Opinión

La literatura nuestra de cada día

Quiero contarles una verdad a medias, es decir, algo que sólo me pasa a mí. Lo bueno de trabajar en un periódico es que uno deja de leer noticias. Por increíble que les parezca, no dispongo de televisor en casa, la suscripción de Apple TV y Amazon Prime no las uso desde hace un mes, no recuerdo la última vez que escuché la radio y no consulto webs de información. De hecho, para serles sincero, ni siquiera estoy al tanto de los avatares de mi localidad de origen. Sin embargo, les mentiría si niego que no estoy al día, someramente, de lo que se cuece.

Cada noche, al llegar a casa, me enchufo a Facebook y le doy al scroll como si no hubiera un mañana. A través de las cosas que comparten mis contactos, voy conociendo lo que al personal le ha ido resultando interesante. Ya saben: acontecimientos indignantes, hechos significativos, sucesos y algo de política, que no falte la cosa. De este modo, no termino de desconectar de lo que, por convenio, se ha venido en llamar la ‘realidad’ aunque en los periódicos solo aparezca una parte de ella.

En estas pocas líneas, querría hacerles una aproximación a la ‘otra’ realidad. Además del kamikaze embistiendo contra la verja y ese par de degenerados en la costa interior ceutí, en esta ciudad hay mil historias escondidas. Me sorprendió el coche que nunca sale del embolsamiento, la historia del barco ruso a la deriva entre Ceuta y Motril, el ultimo regular de ciento dos años o el modelismo naval en el Parque Marítimo. No puedo evitarlo, las historias con alma son las mejores. No es fácil encontrarlas, pero cuando las ves y las tienes delante, sabes que ahí hay algo más que una noticia. Porque las noticias tienen eso: son como la comida rápida. Llegas, las pides, las comes y te sacian. Después, siempre quieres más. Una buena historia te atraviesa sin esperarlo, puede vivir en la memoria de los lectores y ayuda a entender, más de cerca, la verdad que se amalgama detrás de los focos.

La noticia es quirúrgica, aséptica y esterilizada. No interpreta, pero con sus omisiones y sus énfasis, entona lo relevante. Escucho a mi jefa bisbisear mientras escribe para que la cirugía que perpetra sea precisa, mientras teclea como si estuviera componiendo una partitura de piano. La noticia se despoja de todo aditamento barroquizante y vive un estilo propio entre tablillas que la hacen ser la más pura entre los géneros. Toda pulcra y siempre virgen, la noticia es la mirilla del cañón, el disparo certero, la concisión en cinco preguntas y el destierro de toda pirueta de triple salto mortal. La noticia es la desnudez, el trago a palo seco y sin anestesia, un puño cerrado en el aire, el aliento cortado después de ascender al Hacho.

Pensar esto, pensar así, creo que me convierte en un periodista más que cuestionable. Quizá no en un cínico pero sí en un juntaletras. Por eso prefiero contarles esta verdad tan mía, para no defraudar a nadie: no me gustan las noticias. Siento decepcionarles. A mí, lo que me gusta es la literatura nuestra de cada día. La sección de opinión, el análisis que ayuda a comprender el hecho, el reportaje que pone cara, alma y vida a lo que pasa en las calles de nuestras ciudades, la entrevista a cuchillo que no corta porque nadie debe morir en la plaza pública. Me gusta, sencillamente, esa especie de reporterismo literario que te permite hacer un relato de menos de mil palabras acompañado de un vídeo o de una galería de fotos.

Quizá les este decepcionando demasiado. Pero es que yo vine a Ceuta a ser feliz, no a arreglar lo que ustedes deberían denunciar a boca llena. Siento decirles que no soy responsable de un gobierno que, cuando termine, habrá complicado veintidós años. Como tampoco soy responsable de que al frente del presupuesto de casi tres millones de euros de la tele pública ceutí vaya a colocarse al baranda de turno. Por poner dos ejemplos. Desde que llegué, sólo me preocuparon dos cosas: conocer al máximo el lugar al que llegaba –por respeto- y aprender rápido y saber cómo contarlo. En esto segundo, me ayudó mi jefa. Si no fuese por ella, alguno de ustedes ya me habría lapidado. También me enseñó que no todos los periodistas sirven para hacer periodismo local. Creo que yo soy uno de esos y he necesitado venir a Ceuta para descubrirlo. Una vez más, gracias.

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