Llamar a las cosas por su nombre es describir algo de manera clara y directa. En lugar de usar un lenguaje oblicuo y confuso.
Si en nuestra ciudad cientos de personas que están trabajando en instituciones públicas por ser tíos, hermanos, hijos, primos, amiguetes o parentesco indirecto, eso se llama NEPOTISMO si han conseguido su puesto de trabajo usando el beneplácito del árbol genealógico o del compadreo.
Puede ser interpretado como enchufismo o haciendo bueno el dicho “favor con favor se paga”.
Si se consigue un piso de protección oficial siendo más ricachón que el Tío Gilito eso se llama corrupción o trafico de influencias.
Si un miembro de un tribunal del Ayuntamiento califica a alguien sin tener ni idea de lo que valora eso se llama escándalo, desvergüenza, inmoralidad, impudicia; ya lo diga la ley, Jesucristo que baje a la tierra o los sindicatos de baja estofa.
Si se ponen losas que resbalan causando caídas a los viandantes, encontramos muchas acepciones: negligencia, me importa un comino, mordida; y si el Ayuntamiento tiene que pagar una millonada a los afectados podemos utilizar las locuciones siguientes: me la suda, me la refanfinfla, me la trae al pairo, el dinero no es mío o que el Ayuntamiento pague cada año 80.000 pares de zapatos antideslizantes.
Si Bildu no considera a ETA grupo terrorista estamos hablando de hipocresía, vender la moto, engañifa a los fanáticos o fascistas de izquierda. Aznar los llamó “movimiento vasco de liberación” y la misma y Herri Batasuna, “gudaris del pueblo”.
Si un partido pierde las elecciones y dice que las ha ganado hablamos de tratar a las personas como lerdas o borregos que aman al líder.
Si Pedro Sánchez cambia de opinión cada dos por tres sacándose de la chistera sus motivos, ahí conviene utilizar el vocablo mentira, embuste, engaño o patraña.
Si Ayuso justifica el dejar morir a los ancianos en la residencia podemos emplear la idea de Nazi, homicida indirecta, imprudencia temeraria con resultado de muerte.
Si nadie se atreve a llamar al Estado de Israel genocida o critica su política aunque le venda armas, pensaremos que la realidad es que Israel controla la economía mundial, tenemos miedo a las represalias o que son asesinos en masa y que defiende el holocausto, las matanzas y el etnocidio.
Si Esperanza Aguirre cuestiona que el franquismo fuera “impuesto por la fuerza a todos los españoles” y tacha de “Inquisición” a la comisión que revisaría los nombres de calles franquistas en la capital... Estaremos hablando de estupidez, falacia, ignorancia supina, ignorancia atrevida o revisionista mequetrefe.
Si alguien niega que Puigdemont se muere de risa del Gobierno de España y que le importa un pimiento la nación, lo llamaremos ingenuo o que está ciego porque no quieres ver. También utilizaremos cinismo o colaboracionismo con el independentismo.
Sinónimos hay muchos: no declarar a Hacienda (ladrón del pueblo), olvidar el latrocinio del Emérito (país de pandereta), negar la violencia de género (nazimachismo, machirulos, ignominia).
Buscar un concepto para definir a los que defienden que la tierra es plana, que el COVID se quita tragando una gotas de lejía, que el cáncer se cura con agua del mar, que la pandemia se inventó para vender medicamentos, que el presidente de los Estados Unidos no se entera ni de lo que vale un peine y que el pelo le crecerá a un calvo sin remisión lo podríamos tildar de fanatismo, comida de coco, manipulación social, santones de tres al cuarto, iluminados, visionarios o, como diría mi abuelo, mamarrachos.
Y si no escuchas el CAÑONAZO de las 12, no es que no haya sonado, es que estás más sordo que una tapia.