Opinión

Los milagros de Jesús se suceden

Como había asegurado el Maestro al mayordomo de Lázaro, ha llegado por fin Jesús a Betania, en compañía de Zelote, para verse en secreto con Su amigo, que esperaba preocupado esta visita.
Es una apacible mañana veraniega, con una luz muy especial que realza todo el entorno. Lázaro está en el jardín orando con los Rollos bíblicos que ha desplegado sobre una mesa de mármol, y pide a Dios en voz alta que traiga pronto a su hermana María Magdalena.
Se sorprende gratamente al ver al Señor. “He venido con Zelote, que espera en la casa. Quiero saber por qué me has llamado”, dice el Rabbí sonriente y enigmático al amigo. Lázaro se echa a llorar sobre Sus brazos.
“María mandó decir a Marta que fuese a Mágdala. Pensamos que le pueda haber ocurrido algo. Desde allí me ha escrito. Lee Tú la carta, Señor, para que me llenes de esperanza”. Jesús la lee. Habla sobre el cambio positivo que ha experimentado María, dice que ha llorado mucho y pregunta por el Maestro.
Jesús tranquiliza al amigo: “avísale que nos veremos en Cafarnaúm en quince días y tú te quedarás aquí a esperar”. El Rabbí sabe que después de una conversión se siente vergüenza ante los familiares. Lázaro está emocionado y agradecido a Su Señor. El amigo comunica al Maestro que murió el ancianito cuya protección pidió Jesús a Su amigo.
“Era tan bueno, tan honesto y tan justo, que he sentido su muerte como la de un padre”. Y Le lleva junto al manzano donde fue encontrado muerto, y donde allí fue enterrado. Se paran a orar por él. Tenía que verse el Señor con el resto de Sus discípulos.
Han llegado al Lago a primera hora de la mañana. Judas ya está repuesto y va con ellos. Marzyam siente miedo a caerse de la barca, sobre todo por el fuerte viento que azota las aguas. Como se ríen de él, que siempre presume querer ir a predicar de mayor por tierras y mares, Jesús lo defiende para que lo dejen tranquilo.
Judas comenta que pronto llegarán a Betsaida, donde el niño recibirá mucho amor de su nueva mamá Porfiria. Iscariote ha mediado durante su enfermedad, ahora quiere ser mejor persona. “¿Llegaré a conseguirlo, Maestro?” Jesús le invita a tener buena voluntad, pues Dios auxilia a los que Le imploran con sinceridad, y el discípulo comenta lo buenas que han sido con él las mujeres, cuidándolo con tanto cariño. Se echa a llorar, aún está débil y reconoce lo que le queda para ser bueno. Jesús lo consuela, y el resto de los discípulos se callan por respeto.
La barca entra en la desembocadura del Jordán y se detiene en la orilla. Todos están en tierra. Pedro, muy emocionado, le dice al pequeño que su esposa lo querrá mucho. La casa está cerquita de la playa, y cuando la mujer los ve, se arrodilla ante Jesús, y con sonrojo ante su esposo, le pregunta por el viaje.
Pedro le cuenta donde estuvieron y le enseña al pequeño Marzyam, que se ha escondido detrás de Jesús. Se levanta del suelo y abraza al niño y lo besa con ternura. Le dice a Jesús que ella puede criarlo. “Le enseñaré a que Te ame, Señor”. Jesús se acerca a los tres y los une: “aquí tenemos ya una familia al completo. Educadme a este pequeño en santidad”.
Pedro y Porfiria lloran; ella se arrodilla de nuevo. “¡Oh, Señor mío! Yo estaba casi viuda y ahora me das un hijo. Bendito seas. Amaré a Marzyam más que si hubiera salido de mis entrañas”. Jesús le dice a Pedro que se quede en casa. “Iremos a predicar por la ciudad. Vendremos a descansar y a pedirte comida”. Dejan las ovejitas en el patio, con yerba fresca y agua del pozo, y se marchan.
Han ido hasta la casa de Felipe, donde el Maestro va a predicar. La gente se agolpa por oírlo, mientras comentan unos y otros el aumento de familia de Simón, algunos con malas intenciones. En la casa del sinagogo la hija se muere, por lo que van de inmediato a buscar al Rabbí.
Jesús promete ir a verla en cuanto pueda, pues a continuación se marcharán a Betsaida, aunque los del pueblo quisieran que se quedase unos días con ellos. “Vosotros estáis menos necesitados que los de estos pueblos del entorno, que padecen severos problemas. Estaré por Galilea todo el verano.
Hay mucha gente buena entre vosotros, pero los juicios de los malos están empapados de veneno y de mentira. En las Escrituras leéis que las acciones buenas atraen a la Bondad. Recordad a Tobías, tan bueno, que el mismo Arcángel Rafael cuidó de su hijo y le enseñó la manera de cómo devolverle la vista al padre.
Tobías había hecho continuas obras de caridad durante su vida, incluso aunque su mujer se lo reprochase. Así le habló el Arcángel:”La oración junto con el ayuno hacen milagros. La limosna es más que una montaña de oro, porque libra de la muerte, purifica el alma de los pecados, y quien practica la limosna encuentra misericordia, y la vida eterna. Cuando orabas con lágrimas y enterrabas a los muertos, yo presenté tus plegarias al Señor”.
Mi Simón será mucho más misericordioso que el viejo Tobías. Cuando Yo Me haya ido, él protegerá vuestras almas con Mi Doctrina. Ahora es padre de un niño, pero luego será el Padre de todas las almas unidas a Mí. Por tanto, no murmuréis.
Si un día os llega un niño huérfano como pajarito caído del nido, recogedlo. El pedazo de pan compartido con el pequeño huérfano, no empobrece la mesa de los hijos propios, sino que atrae las bendiciones de Dios. Dios es el Padre de los huérfanos, que quiere que volváis a construir el nido que se destruyó con la muerte de los padres. Así os lo enseña la Ley que Dios entregó a Moisés, nuestro legislador.
Moisés se crió en tierra de ídolos y su corazón se inclinó desde la infancia a tener misericordia, pues estaba destinado a ser el Libertador de Israel. Dios lo salvó de la aguas del Nilo y de las persecuciones. Con las obras buenas seréis como el viento que lleva lejos las semillas que se dan en las fértiles tierras. Marchaos. La paz sea con vosotros”.
En la ribera del Lago están dispersos pequeños poblados, uno de ellos espera la llegada del Maestro entre apretujones y ruidos. Jesús pasa, acaricia a los pequeños, saluda y sonríe a las gentes que anhelaban Su presencia. Un hombre grita a la multitud para que le dejen acercarse hasta Él.
Viste como los religiosos, es el sinagogo que se arrodilla ante el Rabbí y Le dice que ha tardado mucho en llegar, y su niña está tan enferma, que se muere ya. “Tú eres mi única esperanza, ven enseguida, Maestro”, y llora sin parar. Jesús le ordena que se levante y con un con un tinte de consuelo, coge la mano al padre y van hacia la casa.
Los Suyos Le acompañan en silencio. Es realmente una Comitiva grandiosa, excelsa, que va por un camino polvoriento, sin adoquinar. Cuando los Apóstoles regañan a la multitud, el Maestro interviene: ¡”dejad en paz a Mis pequeños!” De pronto, se para, y en actitud de Rey Majestuoso, con ojos investigadores, mirada severa y rostro lleno de luz, pregunta:” ¿quién Me ha tocado?” –“Es que la gente Te apretuja por todas partes. Y Te tocan aunque nosotros se lo queramos impedir”, dicen los discípulos. Pero Jesús insiste: “Alguien Me ha tocado por alcanzar un Milagro. Lo he sentido, y lo pedía un corazón con fe. ¿De quién es ese hermoso corazón?”
Una mujer pequeña, vestida pobremente, tímida, que quisiera desaparecer y que se la tragara la tierra, se echa a los pies de Jesús, rozando el polvo, con las manos extendidas y dice:”perdón Señor. Yo soy. Hace doce años que estoy enferma.
Mi marido me abandonó después que gasté todos mis bienes intentando curarme. Nadie pudo hacerlo. Ahora soy una vieja antes de tiempo. Un flujo incurable me deja sin fuerzas. Me dijeron que eres bueno y puedes curarme, ¡Perdón! Apenas toqué la punta del vestido que toca lo sucio del camino, no Te hice impuro. ¡Yo soy una suciedad!, pero estoy curada desde el momento en que Te toqué. Bendito seas.
Nadie huirá ya de mí. Mi marido volverá y a mis hijos los podré acariciar. ¡Gracias, Maestro bueno!” Jesús la mira y Le sonríe con bondad infinita. “Vete en paz, hija. Tu fe te ha salvado. Estás curada para siempre. Sé buena y feliz”.
Ha llegado un siervo del padre y con respeto e impaciencia le dice:”Tu hija ya ha muerto. No hace falta que molestes al Maestro. Las mujeres han empezado sus lamentos. Tu mujer dice que regreses pronto”.
El hombre se dobla, parece que se cae. Llora sin consuelo. Jesús se vuelve hacia él:” ya te lo he dicho. Ten fe. No tengas miedo. Tu niña vivirá. Vamos”. La gente está anonadada por el milagro de la hemorroisa, pero sigue a Jesús en silencio. Él va sujetando al hombre, que se cae de dolor. Llegan al centro de la plaza y allí está la casa.
El Rabbí entra con Pedro, Juan y Santiago, y a los demás les pide que esperen fuera. Se oye una música triste que se acompasa con lamentos. Jesús pide silencio:”la niña no está muerta, sino que está dormida”. Las plañideras lloran con más fuerza, pues no se lo creen. “¡Callaos!”, dice Jesús con energía, y entra en la pequeña habitación de la joven difunta.
Está pálida como la cera. Jesús se acerca, es un Joven con una belleza sin igual. Los tres Apóstoles cierran la puerta a los curiosos. Allí están los padres. Jesús toma la mano izquierda e inerte de la niña con Su mano izquierda, y dice: ” ¡niña! Yo Te lo ordeno. ¡Levántate!” Todos miran expectantes a la joven, que enseguida suspira.
Su cara de cera se vuelve color manzana. Sonríe. Sus ojos se abren como si despertasen de un sueño. Ve el Rostro de Jesús que la mira fijamente y le sonríe bondadoso. “¡Levántate!”, y le ayuda a bajar del lecho. “¡Dadle de comer ahora!”, ordena el Señor. “Está curada, Dios os la ha devuelto. No contéis lo sucedido. Habéis creído y merecéis el milagro. Para los que no tienen fe es inútil. Dios no se muestra a quien niega el milagro. Y tú, niña, se buena. Adiós y que la paz sea en esta casa.
Jesús se marcha con los Suyos y vuelve a Cafarnaúm con Pedro y Juan. Entran en la casa de un amigo, que al verlo, Le dice que una mujer quiere hablarle y espera en la habitación del piso superior. Él sube rápido las escaleras sin quitarse siquiera el manto.
Arriba está Marcela, la criada de Marta, en la puerta de la habitación, y se arrodilla ante el Señor. “Dios te bendiga, Marcela”. Y entran en la habitación donde espera Marta, apoyada, en pie sobre la ventana, pensativa. Hace calor, pero mantiene puestos el velo y el manto. Cuando ve a Jesús también se arrodilla ante Él y estalla en un llanto sin consuelo.
Ambos se quitan los mantos, se sientan, y Marta comienza a contarle su sufrimiento, pues María empezó bien, pero en esos momentos no quiere volver de nuevo al contacto con los hombres. “No la entiendo, Jesús. Parece que está loca”. Y continúa con un inmenso llanto triste.
Él pregunta a Marta por qué piensa que María es mala, pues según el Maestro ella quiere evitar las tentaciones y se ampara en su hermana para protegerse. Marta se anima al oírlo, le cuenta que su comportamiento es variable, con rasgos de ira. “Señor, me dice que la detenga y que la amarre, y que no la deje ver a nadie. Dice que está enferma y se quiere curar, “los que quieren verme con bella apariencia, sólo me desean para su disfrute, son pozos desgraciados que quieren mi desdicha. Pobre de mí, cuánto me acuerdo de mamá”.
Dice Marta que en ocasiones le muestra odio y le desea la muerte. “¿Te acuerdas, Marta, que un día te dije que María estaba enferma y no me quisiste creer? Tú dices que está loca, ella dice que está enferma, pero Yo te digo que es una posesión diabólica, su continua crisis lo confirma. Sigue siendo bondadosa y paciente con ella.
Pobre de Mi María, una creatura que salió del Padre Creador, como todas. También Yo he venido a redimir su alma, que está envenenada con siete diablos, y con el primero de todos a la cabeza. Está prisionera.
Que venga a Mí, que oiga Mi voz y encuentre Mi mirada. De los siete demonios el menos fuerte es el de la soberbia, y por eso se salvará”.
Marta teme que vuelva al vicio. Jesús continúa:”Cuando un alma quiere ir al bien y tan solo la detiene el diablo, al final el alma se fortalece contra los asaltos del vicio y de los viciosos. Ha hallado la Estrella Polar y seguirá Su camino. No le hagas reproches, está muy llagada. Utiliza los bálsamos de la dulzura, el perdón y la esperanza.
Que venga libremente, pero tú espérala en casa. La Misericordia la hará Suya. Debo quitarle el veneno que la oprime y luego se sentirá débil, al igual que el médico cuando estirpa un tumor. Necesitará silencio y cariño. Debe subir por sí misma, al igual que cuando bajó. Sentirá vergüenza de vosotros; antes era Satanás su dueño y la dominaba, pero ahora María lo tiene agarrado por el cuello. De momento está indefensa, pero Yo la fortaleceré. Vete en paz, Marta, y dile que hablaré con ella mañana al atardecer, cerca de la fuente de Cafarnaúm. Te bendigo”.
Marta está admirada al oír Sus palabras. “Lo logrará, Marta, pues Me tiene a Mí. Dame esa mano que jamás ha pecado. Has actuado con piedad y amor a Dios. Has hecho oración durante horas y nunca te has corrompido. Te haré aún más santa. Levanta tu mano contra Satanás, no le permitas la entrada. Me has pedido algo como señal. Toma esta faja Mía y no tengas miedo. Vencerás demonios y monstruos. Vete tranquila y que Mi paz sea contigo”.
Ella se arrodilla ante Él y luego se marcha. Jesús mira por la ventana, la ve subir al carro junto a Marcela. Se dirigen a Mágdala. En la casa de Pedro se prepara el pescado para la cena. Juan va a la fuente de la Plaza para coger agua y Jesús le acompaña.
El lugar, a esas horas, está lleno de gente, y los que reconocen al Maestro Le muestran gran respeto, aunque algunos fariseos muestran su rechazo. Jesús parece ajeno, sólo se detiene para acariciar a unos pequeños, que se acercan pidiéndole un beso. Un niño Le comenta que su abuelo está muy malito, no puede moverse, y Jesús le promete ir a verlo pronto.
Llega Simón el fariseo, que saluda al Maestro con mucha ceremonia. Jesús corresponde con cariño y le pregunta por su salud, pues había estado muy enfermo. “Pensé en Ti, Maestro, ni un momento dudé de que me podrías curar, pero no estabas. ¿Dónde has estado?”- “Por los confines de Israel, entre la Pascua y Pentecostés. Y sí se curaron los que creyeron”. El fariseo dice que quien cree en Él es bienaventurado. “Quien no cree en Ti a pesar de las pruebas que nos das, está condenado. Muchos no Te merecemos, Señor”.
Pide al Maestro que vaya a comer a su casa con los Suyos y quedan en verse en un par de días. Se despiden. Jesús va a reunirse con todos.
Cuando están comiendo llegan dos ciegos que piden al Señor su curación: “ ¡ Jesús, Hijo de David, ten compasión de nosotros!” Pedro los disuade, pero Jesús se levanta, va hacia ellos, pone Sus dedos en los párpados y dice:”que se haga según la fe que tenéis”. Y los párpados empiezan a moverse y sus ojos ven. Se arrodillan ante el Señor, que les pide no decir nada de lo ocurrido. “Y conservad inmune vuestra fe”.
La cena termina y sube con los Suyos a la terraza. Nadie habla, no quieren distraerlo. Su rostro está sereno, sentado con las manos sobre las rodillas. Presenta una majestad que impone a todos. ¿Estás cansado, Maestro?”, pregunta Pedro. No está cansado, y pide a todos que se acerquen. “Mañana iréis a Corazaím. Hablaréis allí. Por la tarde quiero que estéis aquí. Yo predicaré cerca del arroyo.
Les cuenta que en efecto, estuvieron Marta y Marcela, y ellos cuentan al Rabbí lo que saben de M. Magdalena: está en Mágdala y no quiere salir de casa. “Cuando tiene tentaciones piensa en Ti, Señor”.
Judas escucha atento lo que dicen sus compañeros y reflexiona:”yo no quiero ser bello y malo”, y Jesús lo conforta. Alguien llega hasta ellos y con voz fuerte pregunta: ¿está el Maestro?” Pero Simón Pedro le dice que vuelva al día siguiente, que ya es tarde. Traen a un mudo endemoniado que se les escapó tres veces por el camino. “Y cuando la luna salga, comenzará a aullar asustando a todo el pueblo. De hecho, ya empieza a agitarse”.
El hombre parece un oso que ruge horriblemente, levanta la vista, ve a Jesús, aúlla de nuevo y trata de escapar. Piden que baje el Maestro y lo cure.
Jesús, con voz potente ordena: “¡Sal de él, te lo ordeno!”. El hombre dice: ”¡Paz!” La gente grita admirada: ”¡jamás se vieron cosas semejantes en Israel!”. Pero los fariseos, excepto Simón que no está, dicen que eso es obra de Belzebú.
El recién curado los critica, afirma que ni sus oraciones sirven para curar. Jesús está en silencio. Se despide de todos y pide al recién curado que se quede a descansar hasta el día siguiente. Bibliografía: Mt.9,18-26; Mc.5,21-43; Lc.8,40-56; Mt.9,27-34. María Valtorta, t. IV, “Poema del Hombre Dios”.

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