Con “el Cigala” en portada de rotativos diciendo que su paso por los Juzgados es a causa de los dineros, se nos reviene el tufo pestilente de la violencia de género.
El hallazgo del cadáver de Olivia, la mayor de las hermanas de Tenerife secuestradas por su padre o el de Rocío -la cría de poco más de 17 que estaba desaparecida- no nos da más que arqueadas de dolor y rabia. Olivia tenía solo seis años y no sabía nada de la vida. Ni que su madre tenía un nuevo amor, ni que su padre estaba rabioso por ello. Tampoco que hay parricidas que satisfacen su ego con la muerte de lo que más deberían proteger. No ha muerto Olivia porque su madre tuviera un nuevo amor, ni Rocío porque fuera a dejar a su novio que la maltrataba. Han muerto por la ruindad de los asesinos, por su mala sangre y su mala baba. Por necedad y desatino. Se me seca el aliento de frustración porque no entiendo como un ególatra consumado no se degüella el pescuezo contra el espejo en el que se mira para dejar a los demás tranquilos. No sé cómo dormiremos a partir de ahora, pero sí sé cómo empieza esto…justificando la violencia con excusas, paños calientes y mucho desprecio.
Sé cómo se maltrata a las mujeres, lo poco que se las valora, el sufrimiento callado y que el testimonio por el que murió Ana Orantes no es sino punta de iceberg de muchas desgracias olvidadas. “El Cigala” tiene derecho a defensa, a un juicio justo, a reclamar, quejarse y decir a voz cantante que la culpa de estar investigado por violencia de género la tienen los dineros.
No es violencia de género, sino si se demuestra dónde se debe demostrar.
Siempre he salido en defensa de mujeres huidas de sus casas porque las ahogaba el yugo de la prepotencia machista, con sus hijos abusados y ellas aguantando por la lacra crónica de la absoluta dependencia, porque el maltratador es violador de conciencias, acaparador del todo para que la otra se convierta en la nada, mientras se agazapa en la ignorancia y la permisividad de muchos.
El testimonio de Ana Orantes se recogió en una televisión local sin dineros de por medio, ni trajes luminosos, sin llantos, sino con un apresto que nos dejó el alma temblorosa.
No hubo nadie que no la creyera, nadie que se atreviera a negar lo que estaba viendo.
Ni siquiera el que la mataba a palos después de que un juez les dejara la casa familiar, compartida. Ese verse todos los días, ese no alejamiento del agresor hizo que luego de escucharla y sintiéndose desenmascarado, se encabritara matándola. No de cualquier forma, sino abrasándola en el patio de esa casa compartida. A sus hijos no les bastó con saber – de primera mano-los maltratos a su madre, sino que también olieron la pira en que se convirtió antes de morir, amordazada. Años más tarde, uno de sus hijos sería acusado por violencia de género, dándose la vuelta la pescadilla, al morderse la cola.
Rocío puede que haya sido la última, o quizás Olivia con sus seis preciosos años , ambas con todo el futuro por delante, con miles de planes por cumplirse porque (como Bretón) este padre ególatra y asesino ha decidido que una tumba a mil metros- en mitad del mar- era mejor a que la criara el novio de su madre. También el novio de Rocío -al que dejó y por eso la mató para luego descuartizarla y sembrar sus restos por Estepa- debió pensar que esa afrenta pedía la sangre de la madre del hijo que le había hecho cuando solo era una menor. Hoy es un día malo. Perdonarán que me moleste que el Cigala diga que las mujeres vamos detrás de los dineros y que por eso le han denunciado por violencia de género. Disculpen que crea en la Justicia más que nunca, aunque sepa que se multiplicarán las víctimas porque nos importan más las visualizaciones escénicas que las realidades a pie de calle sin los dineros que pretexta” el Cigala”, sino con el orgullo que sale por boca de necios a raudales.
El pequeño cuerpo de Olivia no podrá ser abrazado por su madre. Ni el cuerpecillo a medio hacer de Rocío será devuelto a su hijo de 4 meses que crecerá con odio encurtido y maldiciones constantes a su padre. Porque la violencia de género mata cien mil veces, encurtida de generación en generación, de padres a hijos, de abuelas a madres.
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