El atrio de los gentiles era la parte del recinto del Templo de Jerusalén a la que podían acceder no sólo los fieles judíos sino también los visitantes paganos provenientes tanto de Palestina como de otros muchos territorios del mundo antiguo.
En realidad este lugar cumplía varias funciones, la principal; ser una especie de ágora, un foro de intercambio cultural y religioso donde se reunían e interrelacionaban, multitudes de personas cuyas concepciones e ideales de vida eran representados por “figuras alegóricas” que, aun siendo propias de su religión y antropología, trascendían las fronteras convirtiéndose en patrimonio de la antigua humanidad.
Algunos Directores Espirituales de las Hermandades de Ceuta se quejan con frecuencia de la falta de asistencia de algunos cofrades en la Eucaristía de sus parroquias, y su escasa o nula participación en los eventos pastorales de la misma. Son los que algunos de ellos llaman “auténticos cofrades”, e incluso despectivamente “COFRAUDES”, palabra que, como las cofradías de Ceuta, tiene “Padre” o Director Espiritual y parroquia de salida. Solo espero que este “ingenioso” término, fruto de una mente políticamente esquizoide y visceralmente iconoclasta, nunca figure en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.
Señor vicario, creo que la Iglesia actual debería preocuparse por los cristianos que se encuentran en ese “atrio de los gentiles”. Lugar perdido, olvidado y desconocido o ignorado por muchos donde pudieran estar exiliados esos cofrades cristianos no practicantes o “auténticos cofrades” como fueron llamados despectivamente en una ocasión en la parroquia del Valle. Alguien debería bajar de la zona sagrada del templo y ponerse en contacto, de alguna manera, con esos “nuevos gentiles” que también quieren encontrar a Dios. Dejad vuestro rebaño y buscad la oveja perdida dijo el Señor, pues «habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión» (Lucas 15, 3-7).
Señor vicario, aunque no sea políticamente correcto, y asumiendo el riesgo de convertirme en un nuevo “Giordano Bruno”, alguien tiene que decirle que así no funcionan las cosas. Parafraseando a Séneca: «En la adversidad conviene muchas veces tomar un camino atrevido», porque «una buena conciencia no teme a ningún testigo», y en estas circunstancias «prefiero molestarle con la verdad que complacerle con adulaciones». Es necesario que sepa usted que, a estos cofrades, a veces les aburren y disuaden las homilías y sobre todo el modus operandi de algunos sacerdotes. Debe saber, que es molesto y hasta de mala educación, por ejemplo, llamar la atención públicamente a los feligreses que llegan unos minutos tarde al inicio de la misa. Todo es mejorable si escuchamos la opinión de los demás, incluidos los cofrades. ¿Por qué se esconde la oveja perdida? ¿Por qué algunos cofrades no van a misa? Señor vicario ¿conoce usted la respuesta a estas preguntas? ¿Le ha preguntado usted? Yo sí. La respuesta más frecuente es por la actitud de algunos párrocos hacia ellos. Se sienten incómodos en el templo, que parece una auténtica “propiedad privada” del párroco eventual mantenida y consentida por algunos de sus incondicionales feligreses. A veces, el cura se ve envuelto en una atmósfera irreal, que lo hace creer que es superior a todos, que no le invita a la reflexión. Se aferra a su efímero poder con todas sus fuerzas, y lo que es peor; opera en su feudo provisional y alquilado como si fuera un cortijo de su propiedad. Hay sacerdotes, y lo digo con conocimiento de causa, que se creen auténticos SOBERANOS de SU iglesia. Señor vicario, nunca olvide que, en todos los contextos y situaciones, “la soberanía siempre reside en el pueblo”, en este caso en las “piedras vivas” paulinas de los templos cristianos. Cualquier institución que no cuente con la voluntad y opinión de su pueblo tiene sus días contados, y a la historia me remito. El hecho de estar de párroco no le da derecho a ser dueño y señor de todo lo que exista en el interior de la parroquia, incluido sus imágenes, y mucho menos de fijar las directrices de cómo se debe llevar una Cofradía. Parafraseando a Cicerón: ¿Hasta cuándo van a abusar de nuestra paciencia señor vicario?
Decía Paulo Coelho: «Hay actitudes que duelen, cosas que confunden y orgullo que distancia». Parece Señor Vicario, que no todo el mundo aprecia la riqueza de nuestro idioma castellano, que no todos queremos entender la diferencia semántica de los verbos "ser" y "estar". El sacerdote “ESTÁ” de párroco en una iglesia, y por tanto tiene un carácter transitorio, y sus decisiones deben ser consensuadas con los miembros laicos de su parroquia, auténticas piedras vivas de la Iglesia de Dios. Sin embargo, los feligreses “SON” y forman parte de esa iglesia, con todas las connotaciones y derechos que derivan de su permanencia innata. De alguna forma, estos cofrades fueron desplazados al atrio de los gentiles por la actitud de algunos sacerdotes hacia ellos, sin que nadie, hasta ahora, se haya preocupado en demasía para que puedan acceder de nuevo al recinto sacro, reservado solo para autoridades religiosas, y para los “cristianos auténticos”, los que siempre van a misa temprano, y cumplen al pie de la letra todos los deseos, caprichos y manías, e incluso le ríen las gracias al cura de turno, dueño y señor del recinto sacro. Mientras tanto, estos cofrades, exiliados en su atrio, siguen percibiendo fronteras espirituales, siguen viendo como antaño, un espacio íntimo delimitado en todo su perímetro por una balaustrada de piedra que trazaba el límite físico que los gentiles bajo ningún concepto podían atravesar, so pena de muerte inmediata. Señor vicario, puede que algunos sacerdotes con su actitud hacia estos cofrades les muestren con sus palabras y sobre todo con sus hechos, como en los antiguos templos judaicos, esa barandilla, donde a intervalos regulares, estaban colocados avisos en griego y latín para disuadir a los incautos de entrar al recinto sacro.
Me da la sensación, señor vicario, que poco o nada ha cambiado con el tiempo. En la actualidad, fuera de este recinto sagrado del templo sigue estando presente un “atrio de los gentiles” densamente poblado. Jesús con su actitud trató de romper fronteras, pues en la carta a los Efesios se alude a esta barrera de separación cuando dice que Cristo «ha abatido el muro de separación» que dividía a judíos y gentiles (Ef 2,14-16).
Con la perpetuación de esas fronteras espirituales, algunos sacerdotes con su actitud delimitan el perímetro del nuevo atrio, donde se adivina un espacio virtual, en el cual los "gentiles" de Ceuta siguen accediendo en busca de Dios. Es responsabilidad de la Iglesia la caída de todos los muros, de todas las barreras que puedan dividir a los cristianos, que todos los espacios de nuestras parroquias sean a la vez, sagrados y abiertos a todos, incluso también para esos cofrades que, por alguna razón, no van a misa y nadie les pregunta ni le interesa el porqué se han perdido del rebaño.
Señor vicario, ¿no cree usted que su Iglesia tiene ahora una responsabilidad precisa e histórica para dar al «atrio de los gentiles» su justa dimensión anacrónica? Esta metafórica pregunta debe entenderse por parte de los representantes de la Iglesia actual, como una actitud de permanente acogida y escucha hacia quienes no parecen participar activamente en sus actividades pastorales, y que solo van ocasionalmente por la Iglesia durante la cuaresma y en los cultos de su Hermandad.
Puede ser que el residente de este atrio virtual, perciba la labor pastoral de su párroco como algo anacrónico y lejos de su percepción sensorial, pero no por eso olvida a Dios, y nunca lo trata como un extraño en su vida. Este tipo de cofrade no se contenta con el craso materialismo, ni con el pietismo, ni mucho menos, con las respuestas vacías a sus inquietudes espirituales de un mundo eclesiástico demasiado hermético e irreverente hacia la trascendencia real de la religiosidad popular que ellos defienden y practican. Este cofrade puede ser alguien, que en su "torpeza espiritual", solo encuentre a Dios a través del culto a sus sagrados titulares, y que cuando viste su túnica nazarena y realiza su estación de penitencia, busca en su interior, como a tientas, a ese Dios desconocido del que habló Pablo en el ágora de Atenas (Hch 17). Se trata, por tanto, de cofrades en quienes la fe en Dios sigue estando presente, a través de un culto personalizado e idealizado a las imágenes titulares de su Hermandad. Estos cofrades tienen enormes dificultades para creer y entender a ese Dios puramente espiritual y dogmático que solo parece preocuparle a la Iglesia. Para ellos, ese Dios es un desconocido, pero a pesar de eso, no renuncian a su búsqueda, al que encuentran, con frecuencia, a través de su propio Cristo de madera, de la misma manera que aquellos gentiles que antaño subían con sus imágenes a Jerusalén en busca del único Dios, puro, grande y verdadero.
Señor vicario, pienso que es necesario, por tanto, una apertura de la Iglesia al diálogo en el “atrio de los gentiles”, movido desde la humildad de la verdad pulsátil de su maestría, que debe siempre emanar de su sabiduría, y no de la acritud y percepción subjetiva del cura de turno. Pues como decía Cicerón: «No basta con alcanzar la sabiduría, es necesario saber utilizarla». ¿Sabe usted señor vicario utilizar su sabiduría en todos los contextos de su responsabilidad eclesiástica, o sólo la utiliza usted cuando imparte clase de Patrología en el Seminario Diocesano de San Bartolomé?
Señor Vicario ¿Cómo llevar a cabo concretamente este diálogo? Para ello "Doctores tiene la Iglesia", pero se debe excluir de antemano actitudes fundamentalistas, algunas de corte neoiconoclasta. Es decir, es crucial que algunos sacerdotes sepan superar con éxito la temible y traumática fractura producida entre la espiritualidad radical y el pietismo popular, entre su iconoclasia moderada y el atávico fervor de esos cofrades a sus sagradas imágenes, recomponiendo y adaptando su labor eclesiástica cotidiana para toda su feligresía, y crear así una verdadera unidad de vida evangélica, en todas las partes del templo, incluido el atrio de los cofrades, huyendo para siempre de la simple y fácil funcionarización de la Iglesia, del “vuelva usted mañana”, y “si antes te vi, ahora no me acuerdo”.
La nueva Iglesia del papa Francisco está empezando a ver las cosas de ese modo, destituyendo para siempre al prototipo “Tarcisio Bertone” como sinónimo de corrupción, mala gestión y abuso de poder. Con ello se olvida para siempre del irresistible poderío absoluto que crecía en los jardines del palacio del Quirinal; buscando la absoluta compatibilidad entre el anuncio del Evangelio y el diálogo respetuoso e inteligente con los cristianos “no practicantes”, e incluso con los agnósticos. Este diálogo bidireccional exige la búsqueda conjunta de Dios, aunque para ello, sus sacerdotes tengan que bajar a ese “atrio de los gentiles”, y con esos cofrades, portar entre todos, a ese Jesús de madera, al que rezan todas las primaveras, buscando su gran amor, pues es para ellos la única manera, la única razón, al contemplar su dolor, de conocer la medida verdadera de su infinito amor, que es amar al Señor sin medida ni patrón, sentimiento agustiniano que aflora con devoción, y supera todas las fronteras del pensamiento y del corazón, de esos cofrades perdidos y olvidados, todos ellos hijos de Dios.
Señor vicario, el curso espiritual que comienza en este mes de septiembre es complejo, importante y esperanzador. Nunca el colectivo cofrade caballa habían sentido un rechazo oculto y contenido tan grande a las desafortunadas declaraciones públicas de un representante de la Iglesia. Y casi nunca estos cofrades se habían sentido tan huérfanos espiritualmente. Tenemos un nuevo curso por delante para aprobar todas nuestras asignaturas pendientes: Sinceridad, Humildad, Caridad, Diálogo, Respeto y Empatía. ¿Lo conseguiremos todos señor vicario, o aprobaremos solo la Patrología “por enchufe”?
Una última pregunta señor vicario, sin ánimo de ser tedioso, ¿a quién va usted a encomendar la ardua y estéril labor de réplica de mi artículo? ¿A un seglar ilustrado, a un educador cristiano, a un religioso y obediente subordinado, o a un “psicólogo” aficionado? ¿Porqué no busca usted, para variar, a un cofrade "auténtico", un “cofraude” como los llamó su “discípulo”, con o sin "motivos personales", con o sin "resentimiento", pero de sueños espirituales incumplidos, de esos muchos que tiene usted esperándole en el "atrio de los gentiles" de sus templos? Pero con independencia de quien lo haga, señor vicario, le puedo asegurar que, parafraseando a Cicerón, «el testimonio de mi conciencia tiene para mí más peso que la opinión de todo el mundo», incluido la de sus ávidos e incondicionales emisarios.ç