Con bastante predisposición a pasar un buen rato fui al cine a ver esta película de un género magnético y atractivo, en el que la industria española tanto ha avanzado en los últimos tiempos. Y me topé sin embargo con errores del pasado que me impidieron introducirme por completo en la asfixiante atmósfera casi (a fogonazos sin el casi) sobrenatural de la película. Pero sin saltarnos pasos para comenzar por las conclusiones, comencemos por el aspecto informativo de lo que supone esta adaptación de la exitosa obra literaria de Dolores Redondo. La historia supone la investigación de la posibilidad de un asesino en serie en las inmediaciones de la población navarra de Elizondo, tierra natal de la agente de policía a la que encargan dirigir las pesquisas y de la que lleva años huyendo por motivos que se irán desvelando. Así las cosas, Amaia Salazar (Marta Etura) debe volver a casa para toparse con el caso de su vida y los obstáculos del pasado entorpecerán todo lo posible su agudizado olfato de sabueso.
El caso es que Navarra no se prodiga como escenario en el cine, y para una vez que tenemos el placer de ver los increíbles escenarios naturales de un pueblo espectacular, las circunstancias argumentales hacen que casi siempre se desarrolle la acción de noche y lloviendo como si no hubiese un mañana. Mala suerte. Quizá, de hecho, se pasan de rosca guionistas y equipo técnico con semejante manta de agua antinatural durante todo el metraje, que ya sabemos que si las gotas no son gordas no salen bien en la pantalla, pero de ahí a que den ganas de regalar a los protagonistas una mantita y un traje de buzo, creo que es pasarse un pelín…
Precisamente con respecto al reparto, tanto protagonistas (siempre interesante cada trabajo de Marta Etura y buen debut del cómico Carlos Librado, “Nene”) como secundarios hacen un buen trabajo con lo que tienen, que no es poco si tenemos en cuenta que la deslavazada adaptación cuenta con unos diálogos de cartón piedra que te instan a pensar con indignación: “¿Quién narices habla así, con esas palabras tan poco naturales?”. Cosas de pasar del libro al cine, piensa uno al principio, pero la realidad es que las frases quedan falsas en boca de los personajes hasta si en vez de verlos los estás leyendo. Una pena.
Lo que sí podemos achacar al cambio de formato es que, aunque haya salido una producción de más de dos horas, como en la mayoría de estas empresas, te quedas con la sensación de que se te escapan cosas porque no están bien explicadas (o sencillamente no están explicadas), y te estás perdiendo algo; nuevamente una pena, porque podríamos resumir la experiencia como un entramado de género criminal interesante en su concepción, bello a ratos en sus formas estéticas, interpretado con dedicación y muy torpemente rodado para acabar dejando el poso de que esta podría haber sido una buena película. Posibilidades tenía para ello.