Los de tercero ya saben vendar

Salim, nueve años, moreno, altote, simpático, estaba ayer contento. Sentado en una silla del comedor de su colegio, el Ortega y Gasset, el alumno jugaba con una venda que le acababa de dar una enfermera. “Me gusta. Esto es mucho mejor que las clases”, sonreía el niño, que quiere ser policía y dice que va a cuarto cuando es de tercero. Cosas de estatus. A poca distancia de él, Antonio, ocho años, rubio y divertido, corría feliz con el brazo vendado. “Me ha tenido que ayudar la ‘seño’ a vendarlo. Yo solo no puedo”. Y poco más allá, mucho más tranquila y sentada junto a su amiga Alba, aparecía Ainara, ocho años, mucha timidez y una responsabilidad cuanto menos sorprendente. ¿Qué has aprendido, Ainara? “Que hay que ayudar a las personas”.


Estas son tres historias que se sucedieron ayer en el Ortega y Gasset. Al colegio había llegado una enfermera, Elisabeth Muñoz, que dedicó la mañana a enseñar a 75 alumnos de tercero qué es la enfermería. Para ello, les hizo interpretar una pequeña obra de teatro, les enseñó a vendarse el brazo (“sin apretar mucho, niños”) y les repartió a todos unos guantes para que sintieran en las manos su tacto e hicieran globos. Vamos, un primer paso para perder el miedo al personal sanitario. Ya tendrán tiempo para saber por qué puede llegar a asustar una visita al hospital.

 

“Nuestro objetivo con este tipo de iniciativas es que nos vean como una persona cercana, que no se asusten”, explicó Muñoz, que forma parte del sindicato de Enfermería (SATSE).

 

Dijo la sanitaria que lo principal era que se “divirtieran”. Así les permitió que jugaran con las vendas. Al principio, siguiendo las instrucciones, los niños se vendaron el brazo. La cosa acabó con muchos de ellos con vendas en la cabeza. De pronto, se habían convertido en momias y perseguían a sus compañeros. Parecía divertido. Luego, cuando la cosa se aceleraba, fácil con la energía de los más pequeños, las maestras ponían orden. Hasta un silbato sirvió de ayuda cuando el estruendo de 75 niños obligaba a pedir silencio a gritos.

 

La enfermera agregó que también había “otro claro objetivo: hacer aflorar las vocaciones”. “A los niños les pasa que muchas veces quieren ayudar y no saben cómo. Ser enfermero puede ser una buena manera”, concluyó Muñoz, que al igual que los niños se había “divertido  mucho”. Al final, los chavales se marcharon ilusionados con unas pinturetas y unos crucigramas que completar. Toda una lección que se olvida con los años. No hace falta tanto para ser feliz.

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