La maldad es condición humana. Algunos la tienen dormida y nunca aflora, otros viven permanentemente entregados a ella hasta convertir su ciclo vital en la comisión concienzuda de injusticias. Hace 5 años alguien atropelló en Ceuta a Samir, el joven tapicero marroquí que lleva desde entonces en estado vegetal. Esa persona ni lo atendió ni lo socorrió. La bicicleta del tapicero desapareció del lugar. No solo actuó con maldad quien causó daños irreversibles a quien cruzaba el Tarajal solo para ganar algo de dinero con el que mantener a su amada madre, Sadía. Lo hicieron también quienes en redes sociales comentaron haber visto todo pero nunca comparecieron ante un juez.
A Samir le dieron el alta médica el pasado 9 de noviembre. La orden es clara: debe abandonar el Hospital. Fue la respuesta de la dirección médica después de que la senadora de Vox, Yolanda Merelo, preguntara sobre el gasto médico que suponía ¿mantener? a este paciente en el Hospital. Un paciente al que se apostilló la condición de extranjero. La misma senadora no preguntó sobre qué tipo de investigación se ha llevado a cabo para detener al criminal que en territorio español dejó en estado vegetal a este joven transfronterizo. De igual manera tampoco ha preguntado sobre qué responsabilidades podrían adoptarse. Debe ser que la hospitalización de Samir es de tal relevancia que merecía que todo un Gobierno de España se preocupara no por él, sino por su gasto. A la dirección del HUCE, después de 5 años manteniendo a Samir en una habitación bajo la entregada atención de su madre, convertida en un ángel, querida y respetada por todos los que la conocen, le han entrado las prisas para dar el alta y acelerar la salida de este paciente de un clínico que sigue manteniendo camas vacías y espacios sin ocupar.
Mientras fuentes oficiales indican a este medio que se va a hacer todo lo posible por buscar una solución a este caso, se deja de lado la injusticia que se está cometiendo en torno a un suceso que nunca fue esclarecido y que ha perdurado año tras año en la memoria de quienes han podido conocer de primera mano esta situación.
Insisten en que se intentará alguna solución para que Samir, una vez lo desalojen del HUCE, pueda estar en algún centro. Pero Samir no puede ir solo, alguien se ha olvidado en el camino a Sadía, la madre entregada que lo ha cuidado en el Hospital, que le habla de manera permanente, que lava a su hijo, que le mira, que le atiende y acaricia esperando que algún día despierte. Aunque el parte médico concluye que Samir no responde a ningún estímulo, que está en estado vegetal, sí que ha tenido reflejos ante las caricias de una madre que lo ha dado todo por permanecer al lado de su hijo, que se ha quedado a su vera, que duerme junto a él porque debe su vida a quien, antes de aquel 21 de abril de 2015, se encargaba de llevarle las pocas monedas que ganaba en nuestra ciudad.
A Samir, el tapicero marroquí víctima de un accidente no aclarado, le dan el alta médica lo que viene a concluir que deberá irse de este lugar. La injusticia lleva acompañándolo los últimos cinco años y se hace ahora más presente que nunca cuando pesa la incertidumbre de no saber qué pasará con ellos, cuándo los desalojarán del HUCE pero, sobre todo, si alguien se atreverá a romper ese vínculo de amor, de respeto, de entrega y de cariño que solo una madre puede entender y que solo una como Sadía lo encarna en su máxima plenitud.
Ceuta guarda una historia triste de injusticia, de tropelía, de caso humanitario que debe resolverse cuanto antes. Para ayudar a Samir y Sadía solo es necesario que el amor y la justicia prevalezcan sobre cualquier otra cosa.
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