La política es ese bello arte de hacerle la vida más fácil a los que realmente lo necesitan, utilizando para ello la voz, las ideas, la posición y los medios necesarios para la consecución de tan loable objetivo. Deja de ser política cuando esa voz, esa posición, esas ideas y dichos medios se ponen mezquinamente al servicio del ego y se usa para ensancharse los bolsillos y para favorecer a los allegados en detrimento de los que esperan una acción tendente a solucionarles la situación.
Y a eso es a lo que asistimos últimamente. Un declive político y de valores que hacen que quienes estamos en política por convicción y por hacer de ella un instrumento al servicio del progreso social, sintamos vergüenza ajena ante quienes se proclaman políticos pero en realidad son sólo seres viles y sucios afanados en enriquecerse y lucrarse a costa de su posición. Seres que ven en la política el instrumento ideal para nutrir sus bolsillos y otorgar tratos de favor a sus acólitos. Inconscientes de la decepción y la vergüenza que causan a toda la sociedad en general y también a quienes están en política por hacer reales las causas justas.
Tan mezquino es valerse de la política para enriquecerse como esperar, legislatura tras legislatura, a que toque en gracia uno de esos puestos que dan la tranquilidad de sueldo seguro durante cuatro años por el mero hecho de ser allegado y palmero del que decide. Aprovecharse de una posición de poder para conseguir cualquier tipo de favor valiéndose de la desgracia ajena es tan repugnante como pasearse con la cabeza alta manteniendo una pulcra posición a los ojos de los callados cómplices.
El daño es difícilmente reparable. Para solucionarlo hacen falta gestos que demuestren que el político o la política está más cerca del sentir ciudadano que del de la casta.
Sin embargo, asistimos día sí y día también al enconamiento en posiciones propias de ser satirizadas por cualquier humorista, justificando lo injustificable posiblemente porque nos toman por tontos. Piensan que digan lo que digan van a ser creídos, cuando hasta los suyos, cuchichean entre sí y admiten los errores garrafales.
Sin embargo, ninguno da un paso al frente.
El miedo a perder ciertas prerrogativas le puede al valor que otorga la buena conciencia.
Al estar bien con uno mismo.
Al dormir tranquilo por no ser cómplice.
Al vivir consciente de que se hace todo lo que se puede por cambiar las cosas, aunque no se consiga.
Los versos sueltos no están de moda. Tienen una capacidad de actuación muy limitada en el sistema actual. Como dijo aquel: “el que se mueve no sale en la foto”
Y así, día tras día, los que como decía estamos por convicción y porque creemos en la política como solución y no como problema, asistimos al bochornoso espectáculo que ofrecen algunos que se creen impunes a todo y que nos hacen sentir bichos raros por querer que a través de la política se solucionen los problemas de toda la población y no sólo la de los familiares y allegados.
Prefiero que me consideren demasiado idealista, utópica y hasta tonta por mi forma de entender la política antes que ser infiel a mis principios, a quienes confían en política como solución y a mi misma.
Cuando Dios nos pone en un sitio no debemos ser ajenos a que de la misma forma
El nos podrá quitar ante equivocadas actuaciones, las voces se podrán acallar, las críticas se podrán disfrazar, pero lo que no se podrá ocultar es que somos los responsables de nuestras obras y por ellas responderemos.