Opinión

Lo que el viento se llevó

El viernes por la tarde los perros y sus respectivos dueños nos quedamos con un par de narices al ver que el parque había volado. Son los rigores del temporal que no ha dejado títere con cabeza.

Somos muchos asiduos al parque; los perros campan a sus anchas jugando, saltando, socializa ndose entre ellos. Mientras nuestras mascotas están en lo suyo, los dueños charlamos, nos contamos nuestras cuitas, comentamos la vida del día.

Es una muy buena terapia encontrar un clima en el que todos somos iguales: no importa profesión, posición social, ideas políticas o gustos personales. Con la escusa de los canes que corretean por todos los sitios, construimos la ciudad ideal, la Ceuta que queremos.

Desde que entré por primera vez después de seis meses de cuarentena no ha habido arreglo alguno en el olvidado recinto municipal: césped ajado, bancos rotos, puertas carcomidas, boquetes por los que se escapan los animales.

Así es, ya podemos denunciarlo a gritos que suenan en los oídos sordos de los responsables.

Recuerdo que a un periodista se le censuró hacer fotos por parte de un politicastro asesor del concejal de turno; al parecer no conocía la libertad de prensa en estos menesteres.

No conocería la constitución y actuó como un mequetrefe amparado por el concejal de turno: “Dale a Manolico un carguico y sabrás quién es Manolico".

Lo hemos intentado todo: Prensa, radio, denuncias por escrito, manifestaciones a las puertas del consistorio.

Es curioso que se vuela el parque con la ley vigente sobre el derecho de los animales y los deberes para con ellos.

Yo ya llevo tres trompazos por el suelo artificial repleto de peligros. Más de uno se romperá la crisma.

No sabemos si acudir al espíritu de Rodríguez de la Fuente, hablar con el Papá o asistir a Naciones Unidas.

Lo cierto es que el parque cierra su entrada hasta nueva orden y a ver si lo abren antes que nuestro Señor Jesucristo venga por segunda vez.

Menos mal que hay elecciones en tres meses y el alcalde no querrá perder votos.

Hoy, agarrando con una mano ese plástico arrancado por la ventolera, he pronunciado las míticas palabras: “Juro por mi perra que jamás tendrá que andar por las calvas del recinto; hoy no quiero pensar, mañana será otro día”.

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