A Mamadou, un joven de Guinea Conakry, lo veíamos casi a diario a las puertas de uno de los supermercados de la calle Real. Llegó hace unos meses, a la espera del consabido embarque que lo ponga en Europa, con la que viene soñando desde hace tiempo. Me satisface saber que cuando escribo, ya puso pie en Algeciras.
Mamadou, como otros de los de su etnia, durante la semana se ofrece a ayudarnos por un par de euros, llevando las bolsas de la compra hasta nuestra casa, sobre todo a los que ya nos faltan fuerzas para cargar con un kilo de lo que sea y una coca cola de litro y medio. Ya ni de lata.
Mamadou, al igual que los de su raza, es espigado, sin un gramo de grasa, esbelto y, como diría mi abuela, de los que con cualquier cosilla que se cuelguen, se transforma en un dandy. Es la elegancia natural de la negritud; la que entusiasmaba a Picasso. Por lo general suelen ser algo tímidos y sumamente educados. En raras ocasiones lo veremos formando tropa con otros. Tienden al pacifismo, pero cuando les ponen el tacón encima del cuello, echan fuera la bestia de la jungla que llevan dentro, como cualquier ser humano humillado. En general, todos ellos optan por crearse un universo propio, haciendo del color de su piel y de aquellos rasgos que más les definen, un distintivo, a la espera que les soliciten sus servicios de camalo. Si les hablan, responde; por el contrario son capaces de caminar a tu lado sin musitar palabra alguna. Respetan el silencio de los otros y pienso que se asombran de ese griterío que nos hace ser distintos, como si, chillando, diéramos fe de nuestra existencia. No sé quien les dijo a los del sur que la verdad se grita. Craso error. Sólo se lo perdono a mis loteras de Azcárate:
- "El pollo, el pollo .... tengo también el conejo, el conejo...; y yo la paella, -remata otra-"
Más si uno se interesa por saber de donde vienen, que fue lo que les impulsó a ponerse en marcha; a qué dios le rezan o que opinan de la poligamia, entonces Mamadou rompe su mutismo y se lanza a contar en un francés casi perfecto, o en un inglés como el de la reina, toda una novela de aventuras, la que él ha protagonizado y que hubiese entusiasmado al propio Daniel Defoe. Nadie les puede negar que el idioma es el instrumento fundamental de supervivencia, la llave que les abren las cerraduras más oxidadas. En breve, Mamadou también dominará el español. Todo lo estudia y analiza pormenorizadamente. En la cautela les va el éxito de lo que buscan. Mamadou es disciplinado con las reglas que él mismo se ha impuesto. Haciendo uso de ello ha llegado hasta aquí, hasta las mismas puertas de los Remedios. Aquí, nunca alargará la mano pordiosera de la limosna, sino que hará uso de la mirada, observando quién puede necesitarlo. Al final, todo lo rematará con un "gracias", que rubrica el pago a su trabajo.
Antes de marcharse, Mamadou me acercó su tablet y pidió que leyera lo que estaba escrito. Lo había hecho como nuestros alumnos de bachillerato, en ese castellano roido por las polillas, utilizado incluso por profesores de lengua. En un par de folios había sintetizado esa travesía a la búsqueda de la felicidad que ahora la percibe como mera ficción: un viaje que ha obligado a su familia a hipotecarse de por vida y a esclavizarse a una red de mafiosos, que no se saciarán de extraerles lo poco que posean.
Mamadou se puso en marcha cuando otros como él, deciden comprar un billete en la estación de autobuses de su pueblo que le conducía a Bamaku, y de aquí, en un tren de mercancías a Kidal. Empieza el auténtico calvario. Apresado por las gentes rebeldes de Ousmane Kidal, los nuevos corsarios africanos le exigieron cantidades elevadas de francos por un rescate para el que necesitará ayuda. Hasta que el dinero no llegue se sucederán los maltratos, las amenazas de muerte y el tenerlo sin nada que echar a la boca. Mamadou empieza a comprender que el edén está bien lejos. Desde Mali a Argelia y, a través de Orán, a Oujda, la ciudad marroquí. Acabará en los alrededores de Melilla y convivirá con otros en los bosques del Gurugú
Escapada a Tánger y nuevos agravios de una gendarmería que ha recibido órdenes de exterminarlos. El gángster de turno le ha ofrecido un intento de atravesar el mar. La empresa resulta fallida y entra en los calabozos tangerinos.
Cuando lo ponen en libertad (y no dice como pagó) logra reunir algo de dinero para llegar a Castillejos. Aquí Mamadou deja la escritura de su relato. El joven guineano renuncia a confesar cómo atravesó la frontera de Tarajal. Se reserva, como otros, explicar de que medio se valió hasta llegar al CETI . Quizás tema un regreso.
Como hombre inteligente, sabe que esa Europa con la que soñaba, se ha transformado en un inmenso cementerio, sin sepulcros, sin cruces ni estelas. Sin lápidas. El viejo continente se está rompiendo en mil pedazos. Su degradación ya es un proceso irreversible. Aquel mundo sin fronteras que alguno diseñó tras una noche de resaca ya no es ni utopía. Inquieta que aún no ha pasado un siglo de aquella eclosión de intransigencia y un terrible panorama, tan igual, vuelve a aparecer. Por lo visto las cicatrices no se cerraron del todo. De nuevo se empiezan a oir los cantos del fascismo llamando a arrebato. Confesémoslo: el miedo se ha adueñado de muchos de nosotros.
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