Este mundo tiene de todo. Hay quienes dedican sus vidas a sembrar maldad y otros que consiguen ser una luz eterna. Tener la suerte de conocer, vivir, querer y respetar a quien era una luz, un ser admirable, es el mayor regalo que te puede dar la vida. Yo tuve esa suerte, la fui reconociendo conforme iba creciendo y dándome cuenta de que quien me iba contando sus batallas era una de sus luces que te ponen en el camino. Fuerza, coraje, personalidad y una capacidad increíble de sacar todo el trabajo adelante y vencer las trabas más duras del camino protegiendo a los suyos.
En un mundo complicado de entender, en un mundo empeñado en dar importancia a lo que no lo tiene, entregado al materialismo, incapaz de pararse en los detalles, en la pureza del día a día... hacen falta más personas con luz, más personas íntegras a nuestro lado.
Es duro levantarse cada día y observar al nivel al que se ha llegado en lo más sencillo. Debió haber un momento en el que perdimos el rumbo y nos entregamos a lo que de nada sirve. Debió haber un momento en el que decidimos que la apariencia valía más que la naturalidad, que la rapidez valía más que la reflexión y que el ruido debía dominarlo todo, apartando la soledad y los valores. Debió haber un momento en el que la clonación de personalidades se hizo la reina de nuestra sociedad hasta el punto de aniquilar al diferente.
Son tiempos convulsos, tiempos de sufrimiento para quienes, teniendo hijos, ven con recelo la sociedad que se va creando y echa de menos el hallazgo de más luces, de más PERSONAS, de más joyas capaces de aportar ese equilibrio que tanto necesitamos.
No hay día en el que no eche de menos a mi luz particular, a quien me enseñó todo, a quien fue un referente. En un mundo preñado de oscuridades, quizá deberíamos pararnos y empezar a reflexionar si es el que queremos para nuestros hijos, si esta es la ciudad que pasaremos a una generación que debe tener la oportunidad de encontrarse más luces y menos tinieblas. Una generación a la que no se lo estamos poniendo nada fácil.