Siempre me han atraído los que doy en llamar ‘los otros chorizos’. Esos son los que nunca veremos en los calabozos policiales, ni declarando ante el juez. Bueno, salvo que alguna jugada les salga mal y entonces formarán parte del elenco de sinvergüenzas que entran en los juzgados con capucha para no ser reconocidos. Esos ‘otros chorizos’ no es que son iguales que los que podríamos llamar ‘reconocidos’. Qué va, son peores. ¿Y saben por qué? Porque encima van por la vida de buenos ciudadanos y no pierden el tiempo en hablar de la delincuencia, del narcotráfico y demás acciones delictivas cuando son ellos los que están metidos, y bien, en todas estas historias. Son ‘narcos enchaquetados’, metidos a empresarios que buscan la reputación social o que incluso aseguran tener honor, practicando un juego que les vale ante quien les vale. O sea, ante todos menos ante sus compañeros -no me atrevo a calificarles de ex porque las amistades peligrosas nunca se rompen-, porque éstos saben bien de qué va la película.
Los ‘otros chorizos’ acostumbran a ocultarse entre la clase social alta utilizando algún medio de poder que les dé cierta fuerza y que les aúpe a un protagonismo con el que pretenden tapar lo que realmente son. Y así forman parte de un círculo vicioso en el que se dejan atrapar, viviendo de esa apariencia que les vale ante unos pocos. Los ‘otros chorizos’ son listos. Saben cómo trincar sin ser pillados, saben de quién rodearse para engordar su fortuna mientras que socialmente aparece como un hombre bueno, o saben cómo dárselas de empresario que lucha por la economía de su tierra aunque en el fondo sea un narcotraficante chusquero que jodió la vida a muchas familias enganchando a sus hijos. ¿Qué diferencia a unos de otros? Se lo diré: la cartera, en definitiva el poder. Lo triste es que hay quien sabiendo esto es capaz de adorar a esos chorizos de alto copete porque prefieren olvidar la realidad que conocen por obtener alguna migaja aunque ésta sea corrupta.