La madrugada del 29 de septiembre de 2005,
la Guardia Civil fue testigo de uno de los mayores dramas de la inmigración ocurrido en
la valla de Ceuta. Hoy, 16 años después, políticos, periodistas, economistas y empresarios
se reúnen para diagnosticar cómo vender una marca Ceuta bien alejada de la realidad que se vive en
la Frontera Sur. Una realidad dura, definida por las muertes ocurridas en la valla o en el mar, en el intento de sortear las barreras financiadas por Europa pero situadas en las dos ciudades autónomas. Aquella madrugada, de la que hoy se cumplen 16 años,
murieron cinco subsaharianos en la valla y cientos resultaron heridos. Huyeron hacia el vallado mientras agentes marroquíes disparaban. Nunca hubo juicio por aquellos crímenes. Bomberos tuvo que retirar el cadáver de uno de esos jóvenes de la alambrada que coronaba la valla y que ya ha sido retirada por el mismo partido en el Gobierno que la colocó. Fue sin duda una de las noches más largas y duras. Una de las noches de las que muy pocos se acuerdan, una de las noches en la que se escribió una crónica de injusticias a la que siguió otra de auténticas barbaridades, con la devolución masiva de subsaharianos que fueron trasladados en autobuses al desierto por los agentes marroquíes. Los audios filtrados de las conversaciones mantenidas entre guardias civiles evidenciaron las órdenes del mando de la Benemérita instando a abrir las puertas para echar a todas las personas que se habían quedado en el vallado, algunos en el espacio entre fronteras y heridos. Todos fueron rechazados, unos 200 terminaron ingresados por diversas heridas en el hospital o llevados hasta el CETI. Aquella escapada hacia la valla fue motivada por las batidas con palos y perros que se realizaron en los campamentos. Asustados, hombres y mujeres escaparon en dirección a Ceuta, saltando la valla con escaleras en una marea humana que terminó de la peor de las formas, sobre todo cuando comenzaron a escucharse disparos. Fueron más de 700 los participantes en aquella entrada masiva, quienes murieron lo hicieron aplastados, desangrados por las concertinas o a disparos efectuados desde el vecino país, resultado de una orden que nunca fue aclarada. De hecho, aunque se anunció una investigación para dar con el origen de esa intervención, Marruecos nunca informó sobre sus resultados. De al menos dos cadáveres se extrajeron balas, tampoco se confirmó si la cifra de muertes era superior porque no se ofreció la versión del otro lado. Eran otros tiempos en los que no se grababan los saltos con teléfono móvil, en los que no existían las redes sociales y en los que las devoluciones masivas como las que se llevaron a cabo al desierto no obtenían más que una crítica por parte de algunas oenegés. Los supervivientes que llegaron a hablar tiempo después sobre lo acontecido aquella madrugada aportaron una visión marcada por el miedo, por la tensión, por no saber qué iba a ocurrir con ellos y qué estaba pasando. Solo escapaban y huían hacia la línea perimetral que los separaba de Ceuta. Aquella madrugada de horror daría paso a otra peor: la del abandono de cientos subsaharianos en el desierto como castigo por haber cruzado a Ceuta, sin que Europa condenara estos hechos, sin que las autoridades de los países democráticos alzaran su voz contra lo que fue una auténtica barbaridad reducida a varios pasajes periodísticas en la hemeroteca.