Desde que naces ya te piden algo; algo que parece debe ser muy sencillo, que duermas bien y que recibas el alimento que necesitas y que tu madre te lo regala generosamente de su propio ser. Eres feliz y haces felices a tus padres y a todos los que constituyen tu familia; tú no te das cuenta de ello, aunque sí te encuentras a gusto cuando te besuquean y te acarician. No te das cuenta, pero creas un ambiente de especial satisfacción a tu alrededor. Esa satisfacción es un canto de salutación a la vida. a la tuya y también a la vida en sí misma, a ese don que rebasa nuestro entendimiento porque es algo más que humano. Acabas de nacer y ya estás ocupando un puesto en la Historia de la Humanidad; ya te estás preparando, aunque no te des cuenta, para ir a seguir un camino en la vida y alcanzar unas metas que ahora no sabes cuáles son.
Los años de tu vida se fueron formando poco a poco y aprendiste muchas cosas; tantas que eres incapaz de recordar todas y cada una de ellas, aunque si tienes la absoluta seguridad de que la felicidad te fue acompañando a lo largo de los años, mientras se asentaba en tu corazón y en tu alma tanto el concepto como la realidad que vivías centrada en la familia, en la tuya, con características bien definidas y que fuiste asimilando, en especial el amor al trabajo bien hecho y que fuera lo más útil posible para todos los demás. Ahora ya eres licenciada en Medicina y Cirugía y acabas de completar tu especialidad en Ginecología. Yo todo esto lo sé porque soy su abuelo paterno y porque he podido vivir cerca de la vida de esa nieta mía a que me vengo refiriendo; como lo haría cualquier abuelo, en su caso, de su nieta.
Ahora se aproxima un hecho muy importante en su vida, la de su boda en el próximo septiembre y se lo ha pedido, con las formalidades de rigor, los padres del novio a los de la novia. Yo el abuelo, no podía dejar de presenciar ese acto social, tan sencillo como emotivo y a mi alma vinieron todas las cosas que la vida le había ido pidiendo a Cristina –mi nieta– así como las respuestas de ella. A las personas ancianas, como yo, no le pidas detalles materiales sino emociones, que nunca pueden ser expresadas en su verdadera dimensión porque rebasan cualquier expresión oral o escrita. Mis emociones tuvieron como punto de partida el hecho de que su abuela –mi esposa– no podía estar físicamente allí, junto a ella cuando la pedían en matrimonio, porque había fallecido hace algo más de un año.
Yo estoy seguro de que Cristina notó, en su alma, la triste ausencia de su abuela Elvira, pero una vez más ella ha sabido dar la respuesta adecuada en cada momento de su vida y en este caso era la de aceptar la petición de matrimonio que le hacían para un hombre –Rafa– a quien quiere desde hace años. Ella y él saben lo que te piden en tu vida; han sido unos buenos luchadores y han sido capaces de triunfar; y así seguirá siendo a lo largo de su vida matrimonial. Saben lo que ello supone de entrega personal y que las satisfacciones están basadas en sacrificios de muchas cosas, menudas unas y otras no tanto, pero ellos han demostrado, a lo largo de sus vidas, que saben cómo atender las dificultades y también las satisfacciones. Hay que felicitarles, de todo corazón, porque aman la vida, con todas sus exigencias.
Sé que todo lo escrito es muy personal, pero pueden tener la seguridad de que creo que es aplicable a tantas personas como se quiera, aunque en cada caso haya particularidades. Una petición de mano no es algo exclusivamente formulario sino que lleva consigo una carga de emociones sumamente importante, las que uno a lo largo de la vida de casado ha recibido y que son de una profundidad impresionante. Yo pedía para esa pareja, en la petición de mano de mi nieta Cristina, que sepan recibir con buen ánimo todo cuanto la vida les va a pedir, que será mucho pero que les hará verdaderamente felices.