hay algunos que realmente se implican por ejemplo en aprender español y otros que no, que deciden que hasta que no lleguen a su destino van a adoptar una estrategia de subsistencia con su grupo para seguir adelante”, distingue Durán.

‘Mamá’ Teresa, como la llaman sus alumnos, trabaja de 9.30 a 13.30 horas con los primeros con recíproco entusiasmo: “Estas clases son voluntarias, así los que vienen están muy interesados y son muy trabajadores y te piden más”, avisa. “Hay algunos que no han tenido la suerte de estudiar nunca en sus lugares de origen y fijaos el mérito que tienen”, ensalza a sus “verdaderos artistas”, en los que se apoya para explicar a los visitantes lo que hacen.


El sudanés Mustafa es uno de los que “jamás” fueron al colegio en su país, pero que en el CETI ha interiorizado la trascendencia de leer y escribir, de “hablar español, aunque sea un poco”. A cuatro pupitres, Mohamed, un compatriota con un perfil académico radicalmente distinto, ingeniero informático que apenas lleva diez días en Ceuta, vence el rubor que atenaza a otra compañera para soltarse en castellano: “Aprendo rápido para encontrar trabajo aquí, cerca, cuando salga de aquí, aunque estoy contento en el CETI”, confiesa.

De hacer la vida de los residentes en el Jaral más agradable fuera de las paredes del Centro a su paso por Ceuta se encarga, entre otros, Estefanía Muñoz, trabajadora social de Cruz Roja. “Muchas veces el problema que tenemos con nuestros usuarios es que lo tienen un poco complicado: por el lenguaje, porque estamos un poco lejos de la ciudad… Actividades como la que organizamos con la Facultad de Educación de la UGR durante todo el curso universitario son muy importantes porque conocen gente fuera, quedan para salir…”, ejemplifica.

“Mi trabajo consiste en que después del camino que han seguido saquen una sonrisa, se diviertan y se socialicen con otras personas… A mí me gusta hacer cosas fuera del CETI, que la gente conozca a los residentes, porque muchas veces cuando los conocen cambia la visión de la gente”, relata Muñoz, que también ha consolidado cada año la conmemoración del Día de África, una “bendita locura” que crece cada año de la mano de la Fundación Premio Convivencia y la UGR.

Tras más de una década trabajando en el Centro, la trabajadora social compara su día a día con “una montaña rusa”. “Han cambiado muchas cosas en el CETI, pero aquí nunca te vas a aburrir porque jamás sabes lo que va a pasar mañana… Esto es como una montaña rusa y yo aquí he encontrado músicos, pintores… Entonces digo, guay, alucino… Eso es lo bonito de mi trabajo porque aquí hay de todo, como en todas partes, y hay usuarios que dejan aquí raíces, que una vez en la península vuelven cada año, dan charlas y demuestran a los demás que realmente hay posibilidades”, se congratula.


Sobre cómo aprovechar esas oportunidades habla a los residentes Reduan Mohamed, abogado de la Delegación de Andalucía Acoge en Ceuta. “Nuestro trabajo se basa en proporcionar a esta población migrante conocimientos básicos y acompañamiento para conocer sus derechos en materia de Extranjería para regularizar su situación sean o no solicitantes de asilo en su sociedad de acogida con el propósito de construir una más plural y multicultural”, condensa.

“La percepción de la inmigración”, reflexiona Durán sobre cómo aprecia que gestiona la sociedad caballa la existencia del CETI y el fenómeno migratorio en general, “depende mucho, creo, de la experiencia individual: si, como me ha pasado a mí, has tenido un accidente y la primera persona que te ha ayudado es un inmigrante, seguramente sea más positiva… Si has tenido una mala, peor”.

“Yo creo”, se muestra convencido el director del Centro, “que en líneas generales no existe una mala impresión del CETI porque tampoco hay motivos para que la haya... Ceuta es una ciudad solidaria que ayuda a quien haga falta, inmigrante o no, y si esta sociedad necesita en cualquier momento una mano de nuestros residentes también puede contar con ella aunque su objetivo sea coger el barco de ‘Valeria’ [Baleària] cuanto antes”.

Personal propio, oenegés y adjudicatarias de servicios

El Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Ceuta cuenta actualmente, detalla su director, José Manuel Durán, con solamente cuatro funcionarios. A ellos se suma el personal laboral (técnicos, trabajadores sociales, jefe de Residencia y jefe de Programación) y los trabajadores que dependen de distintas empresas prestatarias de servicios como vigilancia y seguridad, lavandería, enfermería, restauración o limpieza. Junto a ellos complementan la atención a los residentes a la hora de darles alternativas de ocio y tiempo libre y de conocer y atender sus vulnerabilidades diferentes organizaciones no gubernamentales. “Aquí trabaja la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), que da información y asistencia jurídica en materia de protección internacional o cualquier otra situación que se plantee”, precisa Durán. Cruz Roja gestiona las clases de castellano, talleres de ocio y tiempo libre, asistencia psicológica... Por los pasillos del Centro también se ve a especialistas de ACCEM, Andalucía Acoge o el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). “La administración”, valora Durán los planes del Ministerio de Inclusión, “se está implicando en la creación de empleo para atender con personal laboral fijo a los acogidos a través de oposiciones para mediadores, técnicos de integración social, etcétera”. “Tenemos que tener en cuenta los colectivos y el perfil de cada persona que recibimos: gente del grupo LGTBI, que proceden de conflictos bélicos, que desarrollan problemas de salud mental en su periplo migratorio o que revelan problemas de integración, pero respetando la libertad de cada persona porque para la mayoría de los usuarios Ceuta, incluso España, no es más una etapa de tránsito en su ruta”.

Más de siete millones para una reforma integral

El Plan Integral de Desarrollo Socioeconómico de Ceuta prevé que el Estado acometa de aquí a 2027 una inversión de 7,3 millones de euros en el CETI de Ceuta para “ajustar su capacidad de acogida al tamaño actual de la demanda, así como reforzar la eficiencia del sistema adaptando las prestaciones e itinerarios de acompañamiento que se ofrecen a los diferentes perfiles de solicitantes”. No se trata, según Durán, de “ampliar” su capacidad, sino de “mejorar las instalaciones” y tenerlas preparadas para cualquier posible llegada en grupo. “El equipamiento requiere reformas en las canalizaciones de pluviales y fecales para evitar filtraciones y posibles problemas de corrimientos de tierras”, detalla el director sobre un complejo construido hace un cuarto de siglo sobre “terrazas”. La lavandería se llevará a la parte superior del Centro y en el escalón inferior se habilitará un pequeño gimnasio al aire libre. También se contempla construir espacios de ocio ajardinados para las familias y niños acogidos, así como levantar un pabellón polideportivo cubierto que, en caso de necesidad, pueda ser utilizado como albergue de emergencia sin tener que recurrir de nuevo a tiendas de campaña en situaciones de colapso. En paralelo se prevé acondicionar la habitabilidad de los módulos residenciales y liberar un bloque como polifuncional.

Las frases

Estefanía Muñoz. Trabajadora social

“Esto es como un montaña rusa... Yo he encontrado músicos, pintores...”.

Elena Iglesias. Abogada de CEAR

“Estamos recibiendo perfiles muy potentes de protec-ción internacional”.

Ahmed El Ouazzani. Jefe de Mantenimiento

“Esta es mi segunda casa y la relación con los acogidos es un 9,5 sobre 10”.

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