La Ciudad lleva años arrastrando cuantiosas condenas a costa de las caídas en la vía pública. Lo grave es que no dan con la tecla y nada más que caen cuatro gotas siguen los resbalones. Ayer sin ir más lejos.
A esto se suma el miedo, sobre todo entre los mayores, que ni siquiera se atreven a ir solos por no terminar con lesiones que, a determinada edad, pasan muy mala factura. Y eso es injusto, mucho, porque la inacción de toda una institución que está para velar por la integridad del ciudadano genera el efecto contrario y coarta la libertad.
La cuenta de condenas no para, además todas siguen el mismo camino porque en todas se argumenta lo mismo: la falta de control y de seguridad mostrada por la institución municipal la convierte en responsable de las posteriores consecuencias. Ya no hablamos de los perjuicios económicos, que en definitiva los pagamos todos por mucho que esa penalidad se difumine en el saco de las arcas públicas, sino de la inquietud y la inestabilidad ocasionada en determinados colectivos que transitan con miedo a sufrir accidentes, que incluso terminan sin salir de casa por prevención.
Los experimentos realizados hasta la fecha no han supuesto más que un desembolso sin sentido. Seguimos igual y seguimos sin tener un control sobre el pavimento porque ni siquiera se cuida el reconocimiento y cuidado de lo público.
Fíjense que se denuncian situaciones, que se publican con fotografías, que se hacen advertencias... pues pueden pasar días sin que se atiendan esas quejas y se resuelvan con soluciones. La figura de los auténticos controladores falla. Y digo ‘los auténticos’ porque hasta la fecha ese cupo se ha empleado para camuflar contrataciones de enchufados por los partidos políticos, personal que hacía de todo menos controlar lo que pasa en las calles y barrios de su ciudad.
El Gobierno no puede confesarse desbordado porque tiene personal suficiente como para adoptar las medidas resolutivas que impidan caídas en cadena y condenas, una detrás de otra. El Gobierno no puede decir que le supera la situación porque no hace siquiera el esfuerzo por estudiar como se debe el problema y evitar que cada vez que llega la temporada de lluvias aumente notablemente el número de peticiones ‘al de arriba’ para no terminar en el hospital.