A estas alturas de las circunstancias no voy a mostrar a nadie quien es el legítimo soberano del Peñón de Gibraltar, ni como los hijos de la Gran Bretaña violan constantemente el derecho internacional, algo que les viene de casta desde los tiempos de Francis Drake. Lo interesante de los últimos acontecimientos que vuelven a emponzoñar lo que pudiera ser un entendimiento cordial con nuestro inquilinos, es preguntarse a quién beneficia esto y con quién estamos tratando de lidiar el toro.
Imaginen que tienen un piso alquilado, y cuando vence el contrato de alquiler, los inquilinos deciden quedarse y comportase como verdaderos ocupas, haciendo de su casa un reducto al margen de la ley, en este caso de la legislación internacional, y además salen al rellano del portón a armarla cada dos por tres para exigir su parte proporcional del zaguán. Pues eso es lo que está pasando con Gibraltar.
Pero ejercer de hooligan en aguas de soberanía española no obedece a una acción precipitada e irreflexiva de nuestros vecinos. Los británicos son flemáticos y no hacen nada precipitadamente, todo es fruto de la premeditación y tiene varias intenciones.
La primera de las intenciones es intentar ejercer un derecho de dominio por la vía de la usurpación violenta para garantizarse unas aguas que les permitan continuar violando la legislación medioambiental con la carga y descarga de combustibles y porqué no, que de amparo a las lanchas de los herederos de Barbarroja que se benefician de un sistema fiscal y bancario de chiringuito caribeño.
Por otro lado, llamar la atención a sus ciudadanos y actuar de forma populista, del mismo modo que las repúblicas bananeras, para reafirmar una identidad ilusoria e irreal, la nación gibraltareña, en unos momentos tan duros económicamente para ellos como para nosotros.
No hay que dejar de lado la intención de inventarse una crispación con España para recabar más atención de Gran Bretaña sobre la colonia gibraltareña y así recibir más fondos y atenciones.
Y por supuesto, no podemos olvidar quién es el actual alcalde de Gibraltar, cuya entrada en el poder fue acompañada de declaraciones explosivas, impropias de quien aspira a conducir y representar a la sociedad gibraltareña.
Todo esto no hace más que evidenciar una situación insostenible, lacerante para el Reino de España y que deja, una vez más, a Gibraltar más distanciado del seno de la Unión Europea y de lo que pudiera ser un proceso de normalización de un status quo no deseado pero consentido.
Afortunadamente, en España, gobierna ahora el Partido Popular, que hasta la fecha es el único partido que ha mostrado razón de estado en estos y otros asuntos, practicando firmeza, mesura y templanza en un tema que a más de uno le gustaría que se escapase de las manos.
Pero también hay que recordar que la paciencia, como virtud, es difícil de practicar y además tiene límite, sobre todo para aquellos que vivimos muy cerca de la vergüenza hecha piedra.
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