Cuando un mito del cine como Kevin Kostner (a su trayectoria me remito con los fríos datos en la mano) pone su mirada y su dinero en Netflix tenemos la completa sensación de que las nuevas formas de ver cine han ganado el pulso y están dentro del show business, como mínimo, para lugar de tú a tú a cualquiera. Con descaro, con seguridad, con los resultados asegurados. El nuevo cine sin pasar por la gran pantalla ya está más que aquí.
El propio Kostner produce e interpreta el coprotagonista de esta revisión de la historia real de la trayectoria final de Bonnie y Clyde, los delincuentes idolatrados por el pueblo que tuvieron a raya a las autoridades y cuerpos de seguridad estadounidenses en los salvajes años treinta.
Woody Harrelson, estupendo como siempre, es el otro ex ranger reclutado desde el ostracismo para dar caza a los populares maleantes. Ambos agentes aportarán experiencia, un toque vetusto, incluso pasado de rosca y nada en forma, pero con la convicción necesaria para hacer aquello que se supone que se espera de ellos, que no es otra cosa que contundencia y saber lavar los trapos sucios con discreta eficacia profesional.
La historia es prácticamente un valor seguro, y la manufactura a cargo del irregular John Lee Hancock cuenta con un trazo histórico cuidado aunque monótono y un guion que flaquea en el ritmo y en profundizar en el fenómeno social que supuso estas dos míticas figuras que fueron asemejadas a Robin Hood; desde la óptica de esta película pierden cualquier atisbo de interés en favor de los dos agentes del gobierno, la cara de la moneda sobre la que se colocan los focos.
Siendo cierto que además de lo mencionado está el hecho de saber cómo va a acabar todo, es lo que tienen las historias archiconocidas, el devenir de los acontecimientos y la química que desprenden los dos veteranos actores con sus trabajos hacen que el proyecto merezca ser visionado no sin cierto aire decepcionante de “podría haber sido algo excelente y se queda en algo entretenido”.
Lo bueno del asunto es que tiene uno la opción de no arriesgar mucho viéndola sin pagar entrada de cine o peaje por el ambigú, y si no te convence, apagarla e ir a otro asunto. Lo malo, que el cine en la gran pantalla es una experiencia que no puede suplir la pantalla de un televisor, por grande y plano que éste sea…
Puntuación: 6