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Lotería de Navidad

Ya está aquí. Los españoles nos hemos gastado una fortuna (dicen que, por la crisis, inferior a otros años) en busca de otra fortuna que muy raramente llega. Mi mujer y yo, como todos los años, hemos comprado lotería de toda procedencia: empresas, colegios, cofradías, peñas, etc.). No he echado aún las cuentas, pero calculo que llevamos gastados en torno a lps 300 euros.
Y así, Navidad tras Navidad, confiando en que alguna vez suene la flauta. Pero la realidad es que, muy a mi pesar, cada vez estoy más desesperanzado. Decepciones tras decepciones después de los respectivos sorteos me han llevado a este triste estado de ánimo.
Desde que tengo uso de razón persigo el objetivo de que me toque, pretensión que –perdiendo siempre- me parece cada vez menos realizable. Todos los años hemos de ver por la tele -desde que ésta existe (antes en el Nodo)- a unas personas alborozadas, destapando botellas de champán, de cava o de sidra- y enseñando ante la cámara décimos o participaciones del Gordo. Incluso llego a pensar,  con  evidente desatino, que siempre son los mismos. Al menos, me lo parecen.
Allá por los comienzos de los años 40 del pasado siglo, el Gordo ascendía a la cantidad de 15.000.000 de pesetas por billete. En 2011 son  4.000.000 de euros, es decir, más de 665.540.000 de las viejas pesetas. En 70 años., casi 444 veces más.   Da igual, pues mucho me temo que le tocará a otros.
Incluso he llegado a tener la sensación de que los niños –y ahora también las  niñas- del Colegio de San Ildefonso me profesan una particular animadversión. Racionalmente sé que todo depende de la suerte, pero no puedo evitar esa íntima, aunque absurda idea. Son lustros y lustros oyéndolos y viéndolos cantar los números, y ni por asomo se les ocurre darle a los bombos para que salga alguno de los que llevo, a la vez que la bolita del Gordo. Hasta me conformaría con el segundo, o el tercero, o con algún quinto, pero naranjas de la China.
Claro que lo que me sucede a mí también le ocurre a Ceuta, que en la Lotería de Navidad ni las huele, ni –que yo tenga noticia- las ha olido nunca. Dicen las estadísticas que los de aquí somos los españoles que menos jugamos “per cápita”, pero es que ya estamos escarmentados de tantas ilusiones perdidas.
Ojalá me equivoque en este caso, y veamos en televisión un grupo numeroso de ceutíes celebrando su suerte. Me gustaría –es lógico- figurar entre ellos, pero estaría dispuesto a  conformarme,  aunque no me tocase, con tal de que, por una vez, nuestra ciudad fuese la agraciada.
Y es que, pese a mi fundado pesimismo, ahí está ese proverbio o refrán popular, según el cual “la esperanza es lo último que se pierde”.

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