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“Los niños no aprenden lo que les enseñamos, sino a nosotros”

{jaimage crop="TC" /}Es difícil creer cuando dice que ella ha suspendido “mucho” a la presidenta de la Asociación Pedagógica Francesco Tonucci, Mar Romera una de esas pocas personas que, con dos hijas “buenas estudiantes” de 13 y 16 años, puede decir que ejerce como docente en un centro educativo que lleva, en Málaga, su nombre. Maestra, licenciada en Pedagogía y en Psicopedagogía, especialista en inteligencia emocional y autora de diversos de libros dedicados a la escuela, la infancia y la didáctica activa, llegó un día en el que descubrió para lo que era buena y se entregó a la tarea.
Ella lo llama “aprender a vivir”, que es a lo que, a su juicio, deben ir los niños y jóvenes de hoy a la escuela. “El colegio está para compensar lo que no se da de manera natural... Mi padre iba al aula a aprender a leer y escribir, pero mis hijas no porque ya saben, tienen que ir a aprender a vivir”, avisa.
Por primera vez en Ceuta como ponente del curso ‘Hacer practicando. Practicar haciendo’ que ha organizado y acogido el CPR durante esta semana, Romera es una crítica implacable de nuestro sistema educativo y social en términos generales pero “optimista” : “Todos tenemos un potencial, una capacidad que la escuela debe ayudar a encontrar”, alerta.
“Los niños deberían ser los protagonistas de las escuelas y de las ciudades, pero los tratamos como a inútiles invisibles sin voz ni voto para los que construimos pequeños campos de concentración para pequeños ricos con rejas y bolas mientras compramos su bienestar a través del de sus padres, que no siempre coincide con el suyo”, dispara a la primera esta discípula, aventajada y devota, de Francesco Tonucci ‘Frato’, el autor del libro ‘La ciudad de los niños’.
Con la escuela no es menos dura. Tenemos, lamenta, un sistema dedicado a formar “mediocres” y una clase docente “muy limitada” que se dedica a “homogeneizar” a sus alumnos en lugar de exprimir sus diferencias. Ese pequeño gran desastre da pie, con los años, al mayúsculo, el que ya ve en los adolescentes de nuestros días, “tristes, débiles y absolutamente dependientes”.
A Romera no se la convence con aulas de Educación Infantil de 0 a 3 años que hacen más fácil la vida de sus padres ni con programas de formación bilingüe ni con sonoros planes de promoción de la lectura.
“En este contexto sociopolítico y económico es difícil pensar en el futuro, pero habría que plantear un sistema de selección docente radicalmente distinto, siguiendo el modelo nórdico, donde los mejores trabajan en Infantil tras superar una verdadera carrera profesional, con formación permanente, una evaluación psicológica y un periodo de prácticas evaluado por personal competente”, defiende.
Haberse encontrado en Ceuta con 50 docentes “extraordinarios” en su curso lo atribuye a “la selección natural”, el perfil que debe esperarse de quien se apunta a pasar tres tardes de primavera-verano en un aula tras salir del trabajo.
En ellos no se ha encontrado lamentos ni recelos sobre su alumnado que permitan imputarles otra de sus máximas: “Quien trabaja con niños y no les quiere les está jodiendo la vida”. “No creo”, señala, “que aquí haya más problemas que en el Poniente almeriense, por ejemplo, aunque es cierto que la diversidad se adapta peor a un sistema mediocre donde sólo prospera el que domina Matemáticas y Lengua”.
“Son bajitos, no tontos”
Si la dejasen, Romera volvería a mezclar jóvenes de distintas edades en los pupitres porque, en la clase como en la calle, “los pequeños aprenden más y más rápido si están con mayores”. Y lo llenaría todo de buena música y mejor literatura. “Yo apuesto por leer a Neruda a los niños de 3 años porque son bajitos, no tontos”, bromea. También está radicalmente en contra de negar la promoción de curso por tener asignaturas suspensas y de la separación del alumnado por sus calificaciones porque, avisa, “así hubiéramos dejado fuera a Dalí, a Alberti, a Einstein, a Lorca y a Verdasco”.
¿Qué hacer, entonces, con el sistema, con el joven encallado? “¿Qué harías para que un niño abra su puño?”, responde con otra pregunta. “Mi padre lo hubiera hecho por un caramelo, pero mis hijas tienen todo... ¿qué harías?”, insiste y resuelve: “Tendríais que descubrir juntos por qué lo ha cerrado y tener siempre presente que los niños no aprenden lo que les enseñamos, nos aprenden a nosotros: si no te gusta lo que ves, revisa lo que envías”.

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