Opinión

Los límites de la dignidad, por Juan Luis Aróstegui

Un contencioso soberanista entre países colindantes, como el que España y Marruecos sostienen respecto a Ceuta y Melilla, se dilucida en tres planos bien diferenciados, aunque inevitablemente relacionados. En el universo diplomático; en el que cada uno de los países mantiene de manera escrupulosa y respetuosa su posición oficial con esporádicos y muy estudiados movimientos. En el espacio de la relación efectiva entre ciudadanos de ambos lados de la frontera; en el que se impone el “sentido práctico de la vida” por encima de las consideraciones política, y los vínculos se prodigan e intensifican de manera inexorable. Y por último, en el ámbito de la gestión política, infinitamente más complejo, y que debe resolver la conexión entre los dos anteriores, manteniendo el equilibrio entre la diplomacia y la vida cotidiana, de manera que no se produzca un conflicto indeseable entre países que son, simultáneamente, amigos y enemigos (si eso es posible…). Este doble sentido es el que hace que la interacción política discurra por dos vertientes: un lenguaje de gestos públicos, destinados a la opinión (como exhibición de firmeza), y estrechamente unido a los sentimientos de orgullo y dignidad; y una actividad discreta o secreta (según los casos), en la que se negocia y acuerda de verdad, y que está, lógicamente, vedado al conocimiento de la ciudadanía. De este modo, el único indicador disponible para conocer el estado de este contencioso lo constituye el “lenguaje gestual”. Lo demás es obvio o secreto. Cada Estado mueve sus piezas en función del grado de tolerancia que detecta entre su pueblo. ¿Hasta qué punto la reivindicación de la soberanía de Ceuta y Melilla es importante para el pueblo de Marruecos, más allá de lo que “pregona” el régimen alauita? Es difícil saberlo. Se intuye que cada vez menos (lo que sería bueno para Ceuta). Pero sólo se intuye. ¿Hasta qué punto es importante para el pueblo español su soberanía sobre Ceuta y Melilla? Es difícil saberlo. Las encuestas publicadas no ayudan mucho (más del cuarenta por ciento manifiestan que “Ceuta y Melilla no valen una guerra”). Lo que sí parece claro, es que los estados de ánimo y de opinión evolucionan, y que fenómenos como la globalización están acelerando, y probablemente redirigiendo, esos cambios.
Esta “unidad de medida” del conflicto (grado de tolerancia a la ofensa pública) también es aplicable al pueblo de Ceuta. Nuestra reacción ante los gestos que cuestionan nuestra españolidad es cada vez más laxa. Se podría deducir que con el paso del tiempo (y quizá por la fuerza de los hechos) hemos ido constriñendo los límites de nuestra dignidad. Así parece confirmarlo uno de esos “gestos indicadores” que se ha produjo muy recientemente. Hace aproximadamente una década, gobernando entonces José Luis Rodríguez Zapatero, tuvo lugar el bochornoso episodio de los “todoterreno”. El Gobierno de España donó varios vehículos de estas características a Marruecos en el marco de la cooperación para el control de fronteras. Ingenuamente, pretendieron hacer la entrega a través de la frontera del Tarajal, como marca la lógica más elemental. Los vehículos se encontraban en Ceuta, a penas a doscientos metros de su destino final; pero el Gobierno de Marruecos rechazó la donación en esas condiciones, ya que para ellos supondría un reconocimiento implícito de la españolidad de Ceuta. El Gobierno español agachó la cabeza, se llevó los “todoterreno” a la península y los pasó desde allí a Tánger. Aquella decisión fue muy duramente contestada en nuestra Ciudad, porque suponía, de hecho, un menoscabo de nuestra dignidad. El Gobierno español nunca debió “aceptar” la imposición de Marruecos.
Una década después parece que todo ha cambiado. A peor. Una empresa ceutí que se dedica al transporte de viajeros por helicóptero, y que está patrocinada por la Ciudad (con la nada despreciable cantidad de trescientos veinticinco mil euros anuales), ha anunciado un próximo enlace entre Ceuta y Tánger; pero ha añadió: “a través de la península”. Quiere eso decir que no se trata realmente de una línea Ceuta-Tánger, sino de dos líneas diferentes, una de Ceuta a la península (probablemente Algeciras) y otra de Algeciras a Tánger. Tal y como exige Marruecos. Seguiremos el mismo trayecto que los “todoterreno” de la vergüenza. Pero ahora en silencio y con agrado. Al fin y al cabo, tampoco es tan importante…

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