Los obispos y sus terapias

La Iglesia cometió muchos errores por no aceptar la realidad social en la que estaban viviendo. No eran capaces de entender lo que pasaba a su alrededor porque creían estar en posesión de la verdad absoluta. No es nada nuevo, si repasamos la historia comprobaremos que cometieron errores y juicios perversos que mandaron al huerto de los callados a muchos inocentes.

Juan Pablo II pidió perdón por los horrores de la Inquisición, creada por el papa Gregorio IX para castigar a los que tuvieran la osadía de cuestionar los postulados de la Iglesia de la época. Una de sus víctimas fue Galileo por mantener que la tierra giraba alrededor del sol, aunque tuvo la suerte de ser condenado a vivir en arresto domiciliario; otros no tuvieron esa suerte y fueron quemados vivos en la hoguera. Juan Pablo II no es el único Papa que ha pedido perdón. Pedir perdón está bien, pero es mejor reflexionar, solicitar opinión a los expertos, poner los pies en la tierra, abrir la mente para no cometer errores que repercuten muy negativamente en la salud, en la libertad de las personas y en imagen del clero.

La última cruzada de la Iglesia española es curar la homosexualidad y al mando del quirófano ideológico no podía faltar nuestro entrañable, venerable  y puro obispo Juan Antonio Reig Pla y sus pupilos del Centro de Orientación Familiar. Unas terapias  que cuentan con el respaldo del obispado español, que no ha dudado en darle su apoyo a la finalización de la Asamblea Plenaria del Episcopado. Han cerrado filas con Reig Pla, dando legalidad a esta terapia dogmática en la creencia -en la fe- de acabar con la homosexualidad de las criaturas que piensan que su condición sexual es una enfermedad, que rezando y acudiendo a charlas y terapias cambiarán, aunque quizás más que curar piensen en reprimirlos.

Lamentablemente la Iglesia va en sentido contrario al pensamiento de la mayoría de los ciudadanos españoles, incluido las comunidades cristianas, que han manifestado su rechazo a unas prácticas que no curarán nada, pero pueden producir graves trastornos psíquicos,  incluso conducir al suicidio a las personas que se someten a ellas. Estas comunidades saben de lo que hablan, porque muchos de ellos son creyentes homosexuales y, por tanto, forman parte de la Iglesia, pero se ven excluidos por su condición sexual. Una exclusión que dice muy poco de la caridad cristiana, de la capacidad que debe tener la Iglesia de acoger a los que sufren, en este caso, a los homosexuales.

El bueno de Reig Pla y los obispos españoles pasan demasiado tiempo en las catedrales, meditan mucho, rezan mucho y eso está bien, pero no estaría nada mal que bajaran a la tierra y comprobaran que ser homosexual no es una moda, ni una elección banal como ser del Madrid o del Betis; ser homosexual es una de las muchas posibilidades que tienen las personas al nacer. Podemos teñirnos de rubio, pero al final te saldrá el pelo moreno, porque no se puede luchar contra la naturaleza, no se puede luchar contra el color de la piel o la condición sexual que nos dotó Dios al nacer, a no ser que también comencemos a cuestionar si Dios existe.

Los obispos españoles y el señor Reig Pla deberían saber que la homosexualidad no se cura, lo que sí se cura es la homofobia con terapias y charlas para que los intolerantes empiecen a reconocer y percibir que en nuestra sociedad nadie es diferente, que estas personas no tienen ninguna enfermedad por tener una condición sexual distinta. Simplemente eligieron una pareja distinta a la que nosotros elegimos; simplemente decidieron vivir con una persona del mismo sexo, mientras ustedes eligieron el difícil camino del celibato, que por cierto, debe ser una elección difícil de llevar y muy respetable.

Hablaba que hay comunidades cristianas que han criticado al obispado por respaldar estas terapias, pero también es cierto que otras comunidades han apoyado estas medidas. Sobre este tema han opinado los obispos, las comunidades cristianas, medios de comunicación y los que fuimos bautizados y formamos parte de la Iglesia. Todos podemos opinar Gracias a Dios.