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Los ‘manitas’ del centro de inmigrantes

Mientras Okoro aprende a echar la perlita junto a Doumbia y Fati Abdou, en otro punto del CETI Celestine, Michael e Ibrahim se afanan en pintar las paredes sobre las que han colocado varios tendederos más. Fuera, en la puerta, Brahim y Odwna atienden las enseñanzas de Mohamed, el jardinero, un auténtico experto en flores capaz de identificarte cualquiera que le señales. La vida en el centro de estancia temporal de inmigrantes del Jaral no sigue los mismos tiempos que la que hay más allá de sus paredes. Los hombres, mujeres y niños que allí residen pasan los días esperando alcanzar el futuro pretendido y buscando la manera de invertir unas horas demasiado largas y un tiempo que para ellos puede terminar de dos formas: abriendo las puertas a lo que vienen buscando durante años o cerrándoselas de manera más o menos dramática con una expulsión. Mientras la suerte elige en qué lado posicionarse, aprender un oficio se presenta como una de las salidas a las que hay que aferrarse. Por eso el CETI ha puesto en marcha unas peculiares escuelas de formación. No son los programas de Forja XXI que avala el delegado del Gobierno, ni el centro de negocios recién inaugurado por el  presidente Vivas. Son salidas, vías de escape, que, en forma de programas, posibilitan que los internos puedan convertirse en auténticos ‘manitas’. Desde las nueve de la mañana hasta la una de la tarde hay espacio para la formación y quienes protagonizan estos oficios demuestran una aplicación y unas ganas de trabajar que incluso sus propios formadores admiran.
‘El Faro’ se ha detenido en algunas de estas historias, dando espacio a esos protagonistas que luchan por una integración, por un futuro mejor, aportando esa visión de la inmigración que pocas veces encuentra hueco en las páginas de los periódicos, pero que también existe. No todos pretenden alcanzar su objetivo a base de cartonazos, los hay que luchan por tener lo que el destino nunca les quiso dar, y lo hacen de otra manera. Los resultados ya se pueden ver en el propio CETI, en las paredes que los propios residentes han decorado y arreglado, en el proyecto de huerto que tienen en mente, o en la compleja fuga de agua que ayudaron a arreglar y que tuvo como premio la organización de un teatro con motivo, curiosamente, del día mundial del agua. Estos son los resultados de este compendio de ideas y programas tras los que hay personas.   Es el  encargado de solucionar las dudas de los residentes en materia informática HERVÉ LANDRY OUGNETOU.
Es el encargado de que haya un buen uso de los ordenadores que hay en la sala de informática del CETI. A su vez este camerunés participa en el curso de preacceso que está ofertando la UNED para inmigrantes, con el objetivo de darles una formación de la que luego puedan hacer uso si quieren estudiar. Hervé es quien soluciona los problemas de conocimientos informáticos a los demás compatriotas. Y sobre todo está atento a que los equipos se usen para lo que se debe, y se visionen aquellas páginas y contenidos que deban verse. A su vez este camerunés también echa sus horas entre ordenadores, sobre todo porque algunas enseñanzas de la UNED requieren del uso de ordenadores, existiendo varios puntos para poder navegar y cumplir con ‘los deberes’ encomendados. En la clase de informática siempre hay inmigrantes. Unos más duchos en el manejo del ratón, del teclado y de las posibilidades de navegación que ofrece la red de redes. A otros, en cambio, les resulta complicado. No tienen idea alguna, y para eso están los profesores, para solucionar los problemas. Y para eso está también Hervé, para ayudar. Echa además una mano en lo que le dicen los profesores. Contento con su labor y sobre todo orgulloso por lo que está aprendiendo, no repara en hacer una demostración de cómo navega en internet y cómo sabe buscar aquellas páginas en las que localizar los contenidos exigidos en su curso. Ahora los conflictos desatados en Costa de Marfil interesan a los residentes y también saber algo de sus países de origen. Gracias a internet pueden volver al lugar de donde escaparon.   José Antonio, encargado del almacén del CETI, destaca la gran       capacidad de trabajo que demuestran sus alumnos. Auténticos artistas Okoro es de Nigeria. Y esconde una historia peculiar, de esas que rompe con las tradicionales que acostumbran a escucharse en el CETI. Él ya estuvo en la península. Trabajó de yesero -el oficio que había aprendido- y se dedicó a hacer todo tipo de labores: pintura, albañilería... en las ciudades en las que estuvo: Madrid, Canarias, Mallorca e incluso Murcia. Tenía trabajo y durante años estuvo viviendo sin problemas hasta que recibió una llamada de Nigeria. Su padre estaba muy mal de salud y le habían tenido que ingresar en el hospital. Tuvo que regresar a Nigeria pensando que iba a estar poco tiempo y que después regresaría a España. No fue así, la enfermedad de su padre se complicó y se pasó el tiempo de la renovación de sus papeles. Ya no pudo volver por la vía legal a España, y ahora se encuentra en Ceuta, bloqueado, esperando que algún día su nombre aparezca en la lista de inmigrantes que pueden marchar a la península. Mientras intenta aprender más de lo que ya sabe. Y sobre todo enseña a sus compañeros bajo la atenta mirada de José Antonio, el encargado del almacén y quien controla el programa de albañilería puesto en marcha. Ahora les enseña a echar la perlita, algo que Okoro no domina bien y que se afana en aprender. Ya han dejado listas varias paredes de una de las aulas del CETI, y se han encargado de pintar y decorar el resto. “Tienen mucha voluntad de aprender”, explica José Antonio, que incluso llega a sorprenderse de lo aplicados que pueden llegar a ser sus alumnos. Con sus monos de un blanco iluminado trabajan a diario por adecentar las zonas comunes del campamento, echando mano a todo lo que les manden. Después de terminar los trabajos sabrán lo suficiente como para convertirse en peones de cualquier obra. Si consiguen regularizar su situación y marchar a la península lo harán con los conocimientos de español que van asimilando y con las artes suficientes como para poder desenvolverse adecuadamente en alguna obra. Mientras son entrevistados no cesan en sus labores: ya han dejado lista una pared y están aprendiendo a echar la perlita. Otras dos paredes están ya completamente lisas y las hay que han sido ya pintadas, con una decoración acertada en la que curiosamente no faltan los motivos marineros. Quizá los más adecuados a quienes están separados de su sueño por el gran mar del Estrecho.   Les toca hacer de todo, desde poner unos tendederos  nuevos hasta arreglar cualquier avería que pueda producirse Enrique lo tiene claro. Tiene a su lado a unos buenos aprendices, interesados en lo que se les enseña y sobre todo muy preguntones. Y eso satisface a cualquier profesor. Junto a él Celestine, Ibrahim, Michael, otro Ibrahim y Christian no levantan la mirada. Lo justo para saludar. Están atentos a lo que se traen entre manos: dejar bien pintadas las paredes. Llevan unos cinco meses aprendiendo el oficio: saber algo de fontanería, arreglar los típicos desaguisados que uno se encuentra cada día en su casa, colocar tendederos... son los típicos chapuzas que valen para todo y que ahora están tan cotizados. Desde las nueve de la mañana hasta la una de la tarde están trabajando siguiendo las directrices y enseñanzas de su profesor. Le echan muchas ganas y sobre todo interés. Lo demostraron cuando el día del agua se produjo una gran fuga. La obra fue compleja. Una empresa de la ciudad se encargó de arreglarla y se tuvo que romper el hormigón para poder encontrar el origen. Los inmigrantes echaron una mano. Y lo hicieron como profesionales. Ahora se esmeran en aprender más cosas. Tienen por delante mucha tarea. En un centro como el del Jaral siempre hay fallos que subsanar. Que si las tuberías se atascan, que si son necesarios más tendederos para la ropa, que si alguna puerta se estropea... el mantenimiento en un centro tan poblado es básico para que las cosas sigan funcionando. Enrique califica a sus alumnos de muy buenos y recalca que saben invertir adecuadamente las horas. No fallan, son constantes y tienen capacidad de aprendizaje y eso es algo que siempre se valora en cualquier oficio y más aún cuando, en el caso de marras, se trata de aprovechar al máximo el tiempo para poder disponer de una formación que luego les sirva. El futuro está en el aire pero no por ello hay que dormirse en los laureles. Los ‘manitas’ están cotizados en un mercado en el que sobran licenciados pero en cambio hace falta mano de obra práctica, de la que te puede sacar de un buen apuro. Y una fuga de agua lo es. En el CETI están tranquilos, los aprendices se esfuerzan en poder garantizar el mantenimiento que les enseñan los profesionales que se encargan de ello.   Mohamed intenta transmitir el amor que tiene a las plantas a sus dos aprendices: el somalí Brahim y el nigeriano Odwna UN OFICIO CON PROYECTO.
Mohamed es el jardinero del CETI. Un hombre que quiere a las plantas, dice que hay que cuidarlas como a un niño chico. Si lo haces bien te sonreirá, si no, lo más seguro es que recibas un berrinche detrás de otro. Por eso Mohamed cuida sus margaritas, sus geranios, sus pitas, sus enredaderas como nadie. Les da cariño y recibe buenas flores. Es básico. Mohamed intenta inculcar ese cariño a los dos aprendices de jardinero que tiene a su vera. El somalí Brahim y el nigeriano Odwna. Dice de ambos que tienen mucho interés y que, sobre todo, son trabajadores. Señala a Brahim como el más implicado, el que más se esfuerza en aprender el oficio. “Tienen mucho interés y lo demuestran. Quieren aprender”, advierte. La labor de esta pareja de subsaharianos no termina en limpiar las cunetas de alrededor del CETI para que las plantas crezcan como deben, también se esmeran en que la entrada al campamento esté presentable. Y en mente tienen un proyecto: crear un huerto. Pero para eso hace falta dinero y de momento las partidas que llegan al CETI no tienen designada esta inversión. Lo que sí hay es espacio. En frente de la pista que sirve como campo de fútbol. Allí el director del CETI, Carlos Bengoechea, tiene previsto que se ubique un huerto. Pero de momento habrá que esperar a disponer de presupuesto, a no ser que llegue alguna colaboración altruista para comenzar con lo básico: buena tierra y semillas. Brahim y Odwna están ilusionados con el proyecto. Ahora colaboran bajo las directrices de Mohamed en todo lo relativo al cuidado de las plantas. Han conseguido unas buenas hiedras enroscadas en piedras que son el orgullo del profesor, y mantienen como se debe las azucenas blancas, las gitanillas y las espinas del señor. Todo tiene su truco, pero lo básico para que crezcan como deben es aplicar buenas dosis de cariño. Y parece que eso les sobra a los dos aprendices de jardinero. Atrás quedan las penurias que han tenido que pasar hasta llegar a Ceuta. Brahim lo sabe bien. En su día fue deportado a un país que, asegura, no era el suyo. Por eso volvió a intentarlo. Dice que es somalí aunque le dieron por nigeriano y apareció en un lugar en el que nunca había echado raíces ni pretendía echarlas. Así inició por segunda vez otro periplo clandestino que le llevó hasta Ceuta, en donde lleva ya bastante tiempo. Se esfuerza por aprender y sobre todo por saber todas las artes posibles de la jardinería. Ese ímpetu es el que ha visto Mohamed, por eso lo valora como su mejor alumno. Las cunetas que rodean el campamento las tiene a punto, separando la maleza que estropea el crecimiento de las plantas. Les da mimo, cariño... lo básico para que crezcan. Y sobre todo eso le sirve para formarse y para pasar los días con ilusión, con otras metas, con un quehacer, con algo que agote las 24 horas de un día pretendiendo que sea distinto al siguiente. La vida en un campamento no es fácil pero todos intentan que lo sea. Ahora el objetivo es poner en marcha el huerto. Así que cualquier interesado en colaborar para que más pronto que tarde ese objetivo pueda alcanzarse no tiene más que dar el primer paso. Lo demás lo ponen Mohamed y sus ayudantes.   Un enlace necesario entre el médico y los inmigrantes para cumplir con las citas LA VACANTE DE ROCKI.
Entre las personas que más echan de menos a Rocki está el doctor Sergio González. Se le ha ido uno de sus mejores ayudantes. Y es que hasta el pasado miércoles, el líder de los indios del monte se dedicaba a echarle una mano de asistente sanitario. Él localizaba a los pacientes que debían pasar consulta al día siguiente, para que el doctor no se llevara sorpresas. A menudo la megafonía no surte efecto, y es más fácil localizar a los pacientes con la colaboración de un aprendiz de enfermero. Y Rocki cumplía con este papel a las mil maravillas. “Nosotros le damos los datos y él se encarga de avisar a los inmigrantes la noche antes para recordarles que por la mañana tienen consulta”, indicaba en el campamento González. Lo decía antes de saber que la Policía Nacional llamaría a ocho de los 20 indios del monte para que se personaran en la Jefatura Superior iniciando los trámites para su traslado a un CIE de Algeciras en donde ya se encuentran. Rocki servía además de intérprete para los demás indios y paquistaníes. Pero sobre todo se encargaba de mantener en orden la agenda médica, para evitar que los análisis o las pruebas se retrasen en el tiempo porque el paciente no se ha enterado de que tenía cita médica. Con la marcha de Rocki se buscará otro ayudante, que al menos cumpla el papel de la misma forma que lo hizo éste. Es importante, recuerda González, tener un enlace así para que todos los servicios se puedan realizar. En la enfermería existe, ahora, plaza vacante.

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